Palos en la salida de emergencia

La supervivencia de los más ricos y Mano dura, dos aproximaciones a la crisis del neoliberalismo a través del escapismo tecnológico y la represión de la «humanidad excedente» 

Ilustración de Pablo García

Ilustración de Pablo García

Eugenio Fuentes

¿Es posible enlazar el rearme derivado de la guerra de Ucrania y el súbito terremoto desatado por la inteligencia artificial generativa (IA)? ¿Agita el genocidio de Gaza las pesadillas apocalípticas de los gurús de Silicon Valley? ¿Cuál es el papel de los neofascismos en esta ceremonia? Sin despreciar el poderoso batir de alas de las mariposas, y aunque muchas conmociones sigan circulando por brechas geopolíticas conocidas, dos libros recientes alumbran cuestiones de fondo muy relevantes para entender la intensa crisis que agita al neoliberalismo.

En La supervivencia de los más ricos, el especialista en cultura virtual Douglas Rushkoff (1961) recrea los contornos de lo que llama la Mentalidad: el pensamiento dominante en la élite tecnológica que impulsa la digitalización acelerada del capitalismo. Una élite que, pese a sus coqueteos lisérgicos, ve al animal humano como mero portador de información que algún día procesarán mejor las máquinas. Por su parte, el sociólogo William I. Robinson (1959) estudia en su documentado Mano dura algunas consecuencias de un fenómeno que atenaza al neoliberalismo: la sobreacumulación, es decir, la insuficiencia de nichos rentables donde invertir el ingente capital que atesora. La idea clave de Rushkoff es el escapismo exponencial. Para Robinson, el Estado Policial Global es la llave maestra.

Vamos con dos imágenes. La primera es una mesa, se diría de póker, a la que se sientan los cinco hombres más ricos del mundo, entre ellos tres tecnomagnates. Su riqueza se ha duplicado desde la pandemia. Mientras, cinco mil millones de personas se han empobrecido. Por cada dólar llegado al 90% más pobre de la humanidad, un milmillonario se ha embolsado 1,7 millones. Son datos de la ong Oxfam en su informe de 2023 sobre la pobreza. Y son congruentes con estos del grupo financiero Crédit Suisse-UPS: a finales de 2022, el 1,1% de la población mundial acaparaba el 45,8% de la riqueza, mientras que el 52,5% se repartía un 1,2%. Más allá de juicios morales, esta desigualdad extrema y creciente agrava la sobreacumulación y, según Robinson, empuja al neoliberalismo a reforzar sus redes bélicas y represivas.

La segunda imagen tiene de fondo el asalto al Congreso de EE UU. Seis de enero de 2021. Rushkoff está conectado por Zoom con algunos desarrolladores de Twitter y Facebook a los que asesora. De repente, la turba aparece en pantalla y alguien fantasea con la posibilidad de apretar un botón y, para hacer del mundo «un lugar mejor», borrar de las cabezas de los insurrectos los disparates inoculados por las redes. Esa fantasía aúna dos rasgos básicos de la Mentalidad: cambiar a la gente para mejorar el mundo y hacerlo a distancia, sin mirar a nadie a la cara. Tecnología contra los daños de la tecnología.

El principal reclamo del libro de Rushkoff, activista del decrecimiento, es que sus páginas rebosan de fantasías escapistas de magnates digitales. Modos de sobrevivir al «evento», al temido apocalipsis desencadenado por catástrofes medioambientales, migraciones masivas, agitaciones sociales, explosiones nucleares, virus imparables o el apagón «definitivo» por sabotaje informático. Posibilidades, siempre tecnológicas, para «escapar del resto de nosotros» tras haber amasado «suficiente dinero para aislarse del daño que causan ellos mismos al ganar dinero de ese modo». Pero Rushkoff no se recrea en búnkeres, islas independientes, colonias en Marte, envejecimientos retrasados o conciencias transferidas a ordenadores. Lo que sí da son muchos detalles sobre el escapismo.

El escapismo es la norma que rige las prácticas empresariales neotecnológicas, basadas en un beneficio exponencial que, para no agotarse, exige un crecimiento continuo. No se trata tanto de innovar en productos como en modelos de negocio que propulsen el crecimiento y, añadiría Robinson, alivien la sobreacumulación. «Encontrar un nuevo territorio para conquistar y dominar, o bien una nueva tecnología que permita una capacidad de extracción superior a la actual, y luego vender toda la empresa antes de que alcance su cota máxima o se vea perturbada por la siguiente novedad». Y cuando el crecimiento toque techo, ascender al siguiente nivel de abstracción. Ahora mismo, hasta la IA.

