El domingo de Ramos empieza la semana santa. Una semana cargada de tradición y arraigo en todo nuestro país, desde Sevilla, hasta Burgos, hasta cualquier pueblecito de nuestra amplia geografía.

La semana santa es un conjunto de sentimientos profundos arraigados en el tejido social de nuestro país. Tanto es así, que todas las personas la viven con una ilusión y entusiasmo muy difícil de igualar. Sobre todo, las personas que participan directamente en las procesiones o actos religiosos, como costaleros, cofrades, manolas, etcétera.

Sus almas se convierten en una sola, con un objetivo común, llevar en sus hombros a Jesús muerto y resucitado por redimirnos de nuestros pecados o a su Madre santísima, madre de toda la raza humana, que aguanto como una verdadera heroína, el sacrificio sublime de ver como su hijo se dirigía al Gólgota, a cumplir con lo que había venido a hacer en la tierra, purificar a la raza humana con su propia vida de todos los errores y pecados cometidos.

Por tanto, las procesiones son espectaculares en nuestra ciudad. Las más vistas y cuya participación multitudinaria las hacen especialmente atractivas. La de la Santa Cena, donde más de trescientos costaleros portan en sus hombros el trono más grande de España. La del barrio de Santa Cruz, donde el gitano y su Madre santísima, son bajados por esas calles estrechas y empinadas desde la ermita, en lo alto del cerro, les puedo decir que las personas que hemos visto esta procesión del miércoles santo. Salimos reforzados en nuestra fe y emocionados de ver, como el pueblo alicantino, venera al Señor y a la Virgen, de esta forma tan ferviente y singular.

Hay más procesiones dentro del calendario de esta semana santa, que no tiene desperdicio. En mi pueblo natal, Villena, la semana santa, también se celebra por todo lo alto, siendo sus procesiones muy reconocidas, como en el resto de la provincia.

Para la ciudadanía española, la semana santa significa mucho, para muchos es nuestra fe, para otros es la tradición heredada de sus mayores, es una manera de recordar a sus seres queridos que faltan. Es comulgar con la idiosincrasia de un pueblo que siempre está preparado para celebrar sus cosas. Es un vivir de nuevo desde hace siglos, este envite de la vida, que nos hace más humanos. Es un acercamiento a los demás, llevando el trono del Señor o la Virgen, encima de nuestros hombros, haciéndonos que olvidemos por unas horas nuestras diferencias.

Por eso, esta semana mágica que se avecina, que parece ser, que va hacer buen tiempo, que cada uno la viva como estime oportuno, como unas mini vacaciones, para descansar de la cotidianidad del día a día. O con la religiosidad y tradición de los costaleros, nazarenos, cofrades, manolas. O simplemente, como espectadores de las procesiones o actos religiosos que se van a ir celebrando por toda la geografía nacional durante estos próximos días.