El flamante edificio de la Universidad de Jogyakarta quedó tan devastado que se tuvo que demoler

Son las 5,30 horas de la mañana. Me dirijo en taxi al aeropuerto de Denpasar, en la isla de Bali para tomar un vuelo con destino Jogyakarta, en la isla de Java, Indonesia. Han pasado apenas dos semanas desde los terremotos y réplicas que asolaron a la ciudad y que provocaron alrededor de 7.000 muertos y muchos miles más de heridos. Cuando estoy embarcando en el avión miro las caras de los escasos pasajeros y sólo encuentro entre ellas una con aspecto de occidental, el de una mujer madura. Qué diferencia con hace apenas unos días, cuando los vuelos a esta ciudad iban saturados de turistas para visitar una de las maravillas de la humanidad, los templos de Borobudur. Me he pensado mucho tomar este vuelo, pero por una de esas casualidades de la vida dos semanas después de los terremotos estoy en Bali, no para visitar esta hermosa isla, que ya conozco de visitas anteriores, sino como aeropuerto estratégico para conocer otras zonas de Indonesia. Tenía casi descartado, visitar Jogyakarta (Jogya para los nativos), pero finalmente lo hago: me ha decidido la lectura de una entrevista del día anterior en un diario balinés en la que se destaca la llegada de una pareja australiana como los primeros turistas a Jogya tras el seísmo. Los dos viajeros aseguran que han visitado la ciudad damnificada y que lo han visto todo normal, sin huellas de la tragedia.

El volcán Bromo expulsa una gran humareda en imagen tomada desde el avión

Estoy ya en pleno vuelo, que sale a las 6,30 de la mañana de Bali y llega a las 6,35 a Jogya, cinco minutos más tarde. No, no es que haga el trayecto en un supersónico, todo se debe a los distintos usos horarios en Indonesia, ya que el vuelo dura 65 minutos reales y no los 5 que refleja el horario oficial. Tengo mucha suerte durante el trayecto, ya que salgo de Bali muy nublado y lloviznando pero cuando sobrevolamos la isla de Java el cielo está despejado. Esto me permite contemplar un espectáculo impagable: el paisaje de una de las zonas volcánicas más activas del mundo, sino la que más. Desde la ventanilla observo el humeante cráter del volcán Kawa Iyen y, en sus proximidades, el Bromo, menos activo pero mucho más famoso. Sin embargo, la visión más sorprendente está por llegar. Cuando estamos casi en el punto de destino, desde la megafonía del avión el comandante nos informa que se va a aproximar al Merapi para que el pasaje pueda contemplar de cerca este volcán en plena actividad y tristemente famoso por los miles de muertos que han provocado sus numerosas erupciones entre la población cercana a Jogya, de la que apenas le separan menos de 30 kilómetros. Su última erupción se inició hacer dos meses y ha obligado al desalojo de miles de familias de su entorno. Aún sigue muy activo como lo demuestra la espesa nube de humo y cenizas que escupe el volcán y que cubre parte de la ladera. El espectáculo es único.

El templo de Borobudur sin apenas turistas días después de la tragedia

Cuando se produjeron los terremotos, muchos nativos los asociaron a la actividad del Merapi, y aunque fuentes científicas lo descartaron, los javaneses están seguros de que existe relación entre ambas actividades.La oportunidad de ver el Merapi en actividad desde el avión fue un auténtico regalo, ya que desde tierra era completamente imposible, tanto por la gran humareda que desprende y que forma una auténtica cortina, como por la escasa visibilidad de la atmósfera, principalmente por la contaminación del tráfico de la ciudad de Jogya.

Borobudur es uno de los mayores atractivos de Indonesia

Lo primero que me llama la atención al llegar, tras aterrizar el avión, es que parte del aeropuerto de Jogya está vallado y cerrado por desprendimientos. Apenas salir del edificio negocio con un taxista el alquiler por 12 horas para recorrer distintas zonas de Jogya y su entorno. Al final llego a un acuerdo por 60 dólares, (menos de 50 euros). El programa de visitas lo inicio con Borobudur, el inmenso monumento budista declarado Patrimonio de la Humanidad y situado a 42 kilómetros de la ciudad . Llego tras una hora de recorrido y empiezo a creerme las declaraciones de los turistas australianos: a lo largo de todo el trayecto no hay la más mínima huella del desastre. Me pregunto si ello se debe a lo rápida y efectiva que ha sido la actuación de los servicios indonesios y la importante la ayuda internacional. La verdad es que el templo en forma de gigantesca tarta de Borobudur es imponente pero la tragedia ha provocado que los miles de turistas que visitan a diario la zona se reduzcan a apenas una docena y casi todos ellos indonesios. Prácticamente salimos a una veintena de vendedores ambulantes por visitante. Obviamente, me los tengo que sacudir de encima como puedo. La gran explanada con tiendas de regalos está igualmente desierta y muchos puestos cerrados. En la prensa internacional se anunció que Borobudur salió milagrosamente indemne del terremoto, y parece cierto, ni el templo ni sus alrededores ha sufrido daño alguno.

Una familia indonesia es de los pocos turistas en en templo Patrimonio de la Humanidad

Cuando regreso al taxi le digo directamente al taxista que se dirija a Batur, una localidad a unos 20 kilómetros al sur de Jogya y que, según las informaciones, fue la zona más afectada por la sacudida sísmica.El conductor no pone ningún reparo y hacia allí vamos.Volvemos a pasar por Jogya, una ciudad con un tráfico intenso, especialmente de motos, y con muy poco encanto. Atravesamos el casco urbano y cuando ya estamos en la zona sur me llama la atención un edificio medio derrumbado. Unos metros más adelante los desperfectos en inmuebles se van prodigando. Además, los escombros invaden la calle por la que circulamos, una de las avenidas más amplias de la ciudad, ocupando aceras y calzadas hasta apenas dejar un carril de circulación en cada sentido. Aunque parte de los edificios que dan fachada a la avenida son de gran solidez y por eso han resistido el terremoto, no ha sucedido lo mismo en los inmuebles traseros, situados en pequeñas y estrechas callejuelas que apenas permiten el tránsito, y que en gran parte se han desplomado. Sus moradores han trasladado los escombros hasta la avenida para un más fácil traslado. El taxista me dice que los escombros llevan ya bastantes días entorpeciendo la actividad ciudadana sin que nadie los retire.

La mezquita de Yogyakarta también sufrió graves daños

También me dice que vive cerca y me invita a acercarme a su casa. Cuando llegamos entiendo que lo de visitar su casa es un eufemismo ya que la misma ha desaparecido. No queda nada. Con su mujer y dos hijos, ha sido acogido en casa de otros familiares. Aún así, se siente un afortunado porque todos los miembros de su familia lo pueden contar. Justo a unos metros de lo que era su casa, y ahora es un solar, me señala a un vecino dormitando en la calle y me habla, amargamente, de su desgracia, ya que ha perdido a tres miembros de su familia. La madrugada fatídica del temblor el techo se les vino encima y literalmente los aplastó.

Seguimos el recorrido hacia el sur. En esta parte de Indonesia la mayoría de las casas de los nativos son levantadas por ellos mismos sin las mínimas condiciones de seguridad, se construyen con ladrillos macizos y muy pesados, por lo que si el techo se desploma, aplasta a lo que pille por debajo.

Seguimos la ruta y cuando ya nos acercamos a Batur el panorama ya es desolador, con una sucesión de edificios total o parcialmente derribados, conformando un paisaje dantesco de ruinas y destrucción. Los escasísimos edificios que permanecen en pie tienen tantas grietas y daños que son irrecuperables. Así sucede con la Universidad, compuesta por dos modernos y destacados edificios, que han sobrevivido en pie milagrosamente, aunque sin otra solución que su derribo, dados los gravísimos daños que sufren.

