Brane Mozeti (Ljubljana, Eslovenia, 1958) es poeta, editor y traductor. Es director del Center for Eslovenian Literature y uno de los mayores activistas LGTBI de su país, además de ser el organizador del Festival de Cine Gay y Lésbico de Ljubljana con más antigüedad. Ha realizado traducciones de la obra de Juan Genet, Arthur Rimbaud o Michel Foucault, entre muchos otros; siempre del francés al esloveno. A finales de los 70 se licenció en Literatura Comparada y Teoría Literaria. Ha dirigido colecciones como Aleph y Lambda. Gracias a su labor, los intercambios con poetas internacionales son frecuentes en la capital del país eslavo, Ljubljana (leído Liubliana). También en pequeñas poblaciones, donde da cobijo a autores en forma de residencias literarias para que puedan centrarse en su obra. Trabajador infatigable, su despacho se encuentra en el complejo de Metelkova (centro de creación autónomo donde conviven múltiples entidades culturales autofinanciadas), repleto de publicaciones y libros traducidos de poetas interesantes como, por ejemplo, María Mercé Marçal. Ha publicado trece poemarios desde el año 1976, dos novelas y una colección de relatos, pero hasta la reciente aparición de Banalidades en la editorial Visor sólo contábamos con uno de sus libros traducidos al español: Poemas por los sueños muertos (Dip. Provincial de Málaga). Recientemente ha publicado un cuento para niños titulado en catalán y castellano El país de las bombas, el país de los prados, ilustrado por Maja Kastelic, Ediciones Bellaterra.

La palabra y la carneBanalidades

En un primer vistazo y para un lector poco acostumbrado a que un poeta homosexual llame a las cosas por su nombre (o a que nos hable explícitamente de sus encuentros sexuales y de la cantidad de estupefacientes utilizados en noches más que locas, tristes), podríamos estar hablando de «poesía gay». Pese a que es verdad que a Mozetic se le conoce por ser el primer autor esloveno que explora intensamente la prosa y la poética homoerótica, no emplearía ese adjetivo para definir su poesía. Sería tan estúpido como calificar la obra de Miguel Hernández de «hetero». Sus banalidades nos hablan de la conquista de la vida cuando esta duele. Algo esencial, inherente al ser humano: búsqueda. La persecución que ponemos en marcha cuando algo falla. La única forma de encontrarlo, a veces, es cayendo más hondo todavía, con más violencia si cabe.

Asistimos desde el principio a un diario de emociones donde la voz del poeta es sencilla, contundente, directa al cogote. El hermetismo no entra en sus planes literarios. Su poética es su lucha, algo personal, ésa es su manera de entender el activismo: su escritura abierta sobre la sexualidad es la forma que conoce de rebelión «ante el tradicionalismo, la burguesía, el conservadurismo, el capitalismo, el machismo y la heteronormatividad», tal como apunta.

Desde los primeros versos nos encontramos un catálogo de derrotas e infidelidades a medio camino entre la sonrisa, la mueca y el relato sencillo de los hechos: «Llego tarde, como siempre ya / no era posible la armonía. Las cosas / se volvieron banales, la vida, la escritura, / sobraron todas. Se echó a mi lado, me abrazó, / y fue entonces cuando percibí en él un olor / especial. Me estremecí (...)».

Éstas son sus Banalidades, un poemario que ha sido traducido a diez idiomas y que en 2003 recibió el premio Jerko que otorga la Asociación de Escritores Eslovenos. Lo que Brane nos propone con ellas es un recorrido por la noche, por muchas de las que crean más vacío del que evitan. Hablamos del desasosiego, de camellos y yonkis a la puerta de garitos en África, América o en Eslovenia, en la asfixiante Ljubljana. De chicos colocados de coca, de pastillas, de popper, de cuartos oscuros donde saciar lo que no puede colmarse con una erección, de la caza como ritual sagrado («Evito su boca. Duele nuestro abrazo férreo»). Del neón que parpadea y desorienta al joven de pupila dilatada, del hastío que producen los encuentros: «Ayer le sané / la herida a un chico flaco, recién / llegado a la ciudad, que se había lesionado. / Hoy se explaya y me cuenta sin pudor / sus hazañas. ¿Me entendería si le dijera que / lo deje ya?».

El cansancio, el relato de los hechos de una ciudad cualquiera bullendo con nocturnidad en Occidente. Como bálsamo la humanidad, algún recuerdo, su perro Tar, la adolescencia y los primeros encuentros sexuales. El cuestionamiento y la reafirmación en el ejercicio de la escritura: «Dijo que tenía dieciséis años y que llevaba / años follando por ahí. (...) / Hurtaba, robaba, estafaba, / usaba todas las drogas posibles y se corría / con mucha dificultad. / Mientras ocurrían sucesos históricos en la sociedad, él ni siquiera / sabía leer. / ¿Qué haría él con todos los libros / que he escrito?».

«Nunca había pensado que la belleza pudiera doler tanto». Le salvaguarda la poesía, con ella nos muestra la carga histórica que acarreamos: «Tengo vergüenza, tantísima / vergüenza, y esa escena del coche que me parecía un romance / perdido es una violencia olvidada. ¿A quién condenar / por recibir una educación así? Por no saber oponerme». Olvidar, olvidar, olvidar, como se repite en cada primera estrofa del último de los poemas. Luchar para la consecución del olvido, o del perdón más duro, el que se da uno a sí mismo; la búsqueda de identidad constante, vital, que es la escritura.