Trabajar con pasión. Qué fácil. O qué difícil. En mis cursos de comunicación no verbal enseño, entre otras cosas, a comunicar con más seguridad, con más contundencia, a generar confianza en los demás... Eso se puede aprender. Pero la pasión, no. La pasión o se tiene o no se tiene. Querer vender algo, por ejemplo, sin pasión no tiene sentido. Porque si a ti no te apasiona, cómo pretendes que le apasione a tu cliente. La pasión es muy difícil de simular.

Últimamente, me estoy encontrando con personas que ofrecen productos o servicios desganadas, hastiadas. Parece que, si compras, más les molestas que otra cosa. Me ha pasado con el cajero de la ventanilla de mi banco, que, a pesar de no tener a nadie a quien atender, me exige que vaya a ingresar al cajero sin levantar siquiera la vista de su pantalla, con un hilillo de voz apenas audible. Me ha pasado con el recepcionista de hotel, que ni levanta la vista del ordenador y con cara de que le deben dinero. Bueno, podría seguir así, enumerando ejemplos de falta de ganas, de apatía, de poca energía, de falta de activación en el trabajo y la atención al cliente.

Este tipo de conductas que os acabo de describir son el reflejo de lo que en psicología de las organizaciones se llama el burn-out o síndrome de estar quemado. O sea, gente que está hasta las narices de todo. Pues bien, ese síndrome es el estado psicológico opuesto al engagement. El engagement significa compromiso (ya sabéis que ahora le ponen a todo el nombre en inglés). Pero es un compromiso que va más allá de lo estrictamente profesional. Una persona engaged tiene una vinculación personal y emocional con la empresa, y eso hace que tenga conductas extra-rol, es decir, que hace más de lo que estrictamente se le exige. Este tipo de trabajadores está demostrado que tienen un índice menor de absentismo, tienen mejor salud y en definitiva están más felices. Vale, muy bonito todo. ¿Pero cómo hago yo para ser un trabajador o trabajadora engaged? Pues lo primero es que la empresa tiene que poner los medios materiales e inmateriales para favorecer el clima de engagement. Eso lo primero y, como veis, poco depende de los trabajadores. Pero luego yo, como trabajadora, también tengo que tener una voluntad de compromiso con mi trabajo. Y aquí os voy la clave para poder tener esa actitud. Me gustaría que te plantearas en qué trabajas. Y no me vale que digas “vendo esto o aquello”, “archivo papeles en una oficina” o “hago camas en un hotel”. No. Todos, absolutamente todos los trabajos tienen un impacto en la sociedad. Todos, de alguna manera, servimos a los demás. Y cuando te das cuenta de eso, de repente, el valor que tú le das a tu trabajo aumenta muchísimo, y eso te ayudará a tener una mayor vocación de servicio. El trabajo de una persona que barre la calle realmente no es limpiar, sino permitir a los vecinos vivir en condiciones higiénicas y salubres. El trabajo de una persona que vende aspiradoras no es vender esos aparatos, sino permitir a las personas disponer de más tiempo libre ahorrándoles tiempo de tareas domésticas. Así que me gustaría que hicierais un ejercicio de reflexión y os preguntarais: “¿en qué trabajo”. Y no paréis de preguntároslo hasta que vuestra respuesta incluya personas.