Si les digo "Italia", probablemente piensen en sus monumentos (no en vano, acumula el mayor número de sitios catalogados como Patrimonio de la Humanidad); en su gastronomía, su moda y su fútbol; en su "prima de riesgo" y en políticos aficionados al bunga-bunga (con algo hay que consolarse); en una literatura que ha dado nombres como Dante, Petrarca y Boccaccio, Manzoni y Leopardi, D'Annunzio y Svevo, Moravia, Pirandello e Italo Calvino. Quizá agreguen a Corrado Alvaro, Alessandro Baricco, Andrea Camilleri, Umberto Eco, Carlo Emilio Gadda, Natalia Ginzburg, Paolo Giordano, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Claudio Magris, Elsa Morante, Cesare Pavese, Umberto Saba, Leonardo Sciascia, Antonio Tabucchi...

Como suele pasar, el número de mujeres en la lista anterior no llega al 10%: no aparecen ni las iniciadoras (Angela da Foligno, Caterina da Siena...), ni las renacentistas (Vittoria Colonna, Gaspara Stampa, Isabella Morra, Veronica Gambara...), ni las de centurias posteriores (Margherita Costa, Luisa Bergali, Petronilla Paolini...), ni las novelistas de principios del siglo pasado (Sobilla Aleramo, Matilde Serao; ni siquiera Grazia Deledda, que obtuvo el Premio Nobel en 1926). ¿Y a las actuales? ¿las conocemos? Recordarán las novelas sentimentales de Susanna Tamaro, que arrasaron hace unos lustros. Tal vez les suene Margaret Mazzantini, al menos porque Non ti muovere fue llevada al cine. Quizá hayan asistido a alguna exposición o conferencia de Adriana Assini, de quien podemos encontrar en castellano Las rosas de Córdoba. Seix Barral y Anagrama se han encargado de acercarnos a Melania G. Mazzucco, ganadora en 2003 del más importante galardón de las letras de su país (el Strega). Pre-textos ha editado obras de Angela Bianchini, Paola Capriolo, Laura Pariani... En 2011, Salamandra publicó La acabadora, de Michela Murgia; y Alpha Decay, Setenta acrílico treinta lana, de la jovencísima Viola di Grado. Es decir: aunque no se suelan mencionar, las italianas escriben. Algunas, muy bien.

Hace unas semanas, Punto de Lectura nos ofreció la primera novela de Silvia Avallone (Biella, 1984), De acero, que ya apareciera, meses atrás, en castellano (Alfaguara) y catalán (Edicions 62). Aunque la autora comparte lengua, país y éxito con Federico Moccia, al leerlos, tenemos la sensación de que abordan planetas diferentes: nada hay en esta de la intrascendencia, la falta de profundidad, el abuso de diálogos, la ausencia de descripciones, las vanas frases lapidarias, el mundo de lujo y facilidades que despliega aquel. Avallone es licenciada en Filosofía y Letras, y obtuvo el Premio Alfonso Gatto 2008 a la mejor ópera prima, por su antología poética Il libro dei vent'anni. Su triunfo incuestionable llegó con Acciaio (2010): se ha editado en trece países; se prepara la adaptación cinematográfica; solo en Italia, lleva 400.000 ejemplares vendidos; fue finalista del Premio Strega; y ha ganado el Campiello, el Flaiano de narrativa, el Fregene y el de los Lectores de L'Express.

"De acero" nos presenta una Italia que no aparece en las guías de viajes ni en nuestros informativos. Todo sucede en Via Stalingrado, un inventado barrio obrero de Piombino, que, a pesar de ubicarse en la Toscana, no muestra paisajes idílicos, sino industrias decadentes y bloques de hormigón, frente a la inalcanzable isla de Elba. Allí, la gente nunca sale de vacaciones, no va al cine, no lee libros ni periódicos, ve derrumbarse las Torres Gemelas pensado que es "una de esas americanadas de los cojones" (pág. 232). Las mujeres envejecen prematuramente, mientras sostienen a sus familias, sin ideales ni ambiciones; los hombres pasan sus días en la fábrica o buscan salidas por medios menos ortodoxos; los chicos combinan el trabajo duro con las discotecas, los trapicheos y la obsesión por ligar; las muchachas pujan por no quedarse embarazadas a los quince años, por ser las más deseadas, por salir del entorno a través del estudio o la prostitución. Es ese sur de Europa donde hay médicos que prefieren no ver las pruebas del maltrato doméstico; donde la desidia posibilitó la llegada al poder de Berlusconi, cuya imagen del triunfo se cifra en obtener dinero y mujeres (o niñas) hermosas que, alentadas por la televisión, sueñan con convertirse en "velinas" o concursantes del Gran Hermano (¿les suena?).

Anna y Francesca, a punto de cumplir los catorce, exhiben su inocencia y su lubricidad como nuevas Lolitas, descubren la belleza de sus cuerpos, gozan de la playa y de sus lugares secretos, hacen frente al tedio y a la mediocridad con una amistad cómplice, excluyente y ambigua. La primera es consciente de que estudiar supone una esperanza para salir de ese medio opresivo donde se instalan su hermano Alessio, que se desloma en la acerería, vota a Forza Italia, comete robos y trapicheos, se obsesiona con un coche nuevo y una exnovia; y su madre Sandra, una mujer algo distinta a las vecinas, porque trabaja fuera, lee los diarios, se compromete con el Partido Comunista, y hace gala de resortes feministas... pero sigue aguantando a un marido que suele desaparecer en pos de negocios fáciles. Más complicada aún es la existencia de Francesca: hermosa, tímida, mala estudiante, con una madre sumisa e inactiva, y un padre maltratador y violento. Pero la "eterna" amistad entre ambas se resiente cuando Anna se echa novio, quizá para huir de la declaración de amor de Francesca: en manos de esta autora, esa trama, tan susceptible de deslizarse hacia el pastelón o hacia la novelita juvenil sobre drogas y bandas urbanas, da lugar a una obra dura, sólida, de las que dejan huella.Avallone crea -sin concesiones, sin ironías y sin distancia- una galería de personajes capaces de evolucionar y mostrarnos sus diversas facetas: la degradación y la desmotivación aunque también la dignidad. Las detalladas y magistrales descripciones, herederas del Realismo, aúnan sordidez y lirismo, sin lastrar un relato ágil, que incluye lenguaje jergal, pero no abusa de él.

El narrador, en tercera persona, se inmiscuye, opina, denuncia; sin embargo, no alecciona. Es una novela comprometida, un grito coral que destapa temas fundamentales, como la amistad; la supervivencia en un mundo hostil, cambiante y lleno de contradicciones; el malestar de la gente sin futuro; la incomunicación; las perspectivas de nuestra juventud; la explotación; la alienación; las drogas; los embarazos adolescentes; el amor; la violencia de género; la sumisión de tantas mujeres, que siguen ancladas en una vida poco coincidente con los estereotipos de igualdad que nos han querido hacer creer... Todo ello, en un texto de lectura sencilla, donde la tragedia se intuye desde el comienzo, y acaba estallando por donde menos se esperaba.