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Antecedentes

Lección (y pulso) de altura

El Nuestra Madre Loreto se ha enfrentado a un Gobierno más preocupado por el daño que podía acarrear acoger a los inmigrantes que por su vida

Lección (y pulso) de altura

Trece hombres buenos a bordo de un pesquero en mitad del Mediterráneo han bastado para dar al mundo una lección de arrojo y solidaridad y sacar de paso las vergüenzas a una indolente Europa y a un Gobierno más preocupado por las elecciones andaluzas que por la vida de doce personas cuyo futuro sería más incierto, si cabe, de no haberse topado con la tripulación de Nuestra Madre Loreto. Un encuentro que se produjo cuando huían en su patera de patrulleras libias probablemente alertadas por el mismo negrero que les había vendido la travesía a un mundo que no les quiere.

Diez días han convivido 25 personas en un espacio pensado para la mitad compartiendo los víveres que el pesquero llevaba en la despensa y soportando la tensión de las continuas órdenes procedentes del Ejecutivo para que se desembarcara a los rescatados «en el puerto seguro más próximo». Un punto que desde Moncloa se situaba en un territorio libio expresamente desaconsejado por las ONG que operan en la zona, la más activa en este caso Open Arms, y al que tampoco el patrón, Pascual Durá, estuvo en ningún momento dispuesto a poner rumbo.

Ni la insistencia del Gobierno en la «solución libia», ni la falta de respuesta a las reiteradas llamadas (tanto del patrón como de las ONG) para que se ofreciera una alterativa ante el agravamiento de la situación a bordo y, ni tan siquiera, la imposibilidad de seguir faenando han doblegado la voluntad de Durá, quien a sus 28 años ya suma dos rescates ante los que la ayuda a quien estaba en peligro ha sido, y seguirá siendo pese a todo, su santo y seña. Lo dice la ley, pero él lo lleva además en los genes.

Después de diez jornadas interminables que incluyeron un temporal con olas de siete metros, el punto de inflexión en el conflicto y la verdadera dimensión de la gesta del Nuestra Madre Loreto se vivió a partir del mediodía del sábado.

Harto de esperar una solución que no llegaba (con un inmigrante evacuado y con el resto de los rescatados y la tripulación empeorando hasta el punto de precisar atención psicológica) armador y patrón, padre e hijo, dieron un ultimátum, aunque ellos prefieren llamarle plazo: si en unas horas no les indicaban un puerto realmente seguro para desembarcar a los inmigrantes, se volvían para España con ellos. Una decisión que, de primeras, en Madrid se debió interpretar como un órdago. Pero no lo era.

A filo de las ocho de la tarde el Nuestra Madre Loreto puso rumbo a Santa Pola con el doble de personas a bordo que con las que había partido a la pesca de la quisquilla casi dos meses antes y la firme determinación de su patrón de no cejar en su empeño.

Preocupado por la repercursión que la acogida de estos 12 rescatados (bastantes menos que los 630 del Aquarius pero llegados en peor momento) podía tener en plenas elecciones andaluzas (donde se ha utilizado la inmigración como arma arrojadiza) y viendo que la cosa iba en serio, desde Madrid se reaccionó, pero de la peor manera posible. En un correo llegado poco después de las diez de la noche se advertía de las responsabilidades en que podían incurrir si no interrumpían el regreso. Mensaje al que patrón ni contestó y que provocó que apenas dos horas después llegara otro con la solución después de días demorándola. El pesquero podía desembarcar a los inmigrantes en el puerto maltés de La Valleta, de donde serán trasladados a España.

Logrado el objetivo, la tripulación volvió ayer a su rutina laboral al sur de Sicilia con la satisfacción del deber cumplido y el logro de haberle ganado un pulso al Gobierno a base solo de humanidad.

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