He tardado una semana en ser capaz de escribir este artículo. Me pasó el jueves pasado. Estaba impartiendo un curso de comunicación no verbal para negociación en el Parque Científico de Valencia. Era la primera vez que daba clase allí, y estaba tan contenta, con un buen grupo que me estaba escuchando atentamente y participando. Todo perfecto, vamos.

Y, de repente, aparece un hombre de unos treinta años, con un uniforme con un logotipo que no pude identificar bien. Y, muy tranquilamente, nos dice que hay un incendio en el solar de al lado, y que es conveniente que desalojemos.

En ese momento, mi cerebro hizo clic.

Y de ser una persona con cuarenta y un años, con ciertas tablas frente al público, capaz de desenvolverme en muchas situaciones, muy resuelta y decidida, me encontré a mí misma más de treinta años atrás, en el colegio.

Cuando era pequeña, iba al Liceo Francés de Valencia. Tengo muchos recuerdos malos y también muchos buenos, como todo el mundo supongo. Pero si hay un recuerdo que ha quedado grabado a fuego en mi mente es el de una histérica que por aquel entonces era directora de primaria.

En aquella época, no sé muy bien por qué, hubo varias amenazas de bomba en el colegio. Y aún no habían tenido la feliz idea de poner una campana que sonara y nos diera la señal de alarma para poder desalojar. ¿Y qué hacía esta .... señora (no la voy a calificar)? Pues iba de clase en clase, abriendo la puerta bruscamente y gritando a todo pulmón: "¡¡¡ALERTE A LA BOMBE!!! Y se iba corriendo a asustar a los de la clase de al lado. Y allí me quedaba yo, con mi cerebro reptiliano enviando órdenes de bombear más sangre para poder correr, el corazón a mil y el miedo alojado en lo más profundo de mi ser. Veía a mis compañeros, muchos se lo tomaban casi en broma. Yo no era capaz. Esa mujer me asustaba y me creaba ansiedad, porque nunca sabía cuándo iba a volver a aparecer.

De eso hace ya muchos años, más de treinta. Y sin embargo, el jueves pasado, ese momento volvió, a pesar de que no era una mujer la que nos avisó, ni era una amenaza de bomba sino un pequeño incendio, ni el hombre que nos avisó lo hizo con nervios sino todo lo contrario.

¿Y por qué os cuento esta experiencia personal? Porque ilustra perfectamente el hecho de que lo que vivimos desde la emoción (y sobre todo la emoción de miedo), queda en nuestra mente a largo plazo, porque el cerebro lo asocia enseguida con nuestra supervivencia. Los que tenéis niños, fijaos bien en cómo les habláis, en cómo les hablan los demás. Muchas veces, no es el mensaje, es cómo se transmite.