Eso es lo que he sentido al responderle a mi hija porqué nadie rescata al barco pesquero de Santa Pola. La valiente tripulación de ese barco, por segunda vez, decidió que no iba a mirar para otro lado mientras se hundían delante de sus miradas 12 huidos del terror libio. Recogieron a unas personas en peligro extremo hace ya más de una semana y hoy siguen aún esperando que un país "civilizado" les dé amparo en alguno de sus puertos. Cobardía Isabel, cobardía ante la maldad envalentonada de ese fantasma que hoy recorre Europa: el fantasma del fascismo.

Quizá algunos votos varíen en el país que se atreva a acogerlos, en el país que acepte la responsabilidad de socorrerlos, de auxiliarlos, porque parece ser que dar refugio a quienes huyen de la tortura y de la muerte segura está pasado de moda en esta Europa cada vez más cerrada sobre sí misma. "¡No podemos alimentar el efecto llamada!" argumentan algunos desalmados aún a sabiendas que aquí no hay más que un efecto,huida.

Una intensa emoción, mezcla de vergüenza y tristeza, me lleva en estas ocasiones a desear desaparecer de la faz de la tierra, o al menos a perder la consciencia, quizás fuera suficiente con perder la sensibilidad, con auto-anestesiarme con fantasías poéticas, guías para buenas madres o inciensos de sacristía. Así al menos dejaría atrás estas ganas de gritar, de llorar de impotencia ante la brutalidad del ser humano.

Una vez descartada la opción de auto-insensibilizarme por ser profundamente deshonesta con la realidad, me pregunto a quién debemos pedir responsabilidades. Nuestro código penal describe perfectamente el delito de omisión de socorro, si ante personas en peligro decidimos no actuar, no socorrer, el peso de la ley caerá sobre nosotros. En el caso del pesquero Nuestra Madre Loreto, ¿no deberían ser igualmente señalados aquellos que pudiendo hacer algo no lo hacen? ¿a quién debemos pedir responsabilidades?

Pensando en la obra de Botticelli "el mapa del infierno"...en este mapa, los políticos ocupan el lugar más privilegiado, el anillo más lejano del sufrido infierno, quizá ahora, más de 600 años después, Botticelli los colocara digamos más cerquita del mal. Especialmente a aquellos que con total desvergüenza promueven con sus discursos el miedo al inmigrante, al inmigrante pobre claro. Porque estoy convencida que esos mismos que hoy nos advierten de los grandes peligros que traen los inmigrantes y sus costumbres no tardarían ni medio segundo en inclinarse servilmente ante grandes sátrapas saudíes atracados en Marbella.

Se olvidan esos políticos, y especialmente sus votantes, que han sido muchas las ocasiones en que los europeos han tenido que salir huyendo del viejo continente para sencillamente sobrevivir. ¿O acaso creen que es por casualidad que hay descendientes de europeos en todos los continentes del planeta?

Señores políticos, saquen esas fragatas y helicópteros de rescate de los que tanto alardean en la anticuada pasarela militar del 12 de octubre y salven a estas personas. A éstas y a todas las que lo necesiten.

Porque el infierno de Botticelli es una pintura, pero el infierno real está en Libia, y de eso huyen, de vejaciones, torturas, violaciones y de más salvajadas. Aprovechemos ahora que parece que las banderas tienen el poder de inspirar grandes valores a tantos compatriotas para enarbolar la bandera definitiva, la única que nos debería importar, la bandera de los derechos humanos, universales e innegociables.