Contar cada día la realidad es siempre más difícil que narrar una ficción.

Al entrar saluda con un gesto rápido a Isidro y comprueba de un vistazo que la mesa que ocupa habitualmente está libre. Se acerca y, mientras se sienta, vuelve a notar el tacto rugoso del papel debajo de su brazo. Casi lo ha olvidado, como se olvidan los gestos que, por repetidos una y mil veces, acaban siendo involuntarios, como parpadear o avanzar un pie tras otro. Pero ahí aparece INFORMACIÓN. Lo ha comprado a primera hora de la mañana y, sin abrirlo, ha enfilado al trabajo. Ha esperado hasta la hora del almuerzo para hacerlo. Siempre lo hace así, igual que antes lo hizo su padre y antes aún su abuelo.

Mientras despliega el periódico sobre la mesa y ojea la portada vienen a su mente los recuerdos de momentos vividos o incorporados a su memoria por deseados, de mañanas como la de hoy en compañía de su abuelo y, cuando el trabajo le dejaba, también de su padre. Compartir el desayuno con el abuelo era siempre agradable y le transmitía seguridad, la seguridad que da saber lo que viene después. Y leer INFORMACIÓN no se limitaba tan sólo a ver las noticias, al contrario, era todo un ritual, el mismo que seguirá ahora y que terminará cuando llegue a casa.

Y de nuevo aparece ante sus ojos ese gesto de sus rostros concentrados ante las hojas abiertas del diario como una imagen asociada a la propia vida de este pueblo, a la dimensión diferente que tiene el transcurso del tiempo para todo un pueblo, a la sucesión de cambios imperceptibles vistos con los ojos de una persona, pero imparables y definitorios de un Petrer que ha ido creciendo, transformándose, que se ha ido enriqueciendo con la llegada de nuevas gentes que han sabido sumar sus inquietudes al espíritu de mejora y avance que encontraron aquí.

Como prueba de la crónica reciente de Petrer todavía se guardan recortes de prensa, incluso se ordena algún número completo si el acontecimiento lo mereció. Retazos de nuestra historia que descansan en el despacho del abuelo, en ese escritorio de madera oscura, con esa tapa que, una vez abierta, hacía las veces de mesa en la que apoyarse. Otra costumbre que ha pasado de una generación a la siguiente.

Allí está INFORMACIÓN, cercano, vivido en la casa familiar. Empezando por aquellas hojas de ediciones de las década de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, con el papel ya amarilleado por el paso del tiempo, con tipografías apretadas, con textos que se sucedían empujándose los unos a los otros como buscando un hueco en la maquetación, con esas fotografías algo borrosas que, más que mostrar, sugerían las imágenes de lo que estaba pasando.

Todavía con las profundas heridas de una guerra inútil, tan inútil e injusta como toda la sangre derramada, Petrer sufría los primeros años de oscuridad, con una demografía estancada y con muy escasa presencia en las páginas de esta publicación que ya desde sus inicios mostraba su espíritu provincial.

No necesita mucho esfuerzo para recordar que de estos años los recortes que quedan en los cajones son pocos pero muy queridos.

Sin embargo, son más las carpetas y están más llenas las que guardan los fragmentos que se acumulan de las décadas siguientes. Comienza a despertar el desarrollo industrial en la comarca y Petrer no es ajena. La Villa crece y en veinticinco años triplica su población. También su fisonomía cambia, se modifica y se amplía al mismo tiempo que desaparecen rasgos de actividades que no responden a las necesidades de los tiempos que van llegando. Adiós a la industria cerámica, también la agricultura inicia su declive y busca los últimos espacios en los que refugiarse. Nuevos barrios con ocupantes de distintas procedencias abren calles o plazas. Grandes centros educativos comienzan a dar respuesta a una infancia y una juventud que piden paso. Como nos pasa a las personas, nuestro crecimiento no siempre es armónico, en él no siempre hay sincronía, así le ocurre también a Petrer.

Se sorprende al ser consciente de que a partir de ese punto de la historia de Petrer ya no vive de recuerdos prestados, ya son los suyos, los que empiezan en su infancia, y puede seguirlos en las páginas que ya han sido guardadas por sus manos. Sin embargo, todavía se entremezclan unos y otros y es difícil separar los suyos propios de los comunes. Se ha despejado la niebla gris que cubría las miradas de la gente sencilla y las gentes de Petrer sacan a la luz las fuerzas y la ilusión necesarias para preparar a este pueblo para el futuro, y lo hacen. Casi nadie sospecha entonces que llegarán de nuevo años difíciles que pondrán a prueba la fortaleza de los valores de todos. Lo sabe porque están todavía muy cercanos, tanto que Petrer aún se resiente.

Pero vuelve a mirar las páginas impresas que tiene delante y de las que se ha olvidado durante un instante. Es curioso pero la duda que le asalta de golpe es cuándo apareció el color en la cabecera de INFORMACIÓN. Decide enviar un mensaje de móvil a su padre, seguro que él lo sabe.

Deja sobre la mesa las monedas y, mientras coge su bolso y se levanta, busca la mirada de Isidro a modo de despedida y él, invariable como cada día desde que fue nombrada, le responde con la misma pregunta:

- ¡Qué, alcaldesa! ¿Algo importante en las noticias?