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Benidorm

Cuando pudimos ser héroes del rock

Tres residentes en la ciudad de los rascacielos cuentan sus historias junto a grandes leyendas de la música

John Fiddler en una carátula de un disco con su banda Bonham.

Corrían finales de los años 80 y la famosa Sunset Strip de Hollywood era una especie de Sodoma y Gomorra repleta de laca, melenas, hombreras y tatuajes. Un paraíso de salas de conciertos y de barras americanas. El rock y el heavy metal habían invadido California y daba la sensación de que todos esos greñudos tenían cuerda para rato.

En mitad de este dislate social y bajo una caballera larga y rizada, se encontraba el británico John Smithson, al que en los bares de Benidorm se le conoce ahora como John Fiddler por su gran habilidad con el violín. Sin embargo, Smitshon, en esa California de 1989, no se separaba de su bajo ni de su amigo de juventud Jason Bonham, hijo del batería de uno de los mejores grupos de rock de la historia, los Led Zeppelin. Con su colega montó la banda Bonham y con ella vendieron más de un millón de discos por todo Estados Unidos. «Conocí a Jason porque me ligué a la novia del manager de los Zeppelin, que era de mi mismo pueblo, cercano a Brighton, en el sur de Inglaterra. Por la casa de este señor pasaban todos: Jimmy Page, Robert Plant... Quién me iba a decir que me estaba codeando con futuras leyendas del rock and roll», relata.

Pero los autores del famoso «Stairway to heaven» no fueron las únicas estrellas de la música que se cruzaron por el camino de Smitshon. Durante su estancia californiana, además de disfrutar de las desenfrenadas fiestas de los Motley Crue, fue requerido como músico de banda por artistas tan consagrados como Paul Rodgers o el mismísimo Rod Stewart. «Nunca llegabas a compartir demasiados espacios con él. Pero en los ensayos todos vivíamos una sensación mágica al pensar que, madre mía, íbamos a tocar junto a Stewart ante miles de personas».

A mediados de los noventa llegaba a la Costa Oeste norteamericana un grupo de bohemios desaliñados y desencantados bajo la etiqueta de grunges (Soundgarden, Pearl Jam, Nirvana) «y a los melenudos ya no nos quería nadie, así que volví a Europa», destaca nuestro narrador. El padre de John Smitshson tenía un bar en Benidorm, por lo que pasaba algunas temporadas en esta localidad. El sexo, drogas y rock and roll lo cambió por sol, playa y rock and roll, pero con sabor mediterráneo.

Aquí encontró a su colega Ken Hensley, líder de la banda de hard rock Uriah Heep, con la que llevó a cabo alguna gira por Rusia. «Pero claro, cuando dejas de vender discos, el dinero ya no fluye lo suficiente como para hacer giras, así que poco a poco se fueron acabando. Estuvimos 25 años en Hollywood y pensábamos que nunca tendríamos preocupaciones económicas con la música», rememora John, que se gana la vida ahora con el apellido Fiddler tocando en diferentes garitos de la capital turística un repertorio de rock y música celta.

El también británico David Walmsley, residente en Altea, mide más el número de bolos que hace debido a sus 71 años. Demasiados años de rock a sus espaldas, que inició con una de sus primeros grupos, Accrintong Stanley. Con esta formación compartió escenario en el festival de Glastonbury de 1971 con un novato David Bowie. «Salía después que nosotros y estaba muy nervioso. Nos preguntó por nuestras guitarras. A mí no me gustaba lo que hacía pero ya ves el marketing de la música lo que consiguió», matiza el también conocido como Wammy.

Wamm fue el grupo con el que más éxitos cosechó en Reino Unido. Nombre que después reutilizaría George Michael para su primera experiencia musical.

Y hablando de reformulaciones también está el intento de relanzamiento que hizo Wammy de Los Bravos con algunos de sus antiguos componentes, que al final derivó en otro proyecto musical denominado Zebra. «Era una época distinta, en la que la gente venía a los conciertos a escuchar la música. No había tanta electrónica. Era guitarra, bajo y batería. Lo esencial para el rock».

Rock and roll como el que no ha dejado de emanar de la guitarra del búlgaro Don Dimon, también afincado en la comarca. Su instrumento le ha llevado a tocar por diferentes partes del mundo. Su mánager, hace cinco años, le consiguió un bolo junto a una auténtica eminencia en su misma disciplina musical, Carlos Santana. Con él ha llegado a compartir escenario hasta en tres ocasiones. En su mente se ha quedado grabado un mensaje que le dio el mexicano: «Cuando toques versiones de otro compositor, siempre pon en ella una parte de tu corazón». Dimo, con 30 años de conciertos en su currículum, también tiene su propio consejo para la gente que empieza: «No importa el público que vaya a verte en un concierto. Siempre lo tienes que hacer como si hubieran más de 10.000 persona ante ti».

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