Más potente que el olor a gofre y a bronceador que inunda Martínez Alejos es el aroma a elecciones que se respira en esta ciudad desde bastante antes de la simbólica pegada de carteles que anoche se escenificó en el Parque de Elche. No es para menos. A diferencia de otros ruedos, en los que la mayor zozobra radica en el número de concejales que, por encima de la mayoría absoluta, obtendrán las propuestas que parten como vencedoras, aquí hay partido y eso es algo que ni a los políticos ni al alma demográfica de la capital turística de la Costa Blanca, a los fills del poble de uno y otro bando, se les escapa.

A una población que en menos de veinte años ha sufrido dos traumáticos cambios en el gobierno municipal, en la que sus habitantes se han cruzado en la calle con los tránsfugas que los provocaron y que, además, han asistido impotentes al lamentable espectáculo de ver cómo ellos y aquellos que les quedaban más cerca vivían de los impuestos que todos pagaban, ni frío ni calor les debería haber provocado la irrupción de Gema Amor tras materializar su ruptura con el partido que la vio nacer y que la ha dejado caer. Pero, lejos de la apatía, lo que la exedil popular y expresidenta local del partido ha provocado con su Amor a Benidorm es que los dos grandes partidos que desde hace varias legislaturas se han venido repartiendo el mercado de los votos en esta ciudad no puedan, ni deban, perder de vista a esta mujer cuya osadía contrasta con las lágrimas que afloran en sus ojos cuando se le pregunta por las declaraciones de su otrora inseparable compañero de fatigas, el presidente provincial del PP, José Jaoquín Ripoll, augurando la extinción de los escindidos del PP tras el 22-M.

Salvo su padre, el exedil Pepe Amor, al que el querer por su hija puede haberle alterado su capacidad para el cálculo, pocos de los que conocen la realidad electoral de Benidorm le vaticinan a la expresidenta del Patronato Provincial de Turismo más de un concejal. Ni uno más, salvo sorpresas sobrevenidas por una escasa participación, que también se sopesa, pero tampoco ni uno menos. Y es ese hipotético edil el que los populares tienen clavado como un puñal en lo más profundo de unas preocupaciones que ni las proclamas augurándose una mayoría absoluta logran ocultar.

Por mucho que la consigna sea el ninguneo, el no citar a su excompañera ni para atacarla, lo cierto es que la posibilidad de que pudiera convertirse en la bisagra del próximo gobierno municipal planea como una losa sobre las cabezas de los populares y, de un modo más directo, sobre la de Manuel Pérez Fenoll, último alcalde electo de Benidorm y considerado responsable de que Amor sea, en vez de la número dos de su lista, un verdadero quebradero de cabeza. De ahí los rumores que ya han comenzado a lanzarse, para alejarle posibles votantes populares, sobre el posible pacto con el cabeza de lista del PSOE, Agustín Navarro, e incluso sobre la intervención que en ese acuerdo habría tenido algún exdirigente del partido a quien no le causaría excesiva tristeza el descalabro político de un protegido por Camps.

Tampoco toda la Pasión por Benidorm que proclama sentir el PSOE ni su autoconvencimiento de que tras el 22-M volverán a ocupar la Alcadía, (aunque esta vez, a diferencia de la anterior, sin la ayuda de un tránsfuga), evita a los socialistas dirigir la mirada hacia su antes rival y ahora, siempre a expensas de los que digan las urnas, posible aliada. Si el tsunami de la crisis y los efectos secundarios de las siglas no diezman en exceso los apoyos con los que calculan que pueden contar (pese a que son conscientes de que algo de peaje acabarán pagando) un 12-12-1 no se contempla como un resultado imposible, con lo que se hace necesario que la maquinaria de los pactos se mantenga engrasada.

Y como guinda del pastel, la comida que ayer compartió Eduardo Zaplana con sus amigos de siempre en un conocido restaurante de Benidorm en la que asistentes a la misma aseguran que no se habló de política, aunque no pueden decir que no lo hicieran de Pérez Fenoll y de la situación de Benidorm.