"Temo que por la crisis, la gente no reflexione bastante, que se tomen decisiones por miedo y que haya conflictos" en Europa, donde actualmente parecen radicalizarse las ideologías "y las convicciones". Es la reflexión que Helmtrud de Roo von Hagen, hija de uno de los oficiales que participó en el atentado fallido contra Hitler del 20 de julio de 1944, hacía ayer tras una emotiva conferencia en la que narró las vivencias de su infancia desde esa señalada fecha, que marcó su vida y su identidad.

Von Hagen compartió ayer su experiencia con otros hijos de la Segunda Guerra Mundial y la resistencia alemana, de la Guerra Civil española y de las dictaduras militares de España y Argentina, en la segunda jornada del foro sobre memoria histórica que se celebra en la Fundación Frax de l'Alfàs del Pi.

Ha pasado de la rabia que vivió de niña junto a su hermano, "cuando sentimos que nuestro padre se iba sin más y nos dejaba expuestos a nuestro destino", a defender el "perdón y la comprensión en la que siempre mi madre ha insistido". Albrecht von Hagen proporcionó los explosivos en la conspiración de la resistencia alemana contra el Führer, orquestada por el conde Claus von Stauffenberg, la conocida como Operación Valkiria. Condenado a muerte, fue ejecutado ese mismo año, cuando ella sólo tenía ocho, y ahí comenzó su periplo de huidas y miserias por la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Recuerda con especial dolor cómo su hermano, "un buen chico hitleriano", quedó "derrumbado y traumatizado" cuando supo lo que había hecho su padre.

A sus 76 años, comprende mejor las palabras de su carta de despedida: "No puedo renegar de mi destino, y si piensas que el destino es demasiado duro contigo, acuérdate de que estos tiempos son tan duros que, al compararte con otros, tu destino parece poca cosa. No temo a la muerte, tan sólo me queda conservar la compostura y la nobleza". Al releer las palabras de su padre no puede evitar que se le salten las lágrimas, tampoco cuando recuerda: "Mi hermano se tuvo que hacer cargo de mi madre con sólo once años" y entre las tareas que tenían los niños por delante estaban la de "distraer a los cosacos rusos de las mujeres y madres jóvenes para intentar que no fueran violadas". "Les ofrecíamos relojes o cualquier cosa para alejarlos de las casas. He presenciado muchísimas violaciones, he visto muchas muertes en las cunetas"

Hambre, frío, innumerables cambios de lugar, separaciones de su hermano y de su madre, arrestos, huidas en caravanas entre la nieve y el viento, interminables viajes en trenes, en barcos, trabajos agrícolas, pillería infantil, son sólo una pequeña parte del crudo y enternecedor relato de sus experiencias.

Recuerda cómo tras el arresto, la separaron de su madre, después de su hermano, y la enviaron a una residencia con otros niños de su edad donde "no se podían mostrar los sentimientos". "Yo era un número, el número 26 y bajo este número fuimos gestionados, administrados". Por suerte, los tres volvieron a reunirse. Su madre fue expropiada y le quedó "un caballo, un acordeón y un mantel". Recuerda avalanchas de refugiados, miedo, intranquilidad, campamentos y estar siempre preparados para huir. "Mi madre tenía siempre un hato con una manta y un cojín y unas bolsas con alimentos que nos colgaba al cuello por si teníamos que abandonar corriendo nuestra patria".

Pero sobre todo recuerda sentimientos de "nostalgia", "tristeza", "soledad" e "incomprensión" porque "los mayores no tenían tiempo para atender a unos niños asustados, había mucho trabajo que hacer y además tenían que digerir ellos mismos lo que habían vivido". Así, los niños creaban su propio mundo. En un refugio "inventamos un payaso con el que jugábamos"; en otro, se convertían en "pequeños oportunistas organizados" para poder coger cosas para comer.

Todavía hoy se sigue preguntando por su "identidad", por el significado de conceptos como "patria" y por los "sentimientos de culpabilidad colectiva", que siguen siendo para ella "cuestiones sin resolver". "Tengo claustrofobia, soy muy sensible al peligro y al miedo", ahora incluso "al ruido", "estoy afectada y lloro mucho" y "tengo miedo a tomar decisiones"; pero no olvida que su madre recordaba todo "con humor, un poco de sarcasmo y una gran comprensión" y "ese es un legado muy grande" que le lleva a sonreír y a asegurar que en cualquier conflicto no hay buenos ni malos: "cada uno actúa por una convicción, aunque sea equivocada".

Entre aplausos y abrazos, Helmtrud fue despedida por los ponentes y asistentes a este foro de expertos que hoy continua debatiendo cómo hacer frente a los traumas y secuelas que dejan estos conflictos en la persona y en la sociedad.