Las edificaciones de madera resistieron, por lo general, más que las de cemento

Lo más sorprendente es ver, cuando ya han pasado dos semanas del terremoto, entre tanta ruina, familias enteras junto a las mismas, las más afortunadas en tiendas de campaña pero la mayoría apenas con plásticos montados sobre estacas a modo de cobertizo e incluso ni siquiera eso, debajo de algún árbol frondoso para protegerlos de las frecuentes lluvias tropicales de la zona. Puedo ver así a numerosas familias, algunas con un reducido mobiliario de sillas y mesas y útiles de cocinas, pero otras ni eso, tiradas sobre la calzada, junto a los escombros, con sólo una manta por colchón. Y si están allí, junto a los escombros de su precaria vivienda, es porque no tienen ningún sitio donde ir. No hay ni albergues, ni centros de acogida, ni nada. Sólo los muertos y los heridos han sido evacuados.

Sigo recorriendo la zona y ya estoy en el epicentro, un lugar con un paisaje tan dantesco como el de las imágenes de las ciudades arrasadas tras los bombardeos de la II Guerra Mundial. Hasta el asfalto de la carretera está agrietado por los fuertes temblores de tierra. Y en medio de este desastre, la presencia de personal de ayuda, que ante la magnitud de la tragedia tendría que ser espectacular, prácticamente brilla por su ausencia. Apenas media docena de camiones con voluntarios y algún vehículo militar que se cuenta con los dedos de una mano y sobran dedos.De distribución de alimentos y de la ayuda internacional, apenas hay rastro. Parece que tal subsidio se limitó a los primeros días.

Otro edificio imponente en precario equilibrio y sin posibilidad de reparación

Ante este panorama y los escasos medios que se emplean, es seguro que las secuelas se prolongarán muchos meses, tantos como los propios afectados tarden en levantar con sus manos sus propios habitáculos y retirar los escombros, porque esperar a ayudas oficiales es una utopía. Algunos ya están en la labor, aunque con medios tan precarios que resulta patético.

Otra cosa sería, estoy seguro, si los destrozos se hubieran producido en el entorno de Borobudur, la gran atracción turística. Entonces, seguro que habría prisas por repararlo y adecentarlo cuanto antes, para que los turistas lo vean todo en orden, pero hasta en eso han sido desafortunados los habitantes de Jogya.

Algunas zonas quedaron totalmente arrasadas

Abandono el área del desastre y le digo al taxista que enfile el camino a Prambanan, los templos hinduístas que constituyen la segunda gran atracción de esta zona central de la isla de Java. La taquilla está abierta y me cobran 10 dólares lo que, para aquellos pagos, es una barbaridad. Sin embargo, ante mi sorpresa, no se puede entrar en el recinto de los templos. Sólo se me autoriza a verlos desde la lejanía, por el 'riesgo de desprendimientos'. Prambanan no se encuentra tampoco en el epicentro del seísmo, pero sí mucho más cerca que Borobudur, y de uno de los templos se han desprendido algunas piezas de piedra. Las medidas que se han tomado se limitan a colocar un rudimentario andamiaje de madera en su entorno.

Los supervivientes que han perdido su hogar hacen su vida en plena calle

Comienza ya a anochecer y regreso al aeropuerto para tomar el vuelo de regreso a Denpasar, la capital de Bali. Tras todo lo visto, estoy seguro de que pronto se volverán a promocionar los templos de Jogya y el turismo regresará a recalar en los mismos. A todos los conducirán a Borobudur y a Prambanan y, al igual que los dos turistas australianos, todos asegurarán que del terremoto no queda ni rastro y que la situación se ha normalizado. La triste realidad, sin embargo, es muy otra y cuando despega el avión de Jogya siento dejar detrás a miles de personas sumidas en la desgracia, aunque ya, prácticamente, nadie se acuerde de ellas.

Este viaje lo realicé a primeros de junio de 2006, dos semanas después del terremoto de 6,2 grados y sus réplicas que provocaron alrededor de 8.000 muertos en Jogya y sus alrededores.

Los imponentes templos hinduístas de Prambanan también sufrieron daños pero no muy graves

Todas las fotos de Manuel Dopazo