El paso del tiempo simplifica la memoria. Hoy podríamos decir que todo comenzó casi a la vez: las nuevas torres concebidas de pronto según el modelo vertical concentraron en un puñado de metros cuadrados centenares de viviendas; un crisol de decenas de idiomas europeos tomó aquellos micromundos de cemento que aspiraban a tocar el cielo; algunos visionarios construyeron una plaza de toros y un gran mercado; y llegaron el Cordobés y Paco Camino; el Viti y Luis Miguel Dominguín; Raphael y Julio Iglesias; Emilio Romero, Tony Leblanc, Otto de Hasburgo, Carmen Polo de Franco. Sí, todo a la vez: una transformación enorme y sin tregua, urdida en muy pocos años. La Benidorm de los años sesenta y setenta, hoy sorprendentemente lejana.

Cuando a mediados del siglo pasado, al exalcalde Pedro Zaragoza se le ocurrió lo que todo el mundo sabe que se le ocurrió -evitar que Benidorm se pareciera a cualquier otro municipio turístico de la costa para parecerse en parte a Las Vegas y en parte sólo a sí misma-, fue necesario contar con el concurso de una serie de profesionales inéditos en aquel municipio que antes sólo había dado pescadores e hijos de la Marina Mercante. Uno de esos nuevos oficios fue el de administrador de fincas, que nació, precisamente, de aquel vértigo, de aquella manía casi dogmática por las alturas: de pronto, se hizo imprescindible alguien que pusiera orden en las fincas inmensas nacidas de la nada, colmenas integradas por comunidades de propietarios que planteaban necesidades casi dignas de una pequeña república.

Fiesta con Otto de Hasburgo

El pionero de los administradores de fincas en esta ciudad fue Miguel García Marcet, un personaje singular que anduvo metido en todos los fregados de la época, desde la inauguración de la plaza de toros hasta el festival de la canción, desde el nuevo mercado hasta las históricas crisis de la sequía; a la vez que aprendía a entender las necesidades domésticas de alemanes, belgas, británicos, madrileños o vascos -recién llegados al paraíso -, nuestro hombre departía en fiestas con Otto de Hasburgo, atendía en el albero a toreros de postín, hablaba de negocios con los Puchades, se estrujaba el cerebro para ver cómo diantres traer agua. Fue representante de aquellas familias autóctonas que de la nada hicieron una ciudad con cierto glamour patrio. A su manera, claro. Como se podía, como se sabía

Miguel García Marcet nació en diciembre de 1932 y era hijo -entonces como casi todo el mundo- de marineros. En una época en la que casi nadie estudiaba, él estudió para maestro. Y se fue a trabajar a Villanfranca Montes de Oca, un pueblo de Burgos donde en dos años nunca echó de menos lo suficiente el Mediterráneo, nunca logró olvidar las batidas de lobos y, ya para siempre, supo lo dura que es una posguerra.

Amigos que se dedican al turismo

De regreso a su tierra, fue Pedro Zaragoza -cómo no- el que lo llamó para formar parte de lo que vendría a ser una especie de oficina de turismo de la época, denominada "Oficina de Amigos de Gabriel Miró" lo que nos da una idea -eso de los amigos que se reúnen para hacer turismo- del voluntarismo de la época. Después, tuvo un encuentro crucial con los Puchades, familia de empresarios que durante toda una época simbolizaría el poder natal de hacer las cosas: y de la mano de Alfonso Puchades, García Marcet, hizo tres cosas fundamentales.

Primera. En aquella década de los sesenta en la que todo cambiaba en el mundo, los Puchades instalaron el mercado municipal, inmueble vital para entender el desarrollo comercial de Benidorm. Nuestro biografiado se encargaría de la gestión de venta de los puestos, que se entregaban en régimen de concesión administrativa por 40 años.

