Es el viaje más insólito imaginable: visitar un país que no existe, un auténtico Estado fantasma y situado, además, en plena Europa. En los mapas no aparece pese a que tiene más de 25 años de historia y que cuenta con su propio territorio, ejército, policía, parlamento, moneda y constitución. Se llama Transnistria y se le tilda de ser el último reducto de la desaparecida Unión Soviética, donde pervive la simbología de la hoz y el martillo, y donde se mantiene el culto a Lenin y a los líderes de la revolución bolchevique.

Busto de Lenin frente al Parlamento de Transnistria

Septiembre 2017. Llego a Chisinau, la capital de Moldavia, en vuelo desde Alicante con escala en Bucarest. Mis dos objetivos son pasar unos días en este país para conocer sus lugares de más interés, y poder penetrar en Transnistria, catalogado como el país más fantasma del mundo, porque se creó hace 25 años pero no existe, ya que aparece en los mapas al no haberlo reconocido casi nadie. Las referencias que tengo no son muy alentadoras ya que abundan las páginas web que desaconsejan la visita, especialmente por la presunta corrupción de los guardias fronterizos a los que dicen que tienes que sobornar para que te faciliten la entrada al país. Además se insiste en que no existen embajadas ni organismos internacionales de ninguna clase que puedan ofrecerte ayuda ante cualquier emergencia o accidente, mientras estés en el país. Para colmo, el Ministerio español de Asuntos Exteriores califica Transnistria como "zona de riesgo" y desaconseja rotundamente su visita, recordando incluso que ante cualquier emergencia la posibilidad de cualquier ayuda consular está muy limitada.

Bandera y escudo de Transnistria con el año de su nacimiento

Pese a estos augurios, me reafirmo en mi interés por visitarlo y en Chisinau me informo de que la mejor y más utilizada forma para entrar en Transnistria es mediante una línea de autobuses que parte de la estación central de la capital moldava. Es la mañana del sábado, 9 de septiembre, cuando subo en un minibús de unas 15 plazas con destino a Tiraspol, la auto denominada capital de Transnistria. Me indican que es un viaje de unos 90 minutos, incluyendo los trámites de frontera, para recorrer los 75 kilómetros entre Chisinau y Tiraspol. Hay salidas cada media hora y el coste del billete no llega a dos euros.

Grandes carteles realzan la simbologia soviética de este país

Las últimas informaciones que he leído sobre la entrada a Transnistria son contradictorias ya que mientras unas insisten en que cruzar la frontera es muy sencillo y no hay que pagar ni un céntimo, otras hablan de guardias que reclaman sobornos incluso de hasta 200 euros para facilitarte el acceso al país. Lo que sí parece claro es que el pago de sobornos para poder entrar, aunque por cantidades que no suelen sobrepasar los 50 euros, es una práctica que parece ser muy frecuente, según se comenta en las redes.

Tras un recorrido de alrededor de una hora, una valla corta el paso del autobús. El conductor nos pide que bajemos todos los viajeros para el control aduanero. Nos dirigimos a una caseta típica de estas instalaciones fronterizas. Sólo llevo el pasaporte, ya que para todos los residentes de la UE no se precisa ningún visado, según la información oficial al respecto. Ante mi sorpresa, no tengo que rellenar ningún impreso. El guardia me pide el pasaporte, apunta apenas cuatro datos del mismo en un impreso con dos hojas pequeñas, en inglés y en ruso, y me entrega una de ellas. Me devuelve el pasaporte sin estampar ningún sello y me da vía libre con un sonoro OK. Todo en menos de un minuto. No puedo más que expresar mi satisfacción por lo sencillo de la tramitación, muy distinta de las complicaciones y dificultades contadas en internet por viajeros posiblemente con mucha imaginación aventurera.

Un establecimiento público luce a Putin y a Stalin

El autobús reemprende el viaje y tras cruzar la ciudad de Bendery y el río Dniester, llegamos a la estación de tren de Tiraspol, el fin del trayecto. Lo primero que me llama la atención es que mientras en Moldavia todos los carteles están en alfabeto latino, aquí todo está en cirílico. Se pasa de un extremo al otro, sin medias tintas. Y lo segundo que salta a la vista es la simbología anacrónica de este país: carteles y vallas publicitarias con lemas y proclamas oficiales llevan estampados la bandera y el escudo de Transnistria, ambos con la hoz y el martillo característico de la antigua Unión Soviética, especialmente visibles en la avenida principal de Tiraspol, llamada 25 de Octubre, en homenaje a la Revolución Rusa.

