Durante los períodos de guerra, la sociedad se desdibuja y se adapta a las condiciones adversas. La arquitectura de los lugares no queda al margen de esta situación y la Guerra Civil española dejó como el recuerdo de una cicatriz a lo largo de la costa española mediterránea una red de búnkeres y barracones militares erigidos por soldados y operarios del bando republicano.

Esas construcciones y la investigación de estas defensas costeras se muestran ahora en Santa Pola de la mano de la exposición «Arquitecturas para la defensa de la costa mediterránea (1936-1939)», abierta hasta el 8 de enero en el Museo del Mar. La investigación que da lugar a esta exposición, que ya se mostró el año pasado en la Universidad de Alicante, corrió de la mano del arquitecto Andrés Martínez-Medina, quien participó en la última restauración del Castillo-Fortaleza.

El experto realizó un inventario, registro y levantamiento gráfico de las instalaciones a través de los que se constataron más de 60 edificaciones entre búnkeres, baterías y edificios de mando, que, en muchos casos han desaparecido del mapa. «La exposición rinde cuentas de qué es lo que nos queda para atestiguar la guerra. El trabajo es un inicio para saber cuántas de estas edificaciones han desaparecido por la presión urbanística y porque molestaba a ciertos sectores al ser muestra de la guerra civil», aseguró el arquitecto. Así, pretende ponerlo en valor como patrimonio arquitectónico.

En la muestra, Martínez-Medina se centra en las instalaciones de lo que denomina «Muro Mediterráneo», construcciones dispersas con las que la zona este de la península, mayoritariamente republicana, se defendía de los ataques llegados desde el mar. «A la zona republicana le llegan ataques y bombardeos desde Baleares, sobre todo desde 1.937, cuando pasó a ser zona nacional. A la vez, la zona temía cualquier tipo de desembarco, por ello se crearon bases antiaéreas», afirmó el arquitecto. La protección de toda la región empezaba, pues, por el mar y las áreas más cercanas a las carreteras principales; y Santa Pola era una de estas zonas. La villa marinera era la entrada de uno de los puertos importantes, además de lugar de instalaciones fabriles, por ello se convirtió en lugar de instalación de búnkeres y barracones.

En el faro de Santa Pola se instaló una batería de costa para albergar cañones que giraban 360 grados.

En la zona del Cabo de Santa Pola había unos 14 edificios defensivos. Este enclave nunca llegó a terminarse, aunque fue uno de los proyectos de defensa antiaérea y marítima más ambiciosos durante el conflicto. El conjunto consta de dos baterías de costa próximas al acantilado, conectadas por galerías subterráneas y protegidas por un búnker de un seno en hormigón, además de una tercera batería sin finalizar. A ambos lados de la carretera hay otras cinco baterías más sin concluir. «En este momento, los restos están asaltados por graffitis, una intervención reciente podría ponerlas en valor, resulta muy interesante», afirmó Martínez-Medina.

En un plano del año 1940, cuando acabó la guerra, se constató que el enclave Bahía de Santa Pola agrupaba un total diez búnkeres situados a lo largo de los 6 kilómetros de playas, de los que solo se conservan restos de cinco de ellos. Las construcciones se situaban junto al pequeño muelle del varadero, a ambos lados del puerto pesquero.