Segunda: Fue también Alfonso Puchades quien recomendó a García Marcet hacerse administrador de fincas. Un consejo, desde luego, con visos de futuro: entonces aún no existía ni un solo despacho profesional del ramo. García Marcet le hizo caso y se dedicó a eso. Su primera oficina nació como nacen siempre estas cosas, en precario: la instaló en su propio domicilio en el edificio Abril y sin ningún empleado. Con él estaba, eso sí, su esposa, Olimpia.

El Cordobés, DyangoÉ

Tercera: Puchades montó la Plaza de Toros, de cuya construcción se cumplen ahora 50 años. Aquel coso taurino rivalizó en carteles con otras plazas de altura: por su arena pasarían renombrados diestros (El Cordobés protagonizaría una celebre reaparición que concitaría a todos los medios de comunicación nacionales). Pero es que además, la plaza también daría cobijo al Festival de la Canción, por el que asomaron la cabeza unos chicos hasta entonces desconocidos como Raphael, Dyango o Julio Iglesias. En una extraña simbiosis muy propia de esta ciudad, el invento taurino y el invento musical dispararon la popularidad del Benidorm de los años de gloria. Y García Marcet estuvo allí: era el hombre de la organización de un invento y del otro. Durante el mes de julio había sábados en que concluía el festival y al domingo siguiente todo debía estar dispuesto para la corrida. Y lo estaba: se trabajaba a brazo partido para desmontar el escenario musical y montar el coso. La gente de Marcet hacía aquel cambio de tercio por motivos casi altruistas: como contrapartida a su labor recibían entradas de los diversos eventos para sus familias.

Integrado en las entretelas del poder, García Marcet fue también concejal de Aguas: le tocó lidiar con aquellos años en los que, secos grifos o pozos, eran barcos o camiones militares los que traían el agua a Benidorm mientras los alemanes huían escandalizados a otros destinos y el cliente británico, se ve que menos puntilloso, pasaba a convertirse en el cliente principal.

Y llegan los ochenta

Transcurrió el tiempo. Llegaron los ochenta y aquella Benidorm empezó a desaparecer, esparcida entre las cenizas de la memoria. Ya no vendrían Antonio Ordóñez a su piso del edificio "Las Algas" ni Emilio Romero al "Principado B" ni Carmen Polo al "Tor Serena". La Plaza de Toros perdió caché y fue vendida al Ayuntamiento. El Festival de la Canción languideció en una copia nostálgica y un poco impostora de sí misma hasta echar el cierre. Pero, aunque de otra manera, Benidorm siguió creciendo: la expansión inmobiliaria de los noventa y de principios del nuevo siglo potenció el "sky line" en forma de flamantes torres y los administradores de fincas continuaron teniendo trabajo gracias a la segunda residencia y al apartamento turístico. Hoy hay más de treinta profesionales del sector.

¿Y nuestro hombre? Vencida la romántica precariedad de los primeros tiempos, García Marcet habilitó oficina en la calle Tomás Ortuño y a lo largo del tiempo llegó a atender hasta 80 edificios. Se jubiló en 1997. El relevo empresarial fue asumido por sus hijos, Miguel Ángel y Francisco Javier García Orts. Su oficina se denomina ahora "Administración de Fincas Marina Baixa". Y así sigue. Como la ciudad que le dio sentido.

"Soy el presidente de la comunidad. ¿Está mi colega, Felipe González?"

Cincuenta años de oficio dan para mucho. La lista de anécdotas es larga. Como la de aquel presidente de comunidad de principios de los años 80 de simpatías socialistas que trataba en sus cartas como a un igual al otro presidenteÉ que era Felipe González. O la de otro propietario, también jefe de un edificio, que le preguntó al administrador quien iba a pagar sus tarjetas. Miguel García Marcet y Javier García Orts también saben mucho de estar de guardia durante 24 horas al día, incluidos los fines de semana; de sábados por la noche en los que de pronto un edificio se queda sin luz o sus bajos han sufrido una filtración de agua o su garaje un incendio; y de tratar durante horas con todos los sectores económicos que participan en ese complicado mundo que es el del mantenimiento de las fincas: desde electricistas hasta jardineros; de cuidadores de piscina hasta técnicos en televisión.