Hace unos meses, con motivo de las pasadas elecciones generales, entrevisté y analicé al candidato al Senado del Partido Popular por la provincia de Alicante, Agustín Almodóbar Barceló y, entre otros muchos temas, estuvimos hablando de los toros. Su opinión, como la de muchos españoles, es que la tradición está por encima de cualquier otra circunstancia. Echad un vistazo al vídeo primero (min. 44'50 a 48'20).

Bien, pues, como seguramente sabréis, ayer se anunció por parte de la Junta de Castilla y León la prohibición de matar al toro en presencia del público, es decir, hacer de su muerte un espectáculo. Como era de suponer, el revuelo ha sido tremendo, con casi todo el pueblo de Tordesillas en contra del decreto. En concreto, comparecieron en rueda de prensa el alcalde socialista al lado del concejal de PP, unidos por su oposición a la medida de la Junta.

Y ¿qué puede aportar la neurociencia a todo esto? Pues un sistema límbico y un sistema nervioso. Me explico: nuestro cerebro, el de los humanos, está dividio en tres capas que se han ido superponiendo una encima de otra, fruto de la evolución a lo largo de millones de años (MacLean, 1952).

Cada capa tiene sus funciones específicas. La capa más primitiva, la reptiliana, la tenemos prácticamente todos los animales. Es la que regula los instintos más básicos, la respiración, la búsqueda de alimento o la necesidad de reproducirse. La segunda capa, el sistema límbico o paleomamífero, es donde anidan las emociones. Por último, los mamíferos superiores contamos con una tercera capa, el neocórtex o neomamífero, que es donde se forma el lenguaje y el pensamiento complejo racional. Pues señores, los toros, tienen un sistema límbico que les hace sentir emociones, al menos las más básicas. Resumiendo: el toro sufre, tiene miedo, angustia y seguramente claustrofobia. El sistema nervioso se encarga de detectar el dolor en todas las partes del cuerpo.

Normalmente, los taurinos alegan dos razones por las que debería mantenerse este tipo de festejos. La primera es la tradición y la segunda es que cuando comemos carne o pescado, también se mata al animal.

La primera alegación, la tradición, viene a poner de relieve que las tradiciones son un pilar básico de nuestra cultura como pueblo o como nación, y que, por tanto, es necesario mantenerlas, para poder seguir teniendo una identidad cultural que nos diferencie de los demás. Efectivamente, la cultura es lo que enriquece a un pueblo. Pero la cultura debe ser dinámica; es decir, debe evolucionar con la sociedad. De hecho, se dice muy a menudo que las leyes van siempre detrás de la sociedad (primero evoluciona la sociedad y después se cambia la ley). Ésta es una de las pocas excepciones a esa norma. Si utilizamos el argumento de la tradición para mantener la matanza de animales como espectáculo público, habría que plantearse por qué no se mantienen otras tradiciones que también formaban parte de la cultura hace años. Por ejemplo, podríamos recuperar lo de echar a un hombre a los leones, a ver quién sobrevive. Forma parte de nuestras raíces culturales y, por tanto, por el mismo argumento, deberíamos mantenerlo.

Hablando de tradiciones, echad un vistazo a este artículo sobre algunas "tradiciones" que mantenemos en diferentes culturas como seña de identidad: http://www.thinkfuture.es/archives/2605. Puede que la del perro (la número 5) os resulte especialmente cruel. Eso es porque los perros son para nosotros animales de compañía, y eso hace que sintamos más empatía hacia estos animales. Pero tienen básicamente el mismo sistema cerebral que los toros.

La segunda alegación, la de que cuando comemos carne, a esos animales también se les ha matado, lleva (en mi opinión, por supuesto) algo más de razón. Efectivamente, circulan por las redes sociales vídeos de mataderos en los que podemos ver cómo mueren los animales que nos comemos. Muchas veces, esa muerte no es todo lo rápida que debiera. Aparte de que cada vez tengo más claro lo de hacerme vegetariana, hay una diferencia muy importante: la diversión. Que una cultura se sustente en parte en la diversión por el sufrimiento ajeno, dice mucho de nuestro sistema límbico. Cuando yo me alegro por ver cómo sufre otro ser vivo, algo falla en mi cerebro. Posiblemente, sea un problema de educación o, como lo llaman algunos, de tradición. Si mi padre se alegraba por ver sufrir a un toro, es posible que yo también lo haga. Conclusión: la solución a esta forma cruel de entender la cultura pasa por la concienciación y sobre todo por la educación desde pequeños. Pero, por supuesto, las leyes deben ayudar, como ha sido el caso del decreto de la Junta de Castilla y León.

Por último, echad un vistazo a esta fotografía:

Corresponde al especial informativo de la televisión de Castilla y León sobre el decreto contra el Toro de la Vega. Ese señor es un vecino que está en contra del decreto. Si nos fijamos en él podemos ver perfectamente la tensión en el cuello y cómo está gesticulando con su mano izquierda, señalando además con el índice. Corresponde a una situación emocional, espontánea, en la que se está dejando llevar por sus emociones, podemos presuponer que de ira. Ojalá estas reacciones tan viscerales las viéramos en otras situaciones.

Aquí tenéis el vídeo completo: