Dos indias kuna y al fondo un islote de Kuna Yala

¿Existe un Caribe auténtico y virgen todavía? Pues sí, con islas desiertas, aguas cristalinas, arrecifes de coral y, lo que es más importante, sin cruceros de grandes multitudes, resorts gigantescos ni turismo masificado. En 2.011 la más afamada editorial de guías turísticas, Lonely Planet, las situó en el número tres en la relación de los paraísos tropicales del mundo. Son casi 400 pequeñas islas, la mayoría deshabitadas y unas pocas con hotelitos de un máximo de 10 cabañas, regentadas por los kuna, una etnia milenaria que mantiene su vida y costumbres y que ha preservado su hábitat de las grandes multinacionales y de la masificación. Es el archipiélago de Kuna Yala y se encuentra en el caribe panameño.

Una india kuna con su la blusa y la típica mola dirige el bote motorizado

Tras unos días en el Panamá continental me encuentro en un pequeño aeropuerto de la capital, aún no ha amanecido y ya estoy facturando mi equipaje para el único vuelo diario a mi destino, que sale a las 6 de la mañana. Voy acompañado por mi mujer y tengo pasaje en un pequeño avión de hélice de apenas 15 plazas, perteneciente a Air Panamá, para Playón Chico, en Kuna Yala, también conocido por su antiguo nombre, el archipiélago de San Blas, como lo bautizaron los conquistadores españoles. Son en total 365 islas de las que sólo unas cincuenta están habitadas. Es un vuelo de apenas 30 minutos si fuera directo, pero la avioneta hace ¡tres paradas previas! en otras islas del archipiélago, fundamentalmente para dejar y recoger mercancías. Existe la posibilidad de hacer el recorrido por tierra, pero mis referencias son que la carretera es muy tortuosa y peligrosa.

Un cayuco a remos junto a un islote del archipiélago

El aterrizaje, en todos los casos, es en pequeñas pistas, la mayoría sin asfaltar, y sin ninguna instalación aeroportuaria. Por fin llego a Playón Chico, mi destino, donde me espera el propietario del hotel que tengo reservado. Subimos a un bote motorizado y en menos de 30 minutos llegamos a la isla del Delfín, más bien un islote, ya que apenas tiene un centenar de metros de longitud. El hotel sólo dispone de tres habitaciones en cabañas de caña y paja, y una construcción mayor de los mismos materiales donde se encuentra el restaurante, la recepción y otras dependencias. Además, hay dos cabinas, una para la ducha y otra para el retrete. Por la noche la única forma de alumbrarte son los quinqués ya que no hay instalaciones eléctricas. La isla se completa con un puñado de chozas para los escasos residentes, que en su mayoría son los empleados del hotel. El resto son cocoteros y la arena que bordea las aguas del mar Caribe.

Una playa, Una playa, cocoteros, hamacas colgantes y una choza, esto es la isla del Delfín

Con relación al alojamiento, debo aclarar que después de mi viaje, efectuado años atrás, la situación ha mejorado sensiblemente y ya en gran parte de las chozas disponen de cuarto de baño y luz durante las 24 horas. En el peor de los casos la luz sólo se corta entre las 10 de la noche y las 6 de la mañana. Además, se han construido chozas en la arena y sobre las mismas aguas. Precisamente uno de los hoteles más modernos, y el mayor, ya que cuenta con 10 chozas, está regentado por un indio kuna casado con una española. Las chozas carecen de TV y de minibar, y tampoco tienen wifi, al menos hasta fechas recientes, pero son cómodas y limpias. Los ventiladores sustituyen al aire acondicionado. Mi alojamiento, en la isla del Delfín, era uno de los más rústicos del archipiélago cuando yo lo visité, aunque ahora también ha sido mejorado en todos los aspectos.

En lugar de gigantescos cruceros en Kuna Yala navegan pequeños cayucos

En el hotel me recibe el personal, todo femenino que, al contrario que los hombres, no han abandonado su indumentaria tradicional y todas ellas visten con anchas blusas cubiertas con molas, una falda estampada y cubren sus brazos y piernas con bellos y ceñidos adornos llamados winis. Son las 7,30 horas de la mañana y nos avisan que tenemos el desayuno preparado y es que la reserva de una habitación en Kuna Yala siempre lleva aparejada la pensión completa, puesto que sólo hay un establecimiento hotelero por isla. Tras el desayuno hago un pequeño recorrido de inspección por la isla y poco después cargo con los trastos de bucear y me dirijo a la playa, pegada a la cabaña. Mi mujer opta por tumbarse y leer en una hamaca de esas que se atan entre dos troncos de cocotero y yo me zambullo para bucear.

Todas las indias kuna visten su indumentaria ancestral

La isla en la que me alojo está rodeada de un atractivo fondo marino con variedad de peces de coral, aunque no tan espectacular como el de la Polinesia, Maldivas o la Barrera de Coral australiana. Un par de horas más tarde una india kuna empleada del hotel nos comunica que la primera excursión está preparada y nos montamos a un bote motorizado para dirigirnos a otra isla mayor y visitar un poblado kuna. La experiencia es un viaje en el túnel del tiempo ya que la aldea mantiene la tipología de viviendas tradicional, de caña y paja, y se siguen utilizando artes y utensilios de antaño. Muy pocas cosas son las que nos recuerdan que estamos en el siglo XXI. Hay algunas tiendas con artesanías kuna entre las que destacan las molas, un tejido que confeccionan las mujeres desde antes de la llegada de los españoles y que inicialmente se cosían con dibujos geométricos y a las que ahora se añade también todo tipo de figuras. Estas molas son las que las mujeres se cosen en la parte delantera y trasera de sus blusas tradicionales.

