Altea

La lucha simbólica entre el hombre y el espacio tuvo anoche su gran momento en la bahía de Altea. En la Tierra, y concretamente frente a la isla de la Olla, comenzaba a las doce en punto de la noche el Castell de l'Olla con el lanzamiento desde el mar hacia el cielo de más de 1.200 kilos de masa explosiva durante casi 25 minutos en un espectáculo pirotécnico único en el Mediterráneo español. En esos mismos minutos, desde el espacio caían las «Lágrimas de San Lorenzo», las estrellas fugaces llamadas Perseidas que, según anunciaba días pasados el Instituto Geográfico Nacional, tendrían su máximo apogeo a la misma hora con una actividad de entre 30 a 100 meteoros a la hora mientras por el horizonte asomaba la luna menguante.

Colas de pavo real

Uno de los espectáculos pirotécnicos más famosos de la Comunidad Valenciana, declarada Fiesta de Interés Autonómico, dibujó en el cielo, gracias a la maestría del laureado pirotécnico valenciano Ricardo Caballer (Ricasa), un variado mosaico de figuras de fuego, luz y fantasía, con dieciocho colas de pavo real, las clásicas formas diferenciadoras del «Castell», y más de trescientas palmeras de hasta 250 metros de diámetro, con una amplia gama de colores, entre los que predominaron los dorados y los blancos en un espectáculo sensacional con un ritmo trepidante. Sin pausas ni monotonías, los colores vivos e intensos brillaron en tonalidades púrpuras, verdes, anaranjados, dorados o blancos sobre un mar en calma.

Caballer no podía fallar en el Castell de l'Olla. Es una garantía de que un castillo de fuegos disparado por él será un éxito asegurado. Pero también había un gran compromiso por su parte para ofrecer un espectáculo pirotécnico que a lo largo de los años se ha ido superando. Algo muy difícil en este mundo. Y encima, el reto de dispararlo enteramente desde el mar suponía que todo tenía que estar preparado al milímetro para que los 50.000 espectadores congregados se quedaran boquiabiertos, como así ocurrió al final del espectáculo cuando el maestro del fuego sorprendió lanzando al unísono las gigantescas palmeras que explotaban a 300 metros de altura y las colas multicolores de pavo real sobre la superficie del mar. Caballer, que disparaba este castillo por tercer año consecutivo, jugó sobre todo en la parte visual de los reflejos sobre el mar.

Satisfacción

La playa de la Olla estaba abarrotada; y el horizonte del mar, lleno de embarcaciones. Al acabar el castillo, el público de tierra vitoreó y aplaudió durante varios minutos. Y desde la lejanía también se oían las bocinas de los barcos que desde otra perspectiva habían presenciado un espectáculo que busca el reconocimiento internacional.