Los heraldos apostados a la entrada de la villa avisan a las tropas cristianas que ha llegado el momento de mostrar su todo su esplendor. La noche empieza a caer sobre La Vila Joiosa y sus habitantes acuden en masa ante el estruendo de los tambores, pregoneros de la buena nueva, al tiempo que son portadores de malos augurios para las tropas tunecinas. El mar que les sirve de sustento y que es al tiempo su peor enemigo les ha traído la dádiva más esperada: un rey que les ha unido para luchar por la paz.

El crepúsculo del día se refleja sobre las afiladas hachas de los «Destralers», que abren paso a las huestes de la Cruz. El miedo a perder su tierra, aquella que cultivan con tanto ahínco, hace que una impresionante legión de «Labradores», armados con azadas, «forques» y otros utensilios del campo, se unan a la contienda. Desde las tierras catalano-aragonesas aparece una tropa escogida y diestra en la guerra, capaz de minar la moral del enemigo más fuerte, se trata de los «Almogàvers». Sus dorados escudos y los carros de armas que preceden a su capitán infunden algo más que respeto entre las hordas infieles. El marcial paso de los gastadores al frente llegan, tras amarrar sus barcos al muelle, los «Marinos», que suman fuerzas también al soberano corsario. Desde el interior, llegan los «Cazadores», aportando armas al envite y sustento a las tropas, destacando su escuadra de arqueros. Preceden a los «Voluntarios», guarnición que aglutina guerreros de diferentes tierras, como así lo atestiguan las distintas banderas y que, amén de hombres, aportan una enorme catapulta capaz de derribar las mismísimas murallas de Jerusalén.

El colorido de la indumentaria avisa que los que han dejado las redes aguardando en el muelle, hacen su entrada para unirse al séquito real: Los «Pescadores». El guión cuatribarrado nos avisa de la proximidad de los soldados «Catalans». Recién llegados, no han querido siquiera descansar, ansiosos de mostrar su fuerza y entablar batalla. El estruendo de las ruedas que soportan los cañones enmudecen a los habitantes de La Vila, la «Artillería Cristiana» hace acto de presencia desplegando su poder. Los compases de su inseparable «Ragon Falez» anuncian a los «Contrabandistes», cuya alegría en el desfile cautiva a los miles de asistentes. Preceden al séquito real. La soberana y su corte llegan impulsadas por las corrientes marinas y la fauna del gran azul le sirve de guía al soberano, que ve cómo marchan frente a él los gigantescos esqueletos de cetáceos para anunciar su inminente llegada.

Invadido por el coraje y orgullo que transmiten sus mesnadas, entra el rey pirata y con él, el temor de los infieles.