Leemos

¿Ciencia o felicidad?

El pesimismo como elemento narrativo en El Árbol de la ciencia, de Pío Baroja

Pio Baroja

Pio Baroja / JoséJoaquínMartínezEgido

José Joaquín Martínez Egido

La verdad es que Andrés Hurtado, hombre de ciencia, anticlerical, crítico, epicúreo, no ha sido nunca un personaje que me haya caído bien. Aun así, siempre espero que el final de El Árbol de la ciencia (1911; Cátedra, 1985) pueda haber cambiado. Pero no, lo vuelvo a leer y no cambia. Es cierto que resulta coherente con la trama, con el estilo escueto y directo y quizá algo descuidado en el que Pío Baroja redacta, y con la filosofía que la hace posible. Vale; pero a uno, a veces, la incoherencia le puede parecer hasta necesaria. Pero aquí no aparece. Es una novela coherente en su pesimismo, retrato de la vertiente más significativa de la Generación del 98 en la que se muestra una crítica despiadada de la España del momento, pero sin aportar solución alguna, ni tan siquiera en el plano personal del propio personaje.

Se trata de un relato muy planificado que se fragua en una estructuración muy marcada a lo largo de 53 capítulos muy cortos, agrupados en 7 partes, todos con un título que proyecta el contenido que se va a contar. Presenta una progresión temática lineal con selección de diferentes aspectos de la vida de Andrés, desde sus años como estudiante de medicina en la universidad, el ejercicio de su profesión, hasta su relación con Lulú. Todo recobra un sentido existencial en el contexto social de la España de principios del siglo XX, con una descripción minuciosa de tipos y formas.

Mi primera lectura de la novela fue con 18 años y, aunque el profesor la explicaba siempre en relación con la filosofía pesimista del siglo XIX, con la reinterpretación de Kant y Schopenhauer y con la decadencia de la España del desastre del 98, yo no entendía cómo un hombre, médico, con posibles, no se enfrentaba al sistema o, simplemente, no fuera capaz de construir un mínimo atisbo de felicidad en el futuro. Para aquel joven eso resultaba demoledor, porque todo estaba mal: la formación universitaria; las prostitutas casi naturalistas; las clases sociales nada permeables; la oposición entre la ciudad y el campo, que encarnaba lo peor, sobre todo por sus gentes; hasta ese amor que nunca fue amor enamorado… Y sustentado toda esta visión pesimista, la idea general, el concepto base que supone la configuración de España como tema literario.

En medio de todo ello, como en la cúspide de la novela, algo que a aquel chaval de 18 años lo mareó y le hizo qué pensar, como era la metáfora que encerraba la oposición bíblica del árbol de la ciencia frente al árbol de la vida. ¿Qué fruto comer? ¿Hay que ser un ignorante para ser feliz? ¿Hay que elegir siempre? Posteriormente entendí que la palabra escrita y las palabras escritas por un novelista no dejan de ser eso, palabras escritas, pero ni mucho menos verdades absolutas. Baroja en esta novela lo presenta de forma muy clara, pero es su visión de la ausencia de felicidad y de la imposibilidad de llegar a ella y, ni siquiera su tío, Iturrioz, que no es tan tajante, lo puede ayudar en su vivir diario.

Luego la leí de más mayor y ya conseguí una distancia con lo que allí se contaba y no tuve esa sensación de impotencia ante la vida. Y esta semana he vuelto a la vida de Andrés Hurtado, con motivo de la celebración de la segunda sesión del Taller de Historia de la Literatura española: Redacció” dedicada a la Generación del 98 en la Sede Universitaria de Elda UA, y a reencontrarme con Lulú. Pero, como ya tengo muchos más años, la impotencia se ha convertido en lástima y en cómo el final, muy a mi pesar, sigue siendo el mismo, ese final tan coherente como cierre total del personaje.

Y ¿Por qué deberías de leer esta novela? Porque tiene un doble valor literario, por un lado, el ser una buena muestra de la Generación del 98, de la etapa de plata literaria y, por otro lado, ver cómo la literatura, la vida y el contexto social se aúnan en una gran novela de forma sencilla y rotunda. Y porque entender que la felicidad está en las pequeñas cosas, y que todos podríamos ser felices haciendo felices a los que tenemos más cerca, es importante. Así todos ganaríamos, incluido Andrés Hurtado, seguro.