Las indias de más edad aún utilizan un aro de adorno en la nariz

Tras recorrer el poblado y departir con los kuna, que aunque tienen su propia lengua también hablan el español, volvemos a nuestra islita con el tiempo justo para comer. El menú está compuesto de un guiso de verduras y pescado, siempre del día. Tras una siesta en las hamacas colgantes, me avisan que está dispuesta la segunda excursión del día, consistente en el traslado a una isla totalmente desierta para bañarme en sus cristalinas aguas. Tras unas horas de Robinsón Crusoe, vuelvo a la isla del Delfín. Durante el recorrido, de más de media hora por las aguas caribeñas, sólo nos cruzamos, en las cercanías de algún islote, con cayucos de pescadores a remo o pequeños y rústicos botes con rudimentarias velas con las que practican los más jóvenes. Para nada barcos o cruceros.

Una abuela kuna con su nieto

Para la cena, que es temprano ya que en esta zona anochece poco después de las 6 de la tarde, nos tienen reservada una sorpresa ya que como plato principal nos sirven una langosta que primeramente nos muestran viva para que no dudemos de que está recién pescada. La sirven hervida y sin más aditivos que una ligera salsa ya que cuando está fresca cualquier añadido no hace más que enmascarar su auténtico sabor. Por lo general el pescado que te sirven es el que se ha pescado ese mismo día. También se incluye marisco, como gambas, langostinos y cangrejos. Por el contrario la carne es escasa y prácticamente se limita al pollo. Me han llegado referencias de que en algunos hotelitos la comida es frugal aunque no es mi caso.

"Esta noche la cena incluye esta langosta", nos dice el empleado del hotel

Es noche cerrada cuando terminamos la cena y nos recluimos en la habitación, a la luz de un quinqué de petróleo. Al amanecer ya estamos en pie y estrenamos la cabina de la ducha, abastecida de agua de lluvia. Lo mismo sucede con el inodoro. Este día también tenemos incluidas en el precio dos excursiones a elegir entre playitas desiertas o algunos aspectos de la vida tradicional de los kuna. El resto del día nos relajamos en las hamacas colgantes a la orilla del mar, con un refrescante remojón y buceo de vez en cuando.

Puesta de sol en Kuna Yala

A la mañana siguiente, también muy temprano, desayunamos y en una lancha motora nos transportan hasta Playón Chico, donde sobre las 7 de la mañana está prevista la salida del vuelo de regreso a ciudad de Panamá. Nos acompañan hasta la pista dos mujeres kuna empleadas del hotelito que muy amablemente se ocupan del equipaje. Nos despedimos de ellas con un regusto de pena por tan corta estancia en este oasis de paz y tranquilidad, algo increíble en pleno mar Caribe.

Los kuna emplean sistemas ancestrales para extraer el azúcar de la caña

Por lo que respecta a los precios, el alojamiento cuesta unos 70 euros por persona y día en la temporada baja, que coincide con nuestro verano, y 90 euros durante la temporada alta, entre octubre y marzo, pero hay que tener en cuenta que están incluidas todas las comidas y las dos excursiones diarias, por lo que no hay ningún gasto más, salvo la bebida y la compra de alguna mola o artesanía en las tiendas de regalos.

Niño kuna con una especie de loro muy abundante en las islas

La pregunta que surge de inmediato tras visitar tan atractivas islas es cómo es posible que siendo una zona tan espectacular las grandes cadenas hoteleras y agencias turísticas no se hayan instalado, cuando el negocio está garantizado. Pues no será porque no lo han intentado, e incluso una promotora, llamada Jungle Aventures, contrató con el indio kuna propietario de una isla la construcción de un complejo hotelero de lujo. Cuando ya estaba prácticamente acabado, la autoridad de las islas impidió su apertura amparándose en la norma de Kuna Yala de que sólo se pueden permitir instalaciones turísticas que sean propiedad de los propios kuna o financiadas por ellos. Esta norma se incluye dentro de un estatuto para las islas acordado por el llamado “Consejo General Kuna”, que es el órgano de gobierno máximo de unas islas que gozan de una gran autonomía por parte del gobierno panameño.

Una india kuna intenta convencernos de que le compremos la mola

El estatuto kuna prohíbe la venta, alquiler o donación, incluso por testamento, de las islas del archipiélago a personas que no sean kuna, estableciendo la confiscación de cualquier obra o inversión que no proceda de la propia comunidad. Además, todo trabajo a realizar en el territorio deberá efectuarse por personal kuna salvo, como excepción, aquellos muy especializados que requieran técnicos muy cualificados. La máxima de los kuna es el “turismo sostenible” y al respecto recalcan que: “para nosotros hablar de Turismo Sostenible es proteger y preservar nuestros recursos naturales mirando siempre hacia el futuro, pensando en nuestras generaciones venideras”. Kuna Yala es un tipo de turismo que podrá gustar o no, pero una cosa está clara: no tiene nada que ver con el turismo de los grandes resorts del resto del Caribe.

Islas

con aguas cristalinas y fondos de coral ideales para el buceo

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