«¿Cree usted que Luis Buñuel fue un machista?» La pregunta la hizo una de las asistentes a la conferencia que la profesora Carmen Peña-Ardid (Universidad de Zaragoza) pronunció en la Sede Ciudad de Alicante el pasado día 16.

La conferencia inauguraba el ciclo Luis Buñuel 30 años después, organizado por el Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti y el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert y coordinado por los profesores Juan de Mata Moncho Aguirre y Ricardo Matas Pita.

La profesora Peña-Ardid prefirió definir a Buñuel como una persona de mentalidad «patriarcal» y sostuvo que, si bien no fue en modo alguno un convencido feminista, tampoco cabe decir que fuese un misógino; y recordó su amistad con numerosas mujeres que a menudo fueron también colaboradoras profesionales (en especial, durante su etapa estadounidense).

El horario impidió que la profesora Peña-Ardid se extendiera sobre un aspecto de Buñuel acerca del cual podría haber expuesto un enfoque sin duda alejado de los tópicos habituales: junto a sus trabajos sobre Literatura y cine (Cátedra, 1999), es autora de un estudio sobre La representación de lo diferente: mujer y personajes femeninos en el cine español (1997).

El machismo sobrevive en el mundo de la cultura con mayor vigor del que cabría suponer, y el año 2013 nos ha dejado algunas muestras; recordaremos aquí dos: en primer lugar, la que protagonizó el director de orquesta ruso Vasily Petrenko, quien en la actualidad tiene a su cargo la Royal Liverpool Philarmonic.

En septiembre, Petrenko declaró: «Una orquesta reacciona mejor cuando la dirige un hombre (?) Una mujer atractiva en el podio distrae a los músicos». A renglón seguido, enviaba a las madres de vuelta a casa: «Una mujer con hijos a duras penas soportará la dedicación que exige dirigir una orquesta». De modo que, según Petrenko, tan sólo podrían aspirar a la profesión mujeres sin hijos y distantes de los cánones de belleza habituales, como Sarah Caldwell (1924-2006): sus 130 kilos de peso la obligaban a dirigir sentada a la orquesta de la ópera de Boston (lo que no fue obstáculo para que The New Yorker la considerase en su momento como «lo mejor que le ha ocurrido a la ópera en América»).

Petrenko hizo sus declaraciones un lunes; el sábado siguiente, la neoyorquina Marin Alsop (discípula de Leonard Bernstein) se puso al frente de la orquesta y el coro de la BBC para cerrar el ciclo de conciertos conocidos como «Proms», que cada año se celebran en el Royal Albert Hall de Londres. La propaganda invitaba a los aficionados a escuchar (además de las piezas del programa) el estallido del «techo de cristal», puesto que por primera vez una mujer dirigía el concierto de clausura de los «Proms». De ser ciertas las teorías de Petrenko, la vigorosa frescura de la dirección de Alsop, sumada a la energía e imponente presencia (con un vestido de Vivienne Westwood) de la mezzo norteamericana Joyce DiDonato al atacar el aria de Massenet ¡Je suis ivre!, habrían bastado para reducir la sinfónica de la BBC a un conjunto de aficionados.

Patrocinado por la editorial Random House, el blog Hazlitt publicó, también en septiembre pasado, una entrevista con el escritor canadiense David Gilmour. Premiado por A perfect night to go to China, Gilmour dio a conocer el año pasado otra novela, Extraordinary. Hace algunos años, su hijo Jesse, entonces adolescente, le manifestó su aversión por las clases y el estudio. Gilmour se propuso devolverlo al buen camino mediante un insólito expediente: permitió que dejara el instituto, a cambio de que viesen juntos todas las semanas un cierto número de películas seleccionadas por Gilmour padre, quien describió el experimento en su libro Cineclub (Debolsillo, 256 p.).

Gilmour imparte clases de narrativa breve contemporánea en la Universidad de Toronto: con una particularidad, según reveló a la periodista que le entrevistó para Hazlitt: no le interesan los libros escritos por mujeres (salvo los de Virginia Woolf); en clase habla de Tolstoy, de Henry Miller, de F. Scott Fitzgerald, de Philip Roth: «serious heterosexual guys». Si algún alumno desprevenido extraña semejante recorte del programa, Gilmour le responde que es libre de pasar por secretaría y cambiar su matrícula a otra asignatura.

Entre las reacciones provocadas por las teorías de Gilmour cabe destacar las de la escritora Lilit Marcus y la profesora de la Universidad de Concordia (Canadá) Emer O' Toole.

En las antípodas de Gilmour, Marcus tuvo presente la célebre frase de Tallulah Bankhead cuando le preguntaron por el mejor modo de defender el teatro: «Querida, no es preciso que te hagas actriz; con "espectadora" será suficiente», y resolvió dedicar el pasado 2013 a la lectura de libros escritos por mujeres: descubrió así Buda en el ático, de Julie Otsuka (Duomo, 160 p.), la historia de un grupo de muchachas que emigran de Japón a los Estados Unidos para casarse con trabajadores japoneses; aunque le impresionó de modo especial A journey with two maps, de Eavan Bolland (cuyo libro de poemas Violencia doméstica ha publicado en castellano la editorial Baile del Sol).

Contratada para impartir un curso sobre teatro irlandés contemporáneo, Emer O'Toole aterrizó en Canadá en plena efervescencia del caso Gilmour. Su criterio era precisamente el opuesto: destacar en sus clases los nombres de escritoras que, a su juicio, no recibían la atención merecida. Puesto que en Canadá no conocía a nadie, trató de hacer amistades a través de las redes sociales, e incluyó en su perfil su criterio de defensa de las escritoras. En pocos días recibió un torrente de mensajes: desde críticas y burlas hasta peticiones de recomendaciones de lectura. «Soy aficionado a las motos», le escribió un aspirante a amigo, «pero no por eso pretendo que te gusten a ti también. ¿Por qué han de interesarme los libros escritos por mujeres?» «Porque las motos no representan la mitad de la especie humana», fue la respuesta de O'Toole.