Cuando yo desperté al mundo, INFORMACIÓN ya estaba allí, pero, al contrario que en la fábula breve de Augusto Monterroso que parafraseo, esa presencia no era la de un dinosaurio de pesadilla sino la de un largo compañero de viaje.

Mi primera imagen de INFORMACIÓN no lleva cabecera ni fecha precisa. Un niño de poco más de seis años irrumpe en el despacho de su padre, recién instalado en la ciudad de Alicante por su nuevo trabajo en la administración del Estado, y trata de desviar la mirada paterna desde las grandes hojas manchadas de tinta negra a su rostro infantil. El padre advierte que su hijo menor está allí, junto a la butaca, al otro lado del papel impreso, pero no depone su actitud; sigue leyendo el diario. El niño enseña sus deditos por encima de la página, como si fueran las orejas de un conejillo travieso, y aun así no consigue la atención del adulto. Cuando está ya dispuesto a darle un manotazo a aquel artilugio que le priva de su padre, el padre cierra las dos mitades del periódico, lo deposita con cuidado en un velador próximo al butacón orejero y dulcemente acaricia al intruso. «¿Quieres que repasemos algo en tu cuaderno de dictado?».

No pedía aquel pequeño ayuda escolar ni un cuento antes de ir a la cama. Le intrigaba, desde que su familia se había instalado en un piso de la calle Maisonnave, el hecho de que el padre todos los días tuviera dos momentos de ceremonia infalibles; por la mañana, en el desayuno, cuando el niño le daba un beso antes de salir hacia su colegio, el padre hojeaba el periódico. Por la noche, después de la cena, el padre se iba solo al despacho y pasaba un tiempo que al niño se le hacía inacabable examinando morosamente esas hojas y deteniéndose en su lectura. El niño sentía celos de lo que, con el tiempo, supo que tenía un nombre y era la prensa que diariamente llegaba a su casa.

Su impaciencia creció alarmantemente el día -tendría entonces siete años- en que vio a su madre tomar el periódico del velador del despacho y llevárselo consigo a la mecedora donde cosía alguna vez o jugaba a las cartas con el esposo y los hermanos mayores. El niño, sin embargo, intuyó que la canasta y los naipes eran de menor cuantía en el empleo del tiempo de sus mayores; el rival que podía destronarle como rey de la casa era de papel y respondía al nombre de INFORMACIÓN.

Esos pequeños ritos familiares que tanto le inquietaron, produjeron en el niño de entonces la adicción permanente a leer periódicos que sigue teniendo el adulto de hoy. A los diez años, con motivo de un Congreso Eucarístico Nacional celebrado en Granada, el niño Vicente (que era por entonces muy beato) sintió la primera curiosidad por aquellas hojas que tanto ocupaban el tiempo de sus mayores. Abrió el periódico y descubrió varias cosas, más allá de la reseña de los actos religiosos granadinos. Noticias de sucesos nunca imaginados dentro de su cabecita, fotos de algún lugar remoto para él, que sólo había viajado hasta entonces desde Elche a Almería, desde Alicante a Valencia a ver una vez al año a sus tíos y primos, críticas y anuncios de cine, una afición que se le estaba ya inoculando en su sangre joven, una sección de deportes en la que tenían cabida las proezas del equipo de fútbol de su pueblo de nacimiento, el Elche F.C., que por aquella época atravesaba la buena racha que le llevaría a jugar varias temporadas en la primera división.

Trascurrió el tiempo, el niño fue creciendo, el periódico seguía entrando todas las mañanas en su casa, y el paso de su niñez a su adolescencia tuvo un momento crucial: no fue el día de su primer beso furtivo en la calle, ni el de su primer pensamiento impuro (contra el que te advertían los curas de tu colegio), ni el de su primer cigarrillo a escondidas. Fue el día en que le disputó a sus padres ese periódico llamado INFORMACIÓN, y empezó a leerlo con curiosidad y atención. Como cosa propia.

Aquel periódico, en el que al cabo de los años colaboraría esporádicamente y en el que su trabajo de escritor y cineasta tuvo eco, fue además el molde de una creencia imbatible: la profesión de lector de prensa escrita, que nunca le ha abandonado. INFORMACIÓN fue la fuente primera de un caudal hecho de publicaciones diarias editadas en otras lenguas y otras ciudades de España, a las que, sin faltar un solo día, aquel niño al que tanto irritaba la fijación de sus padres en unos papeles largos y cuadrados repletos de letras e imágenes, ha seguido vinculado, en el convencimiento de que no hay mejor manera de iniciar y cerrar una jornada que dejando entrar en nuestro pequeño mundo de seres individuales el aire colectivo de los tiempos que los periódicos portan en su interior. INFORMACIÓN lo lleva haciendo setenta y cinco años.

Felicidades.