Cartel con el escudo y al fondo un monumento a Lenin

Desde la Estación ferroviaria me dirijo por la calle Lenin hacia el hotel Rusia, donde tengo una reserva por dos noches. Calles, avenidas, parques y demás lugares públicos hacen referencia a líderes revolucionarios y a la antigua URSS. Estoy llegando al hotel cuando paso por delante del Parlamento, un edificio blanco con columnas y en cuya parte frontal se aprecia, ostensiblemente, la presencia de un basamento de mármol con un busto de Lenin. Otro monumento al primer líder soviético, mucho mayor y sobre una gigantesca columna, se encuentra delante de la sede del gobierno.

Un lugar para la foto de recuerdo de Tiraspol

Me dirijo a un banco para cambiar moneda y también la hoz y el martillo están estampadas en las piezas metálicas. Sí, como comentan en internet los pocos que han visitado este país, Transnistria parece el último bastión de la URSS, un reducto que pervive en el tiempo para nostálgicos del país que nació con la revolución rusa hace ahora un siglo y feneció con la perestroika siete décadas después.

En otros tiempos pretéritos la existencia de Transnistria no sería nada especial, pero sí ahora y más teniendo en cuenta que este país nace en 1990 precisamente cuando todo el imperio soviético está en descomposición y la mayoría de los países que lo conformaban abandonan la simbología revolucionaria. En una decisión a contracorriente, los dirigentes de este pequeño territorio resaltan la hoz y el martillo en todas sus señas de identidad como nación, y 25 años después es uno de los escasísimos lugares del mundo que los sigue manteniendo.

Fiesta de solidaridad con el pueblo ruso

La clave de todo nos la da la omnipresente presencia de la bandera rusa, incluyendo en la sede de los organismos más importantes del gobierno de la nación. Además, constato que en Transnistria se habla el ruso, el alfabeto es el cirílico, la moneda es el rublo y hay múltiples referencias a Rusia en sus calles. Pero por encima de todo, Rusia es el país al que deben su nacimiento y existencia gracias a la permanente ayuda del ejército ruso, con cuya inapreciable ayuda lograron detener a las tropas moldavas en 1992 y han conseguido mantener su independencia a lo largo del último cuarto de siglo.

Dos jóvenes con camisetas de amistad con Rusia

Trasnistria es un pequeño país de apenas medio millón de habitantes situado en la margen oriental del río Dniesper, encajonado entre Moldavia y Ucrania. Un territorio de habla rusa al que Moldavia le impone en 1990 el alfabeto latino y la lengua rumana, la razón primordial que dio lugar a enfrentamientos y a una guerra civil entre 1990 y 1992, en la que la ayuda rusa fue decisiva para que la región rebelde mantuviera su integridad y para que desde entonces se respete al acuerdo de paz que permite la subsistencia de Transnistria.

Monumento al fundador de Tiraspol, la capital del país

Transnistria se puede visitar sin ningún tipo de reparo por 24 horas para ciudadanos de la UE. Si la permanencia es mayor, como es mi caso, que es de dos días, tienes que tramitar un permiso especial según leo en las normas de visita al país. No obstante, tal trámite lo efectúa el propio hotel con una fotocopia del pasaporte, por lo que no te tienes que preocupar de nada. Si el plazo de estancia supera los tres días, sí que hay que hacer alguna gestión, aunque nada complicada.

Dos jóvenes de Tiraspol con vestidos tradicionales

Me lo habían advertido y se confirma: en este país las tarjetas de crédito no sirven para nada. No pueden pagar ningún gasto con ellas al no estar reconocido ni el país ni el banco nacional que emite su moneda. Además, los rublos de Transnistria no se aceptan en ninguna parte fuera del país, por lo que todo el dinero que te sobre en rublos no sirve para nada salvo que lo vendas a coleccionistas. Y además, este territorio es posiblemente el único del mundo en disponer de monedas de plástico, cuatro de diferentes valores que más parecen fichas de algún casino, pero que son una gran curiosidad para numismáticos, hasta el punto de que circulan muy poco y para obtenerlas tienes que comprarlas en los bancos a un precio que multiplica por cuatro su valor.

Monedas de Transnistria incluyendo las de plástico

Tras dejar el equipaje en el hotel doy un paseo por la avenida principal, la 25 de Octubre, en la que se concentran todas las grandes instituciones y bancos y también los restaurantes más destacados. Veo las cartas de algunos de ellos y me sorprenden los precios, realmente módicos. Por menos de 10 euros tienes para dos platos, postre y cerveza en locales con atractivas terrazas y ambiente que nada tienen que envidiar a cualquier buen restaurante de otras latitudes. Incluso los hay con comida japonesa en los que se resalta la calidad de los productos.

