Se trata de una actividad eminentemente vocacional, y los que la practican pasan muchas horas viajando de un lado a otro, no tienen una categoría laboral específica reconocida, han de estar reciclando su material continuamente, se enfrentan cada día a un público diferente, y tienen un escaso reconocimiento y visibilidad mediática. ¿Por qué, entonces, dedicarse a contar cuentos?

Llorenç Giménez, uno de los más veteranos del sector, trabajaba como profesor, y decidió abandonar su plaza como funcionario en el año 1996, pidiendo una excedencia que se ha ido prolongando con el tiempo, "Pensé: si me va bien, continúo. Y así he seguido hasta hoy". En cuanto a la elección del repertorio, lo tiene claro: las historias populares son imbatibles. Tanto para niños como para adultos, tienen un sustrato esencial que traspasa las generaciones y el paso del tiempo. Cuenta, además, con los cuentos improvisados, que inventa según se van desarrollando las sesiones. El hombre, armado únicamente con la palabra, es la forma más pura de comunicación, sin ningún artificio ni ayuda externa para engatusar al público.

Si se rasca un poco en los orígenes de la literatura, rápidamente aparece la tradición oral como motor primero. Textos fundacionales como La Odisea o la La Ilíada eran dichos por los rapsodas mucho tiempo antes de pasar al papel, y los contadores actuales mantienen viva la llama de la palabra, como modernas sibilas, para que los cuentos no caigan en el olvido. A pesar de su aspecto tradicional, esta profesión está perfectamente integrada en la modernidad. De ello dan fe los cuentos para Twitter que diariamente publica en esta red social el narrador Pep Bruno. Entre sus estrategias de creación de historias señala que se ha de ser metódico, reconociendo que los caminos para llegar al cuento son muy variados. Entre las amenazas principales para esta actividad, señala la competencia brutal de otros rellenadores del tiempo, que son "muy atractivos, pero también muy hueros". En su caso, comenzó en el oficio en una biblioteca de Guadalajara, donde a partir de las once de la noche, cualquiera podía compartir historias.

El camino del valenciano Carles Cano fue a la inversa: él accedió a la narración a través de la literatura, ya que se trata de uno de los autores más prolíficos en literatura infantil y juvenil. A raíz de acudir a colegios para hablar de los libros que había escrito, Cano contaba pequeñas historias "por si decaía la actividad", hasta que un día empezaron a llamarle directamente para que contara, y no para que hablara de su literatura. Sus autores preferidos son los que han trabajado la oralidad, como es el caso de Gianni Rodari o Roberto Piumini. Se basa en el anecdotario, y en autores como Borges, para hacer sus sesiones para adultos. Como escritor, cuenta con premios como el Lazarillo, con obras como Te pillé, CaperucitaCuentos para todo el año.

Los narradores se resisten a desaparecer o a pasar inadvertidos, y en estas fechas se presenta la película Històries, a medio camino entre el documental y la historia de ficción. Dirigida y producida por el narrador Domingo Chinchilla, se estrenó en Valencia y Alicante, y podrá verse en diferentes festivales de narración oral por todo el país. En ella, se saca a las historias de contexto, y podemos ver a narradores de Castellón, Valencia y Alicante contando sus historias en contextos diferentes de los habituales: doblando ropa, cocinando, dando un paseo por el bosqueÉ Se trata de un repertorio del panorama oral valenciano en diez historias. Uno de los que aparecen en el mismo es el trovador moderno Salva el Musennacitu, vocablo que nace de la unión de Músico Sendero Naturo Ciclo Turista, que prefiere emplear textos propios o de amigos muy cercanos "porque así es más sencillos explicarlos". La identificación con el texto, y las herramientas para apropiarse del mismo y contarlo de manera única y original son el sello de cada uno de los cuentacuentos. En el caso de Salva, su proceso creativo se basa en "la lectura de textos de tradición popular, así como recopilaciones temáticas y el conversar con gente mayor para que me digan expliquen o cuenten algo, también son decisivos para nutrir parte de mi espíritu creativo y narrativo". Sus inicios también fueron curiosos, y dan fe de la parte vocacional de la profesión. En el año 1999, junto con otros incipientes narradores, comenzaron a recorrer nuestra geografía en bicicleta, contando Las andanzas y peripecias del caballero Don Froilán de los Cerros de Úbeda y la fermosa princesa bielorrusa, a cambio de cama y comida en cada uno de los pueblos donde hacían un alto, realizando de esta manera un viaje iniciático y descubriendo de esta manera que se podía "vivir del cuento". Entre sus influencias, destaca a narradores consagrados como Martha Escudero, Tim Bowley, Casilda Regueiro o Llorenç Giménez. A la hora de generar una historia nueva, emplea el método "palabra-imagen-objeto", de manera que cada uno de estos tres elementos, cogidos por separado, sugiere una vía narrativa a explorar. Destaca que para él es esencial conocer el principio y el final de antemano, y así todo el desarrollo se produce de forma fluida.

Los recortes que han sufrido las bibliotecas han empezado afectando a las cuentistas. En muchas comunidades, las asignaciones para realizar actividades han desaparecido drásticamente, por lo que estos espacios han dejado de ser punto de encuentro entre contadores y oyentes en muchos casos, lo que sumado a los retrasos en pagos a colegios, además del descenso en sus presupuestos, expone esta actividad cultural a tener que refugiarse en el mecenazgo. En un mundo tan confuso como el actual, repleto de pésimos relatos en las noticias, la necesidad de contar y escuchar buenas historias es cada vez más urgente, y como nos demuestra el documental Històries de Domingo Chinchilla, cualquier lugar es bueno para hacerlo: sólo hace falta una persona que sepa contar, y una persona que sepa escuchar.