¿Cuál es el papel, entonces de las librerías, cómo pueden recuperar a los lectores? Aquí hay unanimidad: la figura del librero, en tanto que experto, es la que marca la diferencia. Todos los libreros consultados coinciden en que el principal valor que tienen sus negocios es el de la prescripción. Conocer a sus clientes, saber recomendarles, guiarles y ayudarles a escoger sus lecturas parece ser la baza más poderosa que aún mantienen. «Estamos recuperando a clientes de toda la vida», dice Amparo Pérez, «Nuestro trabajo es conocerles y la diferencia que podemos ofrecer es la del servicio», agrega. Fernando Linde lo tenía claro cuando 80 Mundos abrió: «Nosotros siempre hemos sido prescriptores, porque es el verdadero sentido de una librería, si no, se convierte en un mero almacén de libros. El cliente busca nuestro filtro y la atención especializada, y poco a poco están volviendo a lo auténtico. En el Reino Unido y en Estados Unidos es lo que está ocurriendo, y creo que es lo que va a pasar aquí». Pero Linde ve un problema insalvable a corto plazo: el bajo índice de lectura que hay en nuestro país, problema que no parece ser una de las prioridades en el Ministerio de Cultura, y del que sin duda dependen muchas de las dificultades que atraviesa el sector editorial. La profesión de librero es absolutamente vocacional, y, al contrario que ocurre en muchos otros oficios, esa vocación es absolutamente necesaria para sobrevivir en la profesión. En Oficio editor, Mario Muchnik declara su admiración por los libreros, aunque admite que casi todos los que conoce son personajes infelices. Pero tienen sin duda uno de los desempeños más hermosos dentro de la industria cultural: servir de guía de lecturas; descubrir nuevos libros, o lo que es lo mismo, nuevos mundos, para otras personas y ayudar a que la maquinaria de transmisión del conocimiento permanezca engrasada y funcionando. Pero un negocio que ha permanecido prácticamente invariable desde el nacimiento del papel tiene que adaptarse a las nuevas formas de transmisión del conocimiento, y en esto, los libreros vuelven a estar de acuerdo: Internet es ya una pieza fundamental dentro del negocio. Desde Séneca confiesan que han notado de forma notable el retorno a través de su presencia en facebook y twitter. «Sobre todo son personas jóvenes -afirma Amparo Pérez-. Nosotros las usamos no sólo para destacar novedades, sino también para hacer promociones y concursos, y nos está funcionando realmente bien». 80 Mundos, por su parte, fue pionera en el uso de Internet y ya contaban con una plataforma de venta online en el año 2001 «Usamos Internet por la rápida difusión que nos ofrece. Internet es un lugar en el que hay que estar», sentencia Linde. La visibilidad es el aspecto que también destacan en Espiral, que en su caso particular les ha servido para encontrar clientes por todo el territorio desde hace cinco años.

Los libreros por vocación saben que necesitan, además del propio valor de la prescripción, postularse como dinamizadores culturales de su entorno. Las actividades culturales que se producen en su interior van más allá de las ventas que puedan producir la presentación de un libro o una sesión de cuentacuentos o de animación a la lectura, y dotan de un sentido comunitario a sus negocios. Todos los profesionales consultados dan mucha importancia a la parte de las librerías que se convierte en espacio público, de intercambio de ideas, lecturas y experiencias en torno a la palabra escrita. Nadie parece tener la varita mágica que consiga volver a hacer de las librerías centros de cultura populares, pero quizá el mejor resumen, y la puerta abierta a la esperanza, son las palabras con que Fernando Linde cierra su conversación con Arte y Letras. «Independencia, diferenciación y especialización. El público volverá». Si ninguno de ustedes compraría el pan en una copistería, o un coche en la carnicería, vuelvan a las librerías a comprar sus libros y déjense aconsejar por su librero: esos seres melancólicos que tienen algo de confesor, algo de juez y algo de santo.