La catedral ortodoxa de Tiraspol

Al final me decido por un acogedor restaurante con una elegante terraza, Andy´s Pizza, con la carta en inglés y con fotografías de los platos, la mayoría de ellos de estilo occidental. Además, un camarero habla perfectamente inglés, algo raro en un país donde el ruso es una de las señas de identidad. Escojo pollo con verduras a la plancha, ensalada, una copa de helado y una cerveza. Todo por menos de 10 euros.

El segundo plato es pollo con verduras a la plancha

Tras la comida prosigo con mi paseo por la larga y amplia avenida 25 de Octubre y a lo lejos observo una concentración de gente ondeando banderas y puedo distinguir que son rusas. Me acerco al lugar y preguntando a unos y otros al final consigo averiguar que se trata de una fiesta de confraternización entre los pueblos de Transnistria y Rusia, con bailes tradicionales, música y discursos. Hay muchos soldados de ambos ejércitos y jóvenes luciendo camisetas con el nombre de Rusia estampado en ruso. Me imagino que fiestas como estas serán frecuentes ya que Transnistria debe su nacimiento y existencia sola y exclusivamente a la vital ayuda rusa, cuyo ejército permanece ojo avizor para salvaguardar este territorio.

Las banderas de Transnistria y Rusia ondean unidas al viento

Muy cerca de esta concentración-fiesta se encuentra el cogollo de los lugares emblemáticos de Tiraspol, entre los que destaca un tanque sobre un gran pedestal como gratitud a las tropas del ejército rojo que en 1944 liberaron a esta ciudad del nazismo.

Un tanque conmemora la liberación de Tiraspol de los nazis

A escasos metros del tanque hay una atractiva capilla ortodoxa y al lado la llama al soldado desconocido y un monumento a los caídos en la guerra civil de 1990-1992 para independizarse de Moldavia, con los nombres de los casi dos millares de muertos por parte de Transnistria.

Monumento a los caídos en la guerra contra Moldavia

El conjunto monumental de Tiraspol concluye con el Palacio de Gobierno, un gran edificio dominado en su parte delantera por una estatua de Lenin sobre un gran pedestal. En los consejos y advertencias que he leído en internet se insiste en que las fotos de este edificio están prohibidas, aunque doy un paseo por la zona y no veo ningún cartel con esta advertencia, por lo que, superando mis dudas y temores, decido sacar imágenes, pese a que hay varios policías cercanos. Hago las fotos sin ningún tipo de precaución porque pienso que hacerlas a hurtadillas es peor, y espero a alguna reacción de los agentes. Pasan los minutos y np pasa nada de nada pese a que estoy convencido de que me han visto sacar las imágenes. Al final me marcho pasando por delante de los dos policías, e incluso los saludo, sin ningún problema. Creo que si esta prohibición ha estado vigente alguna vez, ahora ya no existe.

Monumento a Lenin frente al Palacio de Gobierno con las banderas de Rusia y Transnistria

Al día siguiente tengo previsto desplazarme a la ciudad de Bendery, a menos de 10 kilómetros, para visitar su castillo, el más impresionante de Moldavia, restaurado y abierto al público desde hace poco más de un año, tras dos décadas de ser utilizado como instalación militar. Hay pequeños buses que cada 15 minutos parten hacia Bendery por apenas unos céntimos de euro.

El castillo de Bendery ya está abierto al público

La fortaleza, que ha sido consolidada y restaurada es, prácticamente, el único lugar de Transnistria donde me tropiezo con una pequeña concentración de turistas. Somos apenas una veintena pero una multitud si tenemos en cuenta la escasa presencia de visitantes en un país que ni siquiera tiene oficina de información turística, función que es suplida por la única tienda de souvenirs que localicé en Tiraspol. Desde la lejanía, la vista del castillo es más espléndida.

Vista general del castillo de Bendery

La otra joya de Transnistria y de visita imprescindible es el monasterio de Noul Neant, a unos 6 kilómetros de Tiraspol pero en dirección contraria a Bendery, por lo que vuelvo a la capital y me dirijo al único puente que atraviesa el Dniesper. Al cruzarlo observo que en una de sus orillas se ha extendido una amplia capa de arena y se habilitado una pequeña pero agradable playa en un río que, en este tramo al menos, presenta unas aguas limpias y cristalinas. Nada más cruzar el puente está el punto de partida de minibuses hacia Chitcani, la aldea en la que se ubica el monasterio.

