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Fiebre verde en la Marina Baixa

La cada vez más creciente demanda y el elevado precio que percibe el agricultor disparan el cultivo de aguacates Callosa d'en Sarrià es la principal zona de producción, con unas 700 toneladas al año

El furor por el aguacate que se vive en zonas como Callosa d'en Sarrià hace que este árbol esté empezando a desplazar, en muchas fincas, incuso al níspero. JOSÉ PALAZÓN

Hace casi 30 años, algunos agricultores visionarios, decididos a diversificar la oferta, plantaron los primeros árboles de aguacate en Callosa d'en Sarrià, el municipio con mayor superficie agrícola de la Marina Baixa. Entonces pocos, muy pocos, se decidían a comprar este fruto las escasas veces que lo había en el supermercado. «Por eso su precio estaba por los suelos, mientras que por un kilo de naranjas te daban una fortuna», recuerda Esteban Soler, el ingeniero agrónomo de Ruchey, la Cooperativa Agrícola de esta localidad. Como si hubiéramos hecho un viaje al mundo al revés, hoy, en 2017, apenas hay alimentos que estén tan de moda como el aguacate. Y esa fiebre ha llevado a la comarca a vivir su propia revolución en verde.

El auge de este fruto en el mercado y, sobre todo, la importante rentabilidad que el mismo reporta para el agricultor han propiciado que en poco más de cinco años, las plantaciones de aguacates en Callosa se hayan multiplicado. A día de hoy, alrededor de 300 hectáreas están ocupadas por este árbol, que ha desbancado prácticamente por completo a cítricos como las naranjas y las clementinas y que comienza a enseñar las orejas al cultivo por antonomasia de la Marina Baixa: el níspero.

Aunque las cifras de uno y otro están todavía a años luz -este año la Cooperativa callosina ha recogido unos 13 millones de kilos de níspero frente a los 700.000 de aguacate-, la producción casi se ha duplicado con respecto a las cifras de 2015, cuando se produjeron unas 400 toneladas, y nada tiene que ver con los 50.000 kilos de hace ahora una década, como recogen los datos de un informe elaborado por la Asociación de Jóvenes Agricultores (Asaja) sobre este cultivo. Las cifras no se quedan ahí. Porque si sumamos a estos datos los árboles que ya están plantados pero aún no dan fruto -el aguacate tarda cinco años en empezar a producir-, en Ruchey calculan que en poco más de un lustro se podrán superar los tres millones de kilos. El 90% de la cosecha se marcha a países de Europa como Francia o Italia, mientras que los aguacates que nosotros comemos vienen mayoritariamente de Perú.

O abandonar o replantar

El motivo de esta espectacular apuesta por el aguacate hay que buscarlo en varios factores. El primero y principal es el beneficio económico para el agricultor, que en muchos ámbitos lo reconoce como el «árbol de oro». En el supermercado, el aguacate puede llegar a pagarse a más 6 euros el kilo, casi el doble de lo que percibe de media el labrador: entre 2 y 3 euros por kilogramo, dependiendo del calibre del fruto. Comparativamente hablando, la misma cantidad de naranjas se paga en el campo, calculando muy por lo alto, a 0,20 euros. O, dicho en otras palabras, el precio ha convertido a los cítricos en un cultivo «totalmente improductivo, porque cultivarlas ya cuesta ese dinero o más», explican en Callosa. Ante esa tesitura, sólo te quedan dos opciones: «O abandonar el campo o plantar aguacates».

¿Por qué se paga tan caro? El propio juego de la oferta y la demanda es el principal responsable. La asociación de este fruto con la alimentación saludable, las interminables propiedades alimenticias que se le conocen y las múltiples formas de prepararlo han disparado la demanda entre los consumidores. En cifras absolutas, en España pasamos de consumir 34.000 toneladas en el año 2012 a casi 73.000 en 2016. Lo mismo ocurre en el resto de países de Europa y, también, de otras partes del mundo. Las cifras con las que trabaja la Cooperativa Ruchey apuntan a que «la demanda es tan brutal que entre todas las zonas del mundo no vamos a poder producir lo suficiente para llegar a todos los mercados». Por eso, hasta que eso ocurra, el precio no dejará de crecer.

Poca atención y mano de obra

Otro de los factores de peso responde a una cuestión puramente práctica. Aunque en términos económicos un nisparero produce mucho más fruto que un aguacate y consume mucha menos agua, el cultivo tradicional de la Marina Baixa está directamente asociado a la palabra «sacrificio»: la fruta se pica con mucha facilidad; requiere de mucha mano de obra y muy especializada en todas sus fases; y «una calidad tan suprema que, al final, no la puede alcanzar todo el mundo», explica el ingeniero de la Cooperativa. Con el aguacate ocurre todo lo contrario: no tiene plagas; no necesita tratamientos con herbicidas; ni tampoco cuesta en exceso cogerlo del árbol. «Sólo pide agua y abono, agua y abono», añade el experto.

Por eso, la reconversión de un cultivo al otro se está dando, mayoritariamente, en dos casos: en labradores mayores que no tienen relevo generacional porque sus hijos no quieren saber nada del campo; y en labradores jóvenes, que toman las riendas de las producciones familiares y que arrancan lo que antes tenían sus padres para plantar esos nuevos «árboles de oro».

En distintos almacenes de Callosa, los plantones de aguacate para seguir ampliando las cosechas se cuentan por decenas. ¿Hay capacidad para seguir creciendo? Los agricultores tienen claro que sí. «Tenemos todo lo que este árbol necesita: clima, suelo y agua», dicen. La revolución verde sigue su curso.

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