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Juan Rostoll Agulló y Pepe Martínez, «Borrasca»

El último afeitado de la vieja escuela

Por los sillones de su barbería han pasado cuatro generaciones de benidormenses, desde políticos a empresarios

El último afeitado de la vieja escuela Foto de DAVID REVENGA

No puedes andar con ellos un par de metros por la calle sin que alguien les pregunte «Ie, què feu que no esteu treballant?». Da igual si nos separa del interlocutor una acera, varios coches en marcha o el escaparate de cualquier comercio del barrio. Porque Juan Rostoll y Pepe Martínez son lo más parecido a una institución en el Calvari de Benidorm. No es para menos. En los últimos 44 años, su profesionalidad en el oficio de barberos y, sobre todo, su trato afable y cercano han hecho que su negocio de la calle La Biga se haya convertido en un punto de reunión y referencia. Ahora, su jubilación, no sólo pone fin a un ciclo de barberos de la vieja escuela en la ciudad, sino que también deja a cientos de vecinos huérfanos de un lugar donde encontrarse con amigos, leer el periódico y ponerse al día de los asuntos del «poble» entre corte y corte de pelo.

Pepe nació el 29 de agosto de 1951 en la misma casa de La Biga donde hasta ahora han regentado el negocio. Juan, el segundo de cinco hermanos, pocos meses después: el 1 de octubre, en la calle La Palma, a escasos metros del primero. Los primeros años de ambos transcurrieron como los de otros niños del pueblo: entre el colegio, los juegos en la calle y las aventuras de un Benidorm que empezaba a despertar al turismo. «Pero siempre juntos», les gusta recordar, mientras rememoran cuando iban a jugar al final de la calle Asunción «debajo de una casa que tenía sobre su puerta un farol».

Se iniciaron muy jóvenes en el oficio. Juan, con sólo 8 años, cuando comenzó a acudir de aprendiz a la barbería de Gregorio «Cuarteró» en el actual Paseo de la Carretera. «Era una forma de que los niños no estuviéramos en la calle. A muchos, cuando acababa el colegio, nos enviaban a aprender distintos oficios. Y allí barrías o hacías recados. Los hombres que iban a pelarse te pedían que fueras al estanco, que avisaras a su mujer de que tardarían en llegar a casa,... Y pasabas el cepillo e ibas aprendiendo», explica Juan.

Durante varios años, el descendiente de las sagas de los Cabera y L'Esclau, compatibilizó sus «pinitos» como peluquero con la asistencia al colegio. Primero, en la escuela de la calle Alameda y, después, junto a Pepe y a otros niños y niñas de su quinta, les tocó inaugurar en 1960 el entonces conocido como Grupo Escolar, que después pasó a llamarse Leonor Canalejas.

Pepe, conocido popularmente como «Borrasca» porque así le «bautizó» un día en la barbería el «Tí Tarròs», comenzó a pelar a los 14 años, al acabar la escuela. Sus primeros pasos los dio de aprendiz en la peluquería de Laurean, que se ubicaba en la calle Tomás Ortuño, y donde ya trabajaba para entonces su inseparable compañero y amigo. Después, marchó a cortar el pelo y afeitar en el negocio de Toni «el Ratero», que, como afirma de guasa, fue quien le «lanzó al estrellato».

Como muchos otros benidormenses, hicieron juntos el servicio militar en la Marina, en la base de Cartagena, donde también dedicaron el tiempo a rapar cabezas y afeitar a otros marinos. Y, al regresar de la mili, decidieron abrir el negocio que ha servido como sustento de sus respectivas familias hasta que el pasado sábado colgaron para siempre las tijeras. Era marzo de 1973.

Reconocen que nunca sintieron una devoción especial por el mundo de la barbería. «Te encarrilaban desde pequeño a una cosa y, al final, acababa siendo un medio de vida, porque es lo que sabes hacer bien», explica Pepe. Sin embargo, juntos lograron suplir esta falta de vocación inicial y otros inconvenientes derivados del oficio, como los dolores de espalda por estar horas y horas en la misma postura, o no tener horarios. Y, además, ser reconocidos por ello.

Peluqueros, amigos, psicólogos...

Por los dos sillones del local, a lo largo de estas más de cuatro décadas, han pasado abuelos, padres, hijos y nietos, cuatro generaciones de numerosas familias de la localidad, que tuvieron en Juan y Pepe, más que dos peluqueros, a dos buenos amigos. La clientela fue de lo más diversa. «Desde Don Pedro Zaragoza a infinidad de personas», explica Juan. Y Pepe apostilla que muchas veces, además de barberos, también han tenido que ejercer de psicólogos: «La gente viene y, como tiene confianza contigo, se desahoga. No sabes la de historias que nos han contado: que si uno estaba pensando en separarse, que si el otro había discutido con el socio,...». Por ello, muchas veces fueron los primeros en enterarse de noticias que después corrieron como la pólvora por el pueblo: «Pero nuestro lema fue ser siempre discretos y no contar nada a nadie, ni a la mujer», un secreto profesional que aún mantienen a rajatabla ya jubilados.

Recuerdan haber sido testigos de la reconversión que se ha producido dentro de su propio sector. Vivieron los tiempos en los que el gremio de peluqueros fijaba los precios: 3 pesetas por afeitar una barba y 8 por cortarse el pelo. «Ahora va cada uno por libre», explican. También, la transformación que supuso el pasar de afeitar con navaja a hacerlo con las actuales cuchillas, con las que, según afirman, «es casi imposible cortar al cliente».

Entre las cuatro paredes de ese negocio han pasado más horas que con sus mujeres, hijas, familiares o amigos, un tiempo que ahora intentarán recuperar. Dicen con orgullo que nunca han reñido, a pesar de que son como dos polos opuestos: Juan, del Madrid; Pepe, del Barça; el primero, amante de la literatura; el segundo, del deporte, desde la bicicleta hasta el pádel. Uno, ahora, prevé ocupar el tiempo libre en su huerta de Les Tapiaes, en Finestrat, y ampliando su particular «museo biblioteca»; el otro, aprendiendo a jugar al golf. «Y disfrutar de la vida», coinciden en afirmar los dos, que tampoco se olvidan de dar las gracias a «los clientes que han confiado en nosotros tantos años».

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