Yasunari Kawabata, el formidable premio Nobel de literatura que nos dejó obras maestras como País de Nieve o Lo bello y lo triste, profetizó en su juventud que la literatura acabaría sustituyendo a las religiones. Si esto algún día llegase a ocurrir, habría discusiones sobre cuáles deberían ser los textos sagrados, y quizá no todo el mundo estaría de acuerdo en que Harold Bloom sería el verdadero y único profeta. Pero en lo que todos nos pondríamos de acuerdo es en cuáles serían los templos a los que acudir a rendir culto: las bibliotecas y librerías. De estas últimas queremos ocuparnos, y de si ha cambiado o debería cambiar el papel que desarrollan en la sociedad. El hecho dramático es que la apertura de una nueva librería es una noticia insólita, mientras que su cierre empieza a ser algo cotidiano. Actualmente, hay censadas algo más de 4.300 librerías en España, entendiendo por librería las que son completamente independientes, y con una facturación inferior a los 150.000 euros. Eso da como resultado que contamos con uno de estos establecimientos por cada diez mil habitantes, o lo que es lo mismo, la ciudad de Alicante debería contar con 33 librerías en su casco urbano lo que, como sabemos, no es así. Las más perjudicadas por esta baja densidad librera son las zonas de población media y baja y, como señala Fernando Linde, de la librería 80 Mundos, «el fenómeno de las librerías especializadas sólo se puede dar en las grandes ciudades».

Esa parecía una de las tablas de salvación o vías de escape para este tipo de negocios, y es cierto que en las ciudades de mayor tamaño han surgido numerosas librerías «de género», con especial incidencia en el género negro y policiaco y, sobre todo, las librerías infantiles y los bibliocafés. Sin embargo, la realidad es que este tipo de establecimientos sobreviven con igual o peor inestabilidad que las generalistas. Por lo tanto, no parece que la especialización sea el hueco por donde estos espacios imprescindibles puedan mantenerse. Las librerías especializadas se enfrentan, por otra parte, con un competidor mastodóntico y casi invencible: Internet, personalizado en el gigante de Amazon. «Antes nos llegaban muchos pedidos de toda España, e incluso del extranjero», explica María Alarcón, de la librería especializada en idiomas Espiral, «pero desde que está Amazon en España, nos han quitado mucho mercado. Para nosotros, es imposible competir con ellos». Es cierto que antes, cuando el lector necesitaba una materia muy concreta, acudía a su librero de cabecera, que conocía el mercado y podía conseguirle los libros que necesitase. Pero el librero nunca podrá cobrar los precios que ofrece Amazon, ni obviar los gastos de envío. Los directivos de esta empresa han llegado a reconocer en privado que dentro de su táctica está la previsión de perder dinero con la venta de libros, con el fin exclusivo de conseguir quedarse con la mayor parte posible del mercado, y, según la propia Alarcón, lo están consiguiendo.

Los otros formatos, el libro electrónico

En algo en lo que casi todos los libreros están de acuerdo es que el impacto de los ebooks casi no ha restado clientes a las librerías. Amparo Pérez, de la librería Séneca de Elche, reconoce que apenas han notado que la industria del libro electrónico les haya mermado las ventas: «Sí tengo clientes de toda la vida que están muy contentos con sus lectores electrónicos, pero hemos comprobado que, a la persona que le gusta leer, además de leer en su ebook lee también en papel». Desde 80 Mundos corroboran esta opinión, que además viene avalada por los datos: la raquítica industria del libro electrónico en España apenas ha conseguido enganchar a un tres por ciento del sector, y en los países donde sí ha calado con cierta profundidad, como Estados Unidos, se encuentra en franco retroceso, dándonos la mejor de las noticias posibles: los lectores están volviendo a las librerías. ¿De dónde procede, entonces, la sangría de lectores de los últimos años? Según los datos del Observatorio de la Cultura y el Libro, dependiente del Ministerio de Cultura, la caída de las ventas está estimada en un 37 por ciento entre los años 2007 y 2012, y de un 16 por ciento con respecto al año pasado. En el caso de la librería Espiral, estiman que han perdido entre un 30 y un 40 por ciento de facturación por culpa de la piratería. En su caso, se trata de libros técnicos y específicos, ya que las otras librerías generalistas consultadas no parecen haber acusado este factor.

A lo que todos sin excepción achacan esta caída es a la crisis. «La crisis está siendo muy dura con los bienes culturales», nos dicen desde 80 Mundos. «No hay que olvidar que nosotros manejamos objetos culturales. Aunque realizamos una actividad mercantil, se trata de una industria con sus propias peculiaridades», señala Linde.

La clase media ilustrada es sin duda la más perjudicada por la crisis y eso está determinando de forma definitiva su manera de consumir cultura. Mientras que en otras industrias el mercado, la oferta y la demanda han regulado los precios, los libros son cada vez más caros. Amparo Pérez pone un ejemplo muy gráfico: «En el pasado día del libro, vendimos más de quinientos ejemplares de bolsillo. Es una cantidad impensable en otros años, deberíamos adaptarnos a lo que se hace en otros países». Se refiere, sobre todo, al mercado anglosajón, donde es habitual que un volumen salga prácticamente al mismo tiempo en tapa dura y en tapa blanda. «Tenemos que adaptarnos para sobrevivir», agrega Pérez.

Pero el precio de los libros ha subido en los últimos cinco años más de un quince por ciento, siendo más acusada la subida en el último bienio. Por tanto, parece que la industria editorial decidió dar la espalda a los lectores electrónicos, cuyos precios también suelen ser desorbitados en comparación al producto ofrecido, y ahora está ignorando la tendencia de los lectores en papel, que necesitan productos más baratos. Mientras la compra por impulso se producía fundamentalmente en las librerías, quedaba el resquicio de que los lectores se fidelizaran a través del último best seller, pero ahora ese mercado se ha trasladado a los centros comerciales y a lugares donde en el carro comparten espacio el último lanzamiento internacional con los productos de alimentación y tecnología. Parece que poco a poco los libros, como una especie en peligro de extinción, están siendo desterrados de su hábitat natural, y se ven obligados a colonizar tierras hostiles.