El laureado pirotécnico valenciano Ricardo Caballer dio de nuevo anoche la «tronà» en el Castell de l'Olla con un espectáculo novedoso de fuego, luz y color que superó a las 31 ediciones anteriores. En su cuarto año consecutivo lo tenía muy difícil porque se ha visto de todo desde que en 1987 se lanzó el primer castillo de fuegos de la mano del finado Miguel Zamorano Caballer, quien lo disparó 15 años seguidos, y después le siguieron otras empresas de la familia Caballer.

Pero es que Ricardo, de Ricasa, es un maestro en esto de los fuegos artificiales que supera todos los retos que se le presentan, y el de La Olla de Altea no es moco de pavo al ser el único de la costa mediterránea española que se lanza completamente desde el mar, con la entera dependencia de las corrientes marinas que pueden tirar por la borda un trabajo que se ha estado preparando durante más de medio año.

La playa de la Olla y sus aledaños comenzó a llenarse de gente pasadas las siete de la tarde por vecinos y turistas de Altea que acudieron con sus neveras portátiles llenas de bebidas y sus capazos llenos de comida para buscar la mejor ubicación desde la que asistirían a uno de los mejores espectáculos pirotécnicos de Europa. Por otro lado, a las 20:30 horas llegaban al palacete de Villa Gadea el presidente de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, y la consellera de Justicia de la Comunidad Valenciana, Gabriela Bravo, para presenciar por primera vez el Castell de l'Olla, aunque antes visitaban una exposición de los carteles de las 32 ediciones habidas como acto previo a la entrega del Premio «Illeta d'Or» que este año se le ha otorgado a la periodista Mamen Asencio, de RNE; a la emisora Onda Cero, y a los pirotécnicos Ricardo Caballer y Rafa Terol (a este de manera póstuma) que durante más de 15 años se encargó del disparo del «Castell» con Miguel Zamorano Caballer.

La gran noche

Y llegó el gran momento. A las doce en punto de la noche, con el cielo completamente oscuro por haber luna nueva, y con algunas perseidas cruzando el espacio, comenzaba el espectáculo pirotécnico. De entrada, durante casi dos minutos el cielo se iluminaba con una extensa variedad cromática que, a modo de obertura y preámbulo, mostraba un resumen de lo que vendría después: una exquisita sinfonía de colores, formas y sonidos que iban in crescendo para acabar 25 minutos después con un tranquilo kamuro dorado y blanco que desde 300 metros de altura y durante 40 segundos caía lentamente en el mar como un sauce llorón igual que las lágrima se san Lorenzo mientras en el agua le recibían 6 pavos reales con sus colas multicolores y al unísono se lanzaban hacia el firmamento 1.500 carcasas de trueno produciendo un efecto único e inesperado por su belleza que el gran público premió con sus aplausos y vítores.

El «Castell» ofreció un gran espectáculo en los 25 minutos que duró. Sin pausas y con elegancia se dividió en 60 conjuntos de formas y colores. Grandísimas palmeras de 300 metros de diámetro lanzadas a gran altura iluminaban la bahía de Altea y a los casi 50.000 espectadores que se aglomeraban para presenciar esta fiesta pirotécnica. Una paleta cromática muy variada, mostrada por Ricardo Caballer y su personal dirigido por el jefe del departamento de espectáculos Fernando Trotonda, mezcló formas como espirales, molinetes, palmeras, colas de pavo real, etc. y colores como el verde intenso, el rojo sangre, el escarlata, el rosado, el amarillo, el naranja, o el blanco intenso y cegador. Al final, todo el mundo estaba contento de haber visto en directo un castillo que marcaran la historia de la pirotecnia, y el presidente Puig alabó el trabajo de Caballer y la organización de la Cofradía del Castell en colaboración con el Ayuntamiento de Altea.