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Francisco José Benito

La cuarta vía

F. J. Benito

El turismo enfila agosto en la tormenta perfecta pese a haber hecho los deberes

El mazazo al sector turístico de la Costa Blanca es tal que ya hay muchas empresas que han empezado a hacer sus cuentas para que el hasta ahora «salvador» ERTE se convierta en un ERE clásico el próximo otoño

«Si algo malo puede pasar, pasará». Aunque la reflexión de este artículo no tiene relación alguna con transbordadores, nuevas galaxias o carreras espaciales, la ley de Edward Murphy, el físico estadounidense autor a principios de los 50 de esta frase inmortal, viene al pelo, desgraciadamente y setenta años después, para explicar la actualidad turística de la provincia de Alicante en este inicio de agosto que se torna aún más incierto tras la decisión del Reino Unido de restaurar la cuarentena a los viajeros que entren en el país, ya sean de Alicante, Elche o Liverpool, y pese a que la provincia sea hoy una de las zonas donde el dichoso virus parece más controlado, pese a los rebrotes. Decisión precipitada y que esconde también otras razones como evitar la fuga de divisas en una Londres que tampoco anda boyante en lo económico.

El mazazo al sector turístico de la Costa Blanca es tal que ya hay muchas empresas que han empezado a hacer sus cuentas para que el hasta ahora «salvador» ERTE se convierta en un ERE clásico el próximo otoño, o sea, con despidos reales. Sin el turismo británico, a ningún hotelero u hostelero de Benidorm, por ejemplo, le salen hoy las cuentas, y si Benidorm pincha, como está pinchando este verano, el virus, y no hablo del covid sino del económico, se convertirá en pandemia desde Dénia a Pilar de la Horadada con consecuencias impredecibles.

La semana ha sido dura. Turoperadores que han cancelado contratos, compañías aéreas que han vuelto a tierra y hoteles que iban a abrir en los próximos días que han dado marcha atrás. La situación es más grave de lo que se puede imaginar, y por supuesto más grave de lo que pueden pensar aquellos que hoy celebran que se haya cerrado, en la práctica, la frontera con el Reino Unido. Grave para el sector, grave para los que quieren venir y menos grave, paradojas, para los 70.000 británicos que tienen casa en la Costa Blanca y que, sencillamente, están mejor en Benitachell, Torrevieja o Benidorm, que en la costa de Cornualles donde solