El boca a boca semana tras semana y la ovación apasionada de la crítica ha terminado por convertir a Chernobyl en una de las series del año. La ficción que recrea la crisis que supuso el accidente de la central nuclear en 1986 en principio iba a ser el aperitivo con el que contentar a los suscriptores de HBO entre el final de Juego de Tronos y el arranque de las nuevas temporadas de Big Little Lies y El Cuento de la Criada. Ha superado con creces lo que se esperaba de ella y se ha convertido en algo más que un mero relleno. La serie narra magistralmente cómo, en las peores catástrofes, el poder tiene la tentación de esconder la verdad. No por evitar alarmar a la población, sino porque, de conocerse, admitirían al mundo su propia incompetencia. Y todo a pesar de que se trata de una mentira con las patas muy cortas, ya que, a medida que pasa el tiempo y no se hace nada, ponen en riesgo la seguridad de millones de personas. Por ello, llama la atención que una serie que hace una encendida defensa sobre la necesidad de enfrentarse a las mentiras del poder, llegue en plena época de las llamadas fake news, bulos y noticias falsas.

Chernobyl no sólo nos muestra los últimos momentos de un régimen formado por personas ineptas que eligen esconder la verdad para seguir aferrándose a la comodidad de sus sillones. Los verdaderos protagonistas son personas que tienen criterio para poner en duda la verdad oficial y poner encima de la mesa las suficientes evidencias incómodas que fuercen a las autoridades a poner soluciones. Mientras unos se esconden en sus despachos, otros no dudan en poner en riesgo su propia vida para salvar las de millones. Hoy en día basta con tener un teléfono móvil y una conexión a internet para hacer público lo que quiera. El problema es que, a veces, da la sensación de que se escucha más no al que mejor habla sino al que más grita. Los terraplanistas, los anti vacunas, los de la teoría de la conspiración en la carrera espacial, los negacionistas del cambio climático o todos aquellos que se dedican a esparcir bulos con intenciones racistas y xenófobas. Estos son los nuevos profesionales de la desinformación y, muchas veces tras ellos, se esconden injerencias de potencias extranjeras o determinados lobbies. Por eso, en estos tiempos donde la transparencia se combate con la desinformación es algo muy positivo que arrase una serie que hace bandera de la lucha contra la manipulación política. La serie acaba siendo un homenaje a todas las víctimas de la catástrofe. Es un alivio ver cómo a la gente le sigue interesando la verdad.

Casi resulta paradójico que se haya alzado como la serie mejor valorada en la historia de IMDb, porque el trasfondo de esas votaciones parece algo sacado de un capítulo de Black Mirror. Porque más parece un voto de castigo de determinados fans decepcionados con el final de Juego de Tronos. Encumbrando a una, desbancan a la otra. Grupos que, de manera organizada o no, intentaban desde que comenzó la temporada que la puntuación de la serie de los dragones fuera la más baja posible.También ha ayudado el que cuando se ha corrido la voz de que Chernobyl era una gran miniserie se ha lanzado a sus brazos para compensar bien la decepción o bien el mono de tener una ficción a la que engancharse. Ante la cantidad de loas y aplausos que se ha llevado Chernobyl no han tardado en aparecer los clásicos troles con cantinelas que ya hemos oído otras veces. Que si no es tan buena, que si los personajes deberían hablar en ruso o que si hay un libro que es mucho mejor. El tiempo pondrá las cosas en su sitio y se verá cuánto había de burbuja en estas votaciones. Esta vez hemos tenido la fortuna de que ha sido una muy buena serie la que se ha visto agraciada por este cúmulo de circunstancias. Y como Chernobyl es una serie cerrada en tan solo cinco episodios, ya no pueden venir continuaciones que nos estropeen el buen sabor de boca que nos dejó. Aún recuerdo cuando no había terminado la segunda temporada y ya muchos ponían a Juego de Tronos como una de las mejores series de la historia.

No tengo ninguna duda de que la historia y el mensaje que se nos cuenta en Chernobyl es algo muy parecido a lo que Ryan Murphy nos quiere contar en la tercera temporada de American Crime Story sobre las negligencias del gobierno norteamericano durante la crisis del huracán Katrina. Un argumento que puede chocar para una serie dedicada en recrear crímenes reales en la historia reciente de los Estados Unidos, pero es que Murphy tiene claro que la actuación de la Administración Bush fue un crimen. Como también fue criminal la actitud de la autoridades rusas durante la catástrofe de Chernobyl. La serie deja claro que esa negligencia pudo haber tenido consecuencias mucho más graves.

La crisis de Chernobyl tuvo su reflejo en algunas de las franquicias televisivas de la época. En la sexta película para la gran pantalla de la saga Star Trek, se nos mostraba la firma de la paz entre la Federación y el Imperio klingon. En esta franquicia galáctica, mientras la Federación representaba a las democracias occidentales, sus enemigos los klingon parecían representar a los países del eje comunista. La crisis que genera el acercamiento entre los bloques antagónicos fue una explosión en la luna de Praxis, que era el principal suministrador de energía del imperio. El siniestro deja en evidencia la debilidad y la precaria situación en la que se encontraba el régimen. Las semejanzas con la actualidad internacional de la época son más que evidentes. Hoy en Star Trek Discovery los klingon han evolucionado y guardan más similitudes con los combatientes yihadistas.

Aunque parezca mentira, los Simpsons no predijeron Chernobyl. Pero es que la serie comenzó tres años después del accidente. Sin embargo, en la serie de animación sí que aparecía reflejado el temor a la energía nuclear y a unos empresarios despiadados y capaces de recortar en materia de seguridad para conseguir más beneficios. La incompentencia de Homer, la avaricia del señor Burns y los constante incidentes radiactivos en la central nuclear en la que trabaja han estado presentes en los argumentos de treinta años de episodios.