Esta filosofía cuajó después de la crisis de las «puntocom» (2000), cuando los inversores (detrás de los nuevos tecnomagnates se agazapan, invisibles, los mismos «ricos de siempre haciéndose aún más ricos») empezaron a exigir beneficios que multiplicasen por miles su apuesta. Y dotó a las nuevas empresas de un poder político y económico sin precedentes que aisló a los tecnomagnates en una tecnoburbuja e hizo desaparecer al hombre de sus ecuaciones. A tal punto que un plan de negocio sin previsiones de automatización es nulo.

Douglas Rushkoff   La supervivencia de los más ricos   Traducción de Francisco J. Ramos  Capitán Swing  224 páginas / 20 euros

Douglas Rushkoff La supervivencia de los más ricos Traducción de Francisco J. Ramos Capitán Swing 224 páginas / 20 euros / INFORMACIÓN

Sin embargo, los seres humanos, más pobres, más numerosos, siguen ahí fuera. Impulsando la sobreacumulación con infraconsumo y desestabilizando a los inversores con su supervivencia. Son la «humanidad excedente» y el «lumpenprecariado», aclara Robinson, un marxista sólido que cerró su libro pocos meses antes de que, en otoño de 2019, inundase el planeta una ola de protestas sólo liquidada por la pandemia. Robinson, que comienza Mano dura explicando en detalle la evolución del capitalismo desde que la crisis de los 70 abrió el camino tecnológico al neoliberalismo globalizador, subraya que el resultado del ciclo ha sido una insólita concentración de capital: en 2018, 17 conglomerados financieros gestionaron más de la mitad del PIB mundial. Lidian, eso sí, con el molesto asunto de los excluidos que, además de sobreacumulación, generan problemas como el alza de los neofascismos: una consecuencia de la incapacidad de los Estados para atraer al capital transnacional y, a la vez, satisfacer las demandas de sus ciudadanos no excedentes, temerosos de perder sus «privilegios».

Ahora bien, la humanidad excluida también aporta soluciones. Los pobres protagonizan una polarización social (migrantes, refugiados, morosos, pequeños delincuentes, revoltosos, activistas, terroristas…) que empuja a la economía y la sociedad globales a reforzar el control social de masas, la represión y la guerra, abriendo de paso vías de achique a la sobreacumulación. El «viejo» complejo militar industrial de Eisenhower se ha puesto al día y facilita una amplia gama de servicios para inteligencia, guerra, antiterrorismo, narcotráfico, apropiación de tierras, operaciones encubiertas, grupos paramilitares, control biométrico, represión de migrantes, activistas y delincuentes; cobro de deudas, fianzas y multas; gestión de prisiones, tutelas, vigilancias, reinserciones.

De la guerra a la rehabilitación de penados, pasando por la protección de particulares, empresas e instituciones, el «Estado policial global» está entregando al sector privado la respuesta a las tensiones generadas por el neoliberalismo. Lo ha hecho a lomos del escapismo tecnológico y con un fiable campo de pruebas (Gaza, Cisjordania) que permite a Israel liderar el mercado de los sistemas de control mediante productos «probados en combate». No todo el silencio cómplice nace de la mala conciencia histórica, como bien muestra Antony Loewenstein en su esclarecedor El laboratorio palestino (Errata Naturae, 2024).

Así pues, mientras la «acumulación militarizada» se beneficia de reprimir a los pobres y de las tensiones geopolíticas disparadas por la deslegitimación estatal, la Mentalidad sigue luchando por «un mundo mejor», más libre, abierto, feliz, progresista y… diseñado por ella. El sueño de reprogramar al asaltante del Congreso. Pero sus ideas no son colaborativas, porque parten siempre de cero. Nunca miran atrás ni a los lados, porque ahí no hay negocio. Y carecen de «ánima»: sólo se basan en datos. Al fin y al cabo, lo que no es cuantificable no cuenta. Pero, como casi siempre, esto ya estaba escrito: «nuestro lema más noble: el progreso: colonizar el futuro lejano sujetándolo al dictado de una inflexible programación (…): este es un principio filosófico con el que no transigiremos jamás». Palabras de Juan Goytisolo en Makbara. Corría 1980.