El pasado miércoles estuve en la gala de los premios del períodico de Valencia, Levante EMV. Una de las cabezas que véis en la foto era la mía. Fue una gala estupenda, con algunos momentos muy emocionantes. El lugar en el que se celebró fue el Palacio de las Artes de Valencia. Este lugar tiene una peculiaridad: para acceder al auditorio, en el que habitualmente se celebran óperas, hay que subir 9 o 10 pisos en unos ascensores panorámicos.

Cuando llegué al ascensor, había ya unas 10 personas dentro. Y lo interesante fue que habían trazado perfectamente el perímetro del ascensor, estaban todos pegados a las paredes del ascensor. Incluso, habiendo personas que se conocían entre ellas. Así que me metí en el centro. Y en aquel momento, recordé lo que leí hace poco en "Yo, mono", un libro muy entretenido e interesante del primatólogo Pablo Herreros. Decía que los primates, al igual que las personas, también se sienten incómodos en los espacios reducidos.

Curiosamente, cuando se meten dos macacos juntos en una jaula, no comienzan las hostilidades, sino, bien al contrario, se quedan cada uno lo más alejado posible del otro, evitan la mirada, hacen una especie de mueca equivalente a nuestra sonrisa y evitan realizar movimientos bruscos de forma inesperada.

Nosotros también evitamos la mirada de los demás, sonreímos, pero vamos más allá, y nos ponemos a hablar del tiempo. En comunicación no verbal, este fenómeno se estudio dentro del canal proxémico (canal de comunicación que estudia las distancias, cómo nos movemos en el espacio, dónde nos sentamos,...). La invasión del territorio del otro, unida a la falta de espacio por el que "escapar", convierte a los ascensores en un lugar de vulnerabilidad. Por eso, nos mostramos amables, esquivos y evitativos con los demás.