El imponente monasterio de Noul Neant

Hace una tarde agradable, con un sol espléndido y una temperatura de casi 30 grados, cuando llego al monasterio. Por el horizonte diviso unas nubes muy negras pero no le doy importancia. En un recinto amurallado y entre áreas ajardinadas se levantan una catedral, tres iglesias y un espléndido campanario de cinco niveles y 70 metros de altura, el más alto de toda Moldavia. Como la inmensa mayoría de monasterios ortodoxos, su visita es gratuita aunque si quieres puedes hacer algún donativo.

El campanario del monasterio de Noul Neant

El tiempo se va estropeando cada vez más, comienza a soplar un fuerte viento y el sol se oculta entre negras y densas nubes. Decido subir al campanario, superando una estrecha escalera con simples peldaños metálicos incrustados en la pared que producen vértigo. Mientras subo escucho los zumbidos del viento y cuando finalmente llego a la cima y salgo a la terraza exterior, la lluvia empapa todos los rincones empujada por un viento huracanado.

Son apenas las 5 de la tarde, no anochece hasta las 8, pero la oscuridad es casi total. Los embates de la lluvias y el viento son tales que hacen cimbrear el campanario y hay momentos en los que llego a temer por mi integridad física. En otras palabras, reconozco que llego a estar literalmente acojonado y tengo que echarme al suelo aunque la lluvia me empape, porque la fuerza del viento amenaza con lanzarme al vacío. Son apenas 30 minutos, pero que a mí me parecen una eternidad. Cuando el vendaval amaina bajo las escaleras del campanario entre suspiros de alivio. Menos mal que hasta días después no conoceré que en la cercana Rumanía un fenómeno similar había provocado casi una decena de muertes y grandes destrozos...

Monasterio de Noul Neant al atardecer

Regreso a Tiraspol ya entrada la noche y donde continúa la fiesta de solidaridad con Rusia. A la mañana siguiente recorro algunas calles de los alrededores del centro antes de partir y descubro, por un cartel, que en Transnistria hay un vivero de esturiones para la producción de caviar. Es otra concesión rusa, que les cedió esturiones del Caspio y a técnicos especializados para que montaran esta boyante industria. Como me ha sobrado algo de dinero local me dirijo a un supermercado de venta de caviar para ver si me alcanza para alguna latita. Aunque los precios son algo más reducidos que en otros países, siguen siendo astronómicos. Al final, averiguo que hay latas de hasta 10 gramos, por lo que opto por una de ellas como consuelo para al menos poder probarlo. Por cierto, en viajes a Ucrania y Rusia, he encontrado, incluso en mercados públicos, botes etiquetados como caviar mucho más grandes y sorprendentemente baratos. Obviamente son burdas falsificaciones y lo que contienen son huevas de otros peces pero en absoluto caviar de esturión.

Caviar de Transnistria de esturiones originarios del Caspio

Para los que quieran gastar los últimos rublos que les han sobrado pueden optar por comprar el producto más famoso de Transnistria, el coñac Kvint, a precios irrisorios. Se puede visitar la factoría, en la calle Lenin, o comprarlo en supermercados y establecimientos especializados.

Mercado central de la localidad de Bendery

Antes de abandonar Transnistria me intereso por la forma de gobierno y si realmente es un bastión soviético en todos los aspectos. Al final me informo de que tienen elecciones democráticas, con multipartidismo, y que gobierna un partido que defiende la economía de mercado, frente al partido comunista, que se encuentra en la oposición. En definitiva que, según comentarios generales de los lugareños, la subsistencia de la simbología soviética es sólo una muestra de agradecimiento de Transnistria a la fundamental ayuda rusa, pese a que en Rusia esta simbología de la hoz y el martillo está "pasada de moda".

Transnistria en un país pobre

Me despido de Transnistria con un almuerzo en Andy´s Pizza, mi restaurante favorito, y a primera hora de la tarde regreso a Moldavia. De nuevo el trámite de frontera pero en esta ocasión es, si cabe, aún más sencillo, ya que el policía sube al autobús, le muestro mi pasaporte, da un vistazo al pequeño impreso que me dieron al entrar al país, y me lo devuelve sin más. Por la ventanilla miro como Transnistria se va quedando atrás y empequeñece hasta desaparecer, hasta tal punto que ni aparece en los mapas. Sí, es verdad, me digo, Transnistria es un país fantasma.

El río Dnieper, con su playa local, marca la frontera de este país con Moldavia.

TODAS LAS IMÁGENES DE MANUEL DOPAZO