El estado de alarma decretado por el Gobierno central hace ya un mes forzó a cerrar los centros educativos y a enfocar la docencia por la vía telemática, aunque hay otras instalaciones como residencias para personas con diversidad funcional que se mantienen abiertas para asegurar el tratamiento a aquellos usuarios que necesitan una atención las 24 horas del día. Es el caso de la residencia Virgen del Rosario de Crevillent, que atiende a personas con discapacidad psíquica de la provincia y ha tenido que adaptar el funcionamiento del centro para cumplir con las medidas de higiene, seguridad y protección que se dictan desde Sanidad para evitar contagios del Covid-19 entre el personal y más de una veintena de residentes.

Una de las principales medidas que ha tenido que tomar la dirección del centro es la de restringir las visitas a los familiares excepto por casos excepcionales. Por ello, desde que entró en vigor el decreto sólo pueden comunicarse con los internos por llamadas telefónicas y videoconferencias. Aún y así, al inicio de esta situación excepcional el centro dio la posibilidad de que los tutores de los usuarios pudiesen llevárselos del centro hasta que se levantase el estado de alarma, pero de los treinta residentes habituales, solamente ocho salieron «ya que depende de cada familia y cómo tengan estructurado el domicilio porque hay situaciones en las que es muy complicado atender a una persona que necesita cuidados», explica Juan José Lozano, director de esta residencia que gestiona la asociación de discapacitados psíquicos de Crevillent.

Mari Carmen Chazarra lleva semanas sin ver en persona a Antonio, su hijo, con síndrome de Fraccaro y una discapacidad del 82%. Tanto ella como su marido optaron por dejarlo ingresado hasta que pase la crisis sanitaria por prevención y para asegurarle un bienestar que en casa no podría tener durante el confinamiento, ya que «cuando está con nosotros de sábado a lunes mi marido se lo tiene que llevar al parque y a pasear porque si no se aburre y tiene el problema de que le dan crisis de agresividad y tira lo que coge, por lo que hay que estar pendiente de él y sería muy difícil llevar el confinamiento en casa», explica Mari Carmen, que está deseando que pasen los días para volver a abrazar a su hijo, aunque en parte está aliviada porque confía en que se encuentra bien atendido. Temían traerlo con él porque tanto ella como su marido son grupos de riesgo y no querían poner en peligro su hijo.

La residencia está dividida en tres módulos, dependiendo de la capacidad cognitiva de los internos, y han tenido que reorganizar a la plantilla por turnos de técnicos y cuidadores para que no haya cruces y atiendan siempre al mismo grupo. El servicio de limpieza se ha intensificado y por prevención le toman la temperatura corporal a todos los internos a diario. Descartan que por el momento haya ningún positivo de coronavirus en las instalaciones, y en caso de que se encuentren síntomas, tienen preparado un plan de contingencia para aislar a quién lo necesite a pesar de que el centro cuenta con limitaciones de instalaciones ya que, por ejemplo, una parte de los dormitorios son compartidos. Aún y así, desde la dirección del centro aseguran que tienen infraestructuras para que se pueda hacer la cuarentena. El personal se mantiene durante el confinamiento a pesar de la bajada de usuarios, y está formado por 34 personas, entre ellas cuidadores y cuidadores, una trabajadora social, psicóloga, psicoterapeuta, fisioterapeuta, enfermera y monitora ocupacional, además de los empleados de la limpieza y el comedor.

Dinámicas

La dinámica de trabajo con los usuarios también ha tenido que cambiar, ya que las actividades pasan a ser individuales para evitar el contacto entre ellos, y ahora emplean un material personalizado que sólo pueden manipular ellos mismos. Según Ana Martínez, enfermera de la residencia, ahora la programación se ha adaptado para que haya más distancia entre ellos y «por ello interactuamos más si cabe ahora para que vean cierta normalidad, les contamos lo que pasa fuera para que nos digan qué les gustaría hacer cuando pase el periodo del virus y es cierto que los chicos nos han sorprendido mucho» explica esta trabajadora. Los residentes se han tomado este confinamiento con naturalidad ya que se les ha explicado que hay «un bichito» que obliga a que, por el momento, sus familiares no puedan recogerlos por unos días, y la respuesta parece haber sido buena, aunque se sienten algo más tristes. Aún y así, todo los días realizan todo talleres tanto dentro como en la zona verde que tienen fuera donde pasean, cogen flores y plantas o incluso cuidan de un perro.

Los usuarios que finalmente salieron cuando comenzó la crisis sanitaria ahora están atendidos bajo responsabilidad de sus tutores y desde el centro explican que continuamente mantienen contacto telefónico para analizar cómo lo están llevando fuera.