Hay gente que, en silencio, va haciendo y haciendo, aunque los demás, casi siempre, no lo vamos reconociendo. Con discreción, pero con un carácter inquieto, Evaristo Galvañ Mas ha formado parte -y ha ido recopilando en imágenes- de una parte esencial de la historia de nuestro pueblo. No en vano, hoy Crevillent goza de dos declaraciones de interés turístico internacional. Y lo hace, también, gracias a personas como él, que, sin levantar revuelo, han formado parte del laborioso proceso.

En una de las fiestas, los Moros y Cristianos, fue presidente y Gran Emir de una de las comparsas fundadoras, Los Beduinos. En la fábrica Alfombras Imperial, donde trabajó toda la vida, surgía la idea de los nuevos festejos, de los que él, junto a su hermano Quini, fue fundador y festero. En otra celebración, la Semana Santa, presidió hasta su muerte -primero oficialmente, después de forma honorífica- la cofradía de su corazón, La Oración en el Huerto.

Evaristo ha vivido, casi hasta el último momento, con la cámara a cuestas, captando cada momento. Silencio, se rueda. Evaristo estrena cámara, último modelo, y se posiciona adecuadamente. Quiere recoger el instante con vídeos y fotos que se convierten en histórico documento.

Su archivo de las celebraciones debe ser, sin duda, de los más antiguos y extenso. Y en él, a buen seguro, ocupa un lugar privilegiado aquella instantánea de su mujer, María Teresa Moyá, que se marchó antes de tiempo. Está junto a sus hijas, Gema y María José, que hoy lloran la marcha del padre. Han sido 86 años de vida, pero parece muy poco tiempo.

Con su vesta azul y roja, o con su tarbu y chilaba, Evaristo estará siempre presente en nuestro recuerdo. Y para la historia quedan sus fotos, pioneras en otro tiempo. Y sus vídeos de procesiones, pasacalles o monumentos. Hoy Crevillent guarda silencio. Silencio, porque se rueda la despedida de un digno hijo de su pueblo.