Cada septiembre, al comenzar el curso académico, recuerdo a mis alumnos de Periodismo que los medios de comunicación, especialmente los periódicos, están sometidos a las leyes biológicas, como cualquier mortal. Un diario nace en un momento dado de la historia de una ciudad o de un país, en el corazón de una sociedad que exige ser informada desde esa utópica independencia que todo diario presume defender; pero también los periódicos fallecen, bien de muerte súbita, bien tras una agonía anunciada, generalmente por haberse distanciado de sus lectores.

Que un periódico cumpla una respetable mayoría de edad, madure e incluso peine canas, es todo un síntoma de que algo ha hecho bien a lo largo del tiempo, de que ha sabido mantenerse en forma y, sobre todo, de que ha sido capaz de ajustar su paso -pese a los años cumplidos- al paso de una sociedad viva y dinámica. En ese sentido, INFORMACIÓN es un ejemplo de sensibilidad y de inteligencia periodística. Salir ileso de 35 años de dictadura y convertirse en referencia democrática no es un logro baladí. Tampoco lo es renovar y mejorar puntualmente el aspecto y el fondo, por higiene y por respeto a un público con el que se ha adquirido un compromiso de por vida; un compromiso que consiste, esencialmente, en contar y en generar opinión, en incomodar al poder, en lanzar interrogantes y en proponer respuestas.

Mis preguntas sin respuesta eran muchas cuando publiqué por vez primera en este diario. Tenía veinticuatro años y acababa de recoger en Madrid un accésit del Premio Adonais de Poesía. Desde aquella primavera de 1985, INFORMACIÓN ha sido algo así como mi casa. Me ha contado todo cuanto he necesitado saber de la cultura de mi ciudad y de mi provincia, me ha acompañado en cada una de mis aventuras literarias y ha sido -sigue siendo- el espacio por el que deambulan mis columnas cuando aprieta el deseo o la necesidad de asomarme al mundo.

En estos treinta años de amor y dependencia de un periódico que considero en cierto modo mío, he aprendido más de lo que sugiere la imaginación, pero, sobre todo, he comprendido, gracias a muchos profesionales de este diario, que lo preferente para trabajar y escribir en un medio de esta envergadura es la honestidad moral y el respeto al lenguaje. La primera la doy por necesaria en todo escritor y periodista que se precie; la segunda es la herramienta elemental de un buen comunicador. Sólo quien domine la lengua podrá llegar al corazón del lector, del oyente o de la audiencia. Sólo quien conozca los recursos del idioma, las infinitas posibilidades del discurso, logrará agarrar por las solapas al lector para que lea su reportaje, su artículo o su crónica hasta el punto final, para que una simple noticia no le resulte indiferente.

Recuerdo que fue uno de los jefes de Redacción de este periódico, experto en situar y resituar tildes, rehacer titulares, arreglar concordancias, adecentar frases, eliminar redundancias, muletillas, anacolutos y otros vicios de estilo, quien me habló de la responsabilidad y del papel que tiene el periodista como difusor de la lengua. Aquel maestro de la noticia tenía muy claro que quien domina el lenguaje, domina el pensamiento. «Dime cómo escribes -decía- y te diré cómo administras la inteligencia».

Muchas de las colaboraciones que hoy se suman a la celebración del 75 aniversario de este periódico atribuyen su éxito, su clara hegemonía, a la eficacia informativa de sus páginas, al tratamiento de sus contenidos y a la cercanía de unas noticias que nos incumben, que se ocupan de lo que pasa en nuestra provincia, en nuestra ciudad y en nuestras propias calles. Pero yo me atrevo a pensar que la aventura diaria de un medio que ha sobrevivido a tantos avatares se ha sostenido, en buena medida y más allá del rigor, por su manera de contar lo que sucede. Si los redactores que desde 1941 han escrito en este periódico hubieran descuidado el cómo, la forma y la palabra, seguro estoy de que INFORMACIÓN no habría superado la reválida del tiempo; sería, como tantos otros, un cadáver sepultado en la fosa de los diarios olvidados.

Felizmente, no ha sido así. Peinar canas y gozar de una estupenda salud para acometer nuevos retos, nuevos tiempos y nuevas realidades es una garantía que agradecemos los lectores; esos lectores fieles, insumisos y leales que no sabemos comenzar el día sin una buena ducha, un café y un ejemplar de INFORMACIÓN sobre la mesa, abierto de par en par, susurrándonos lo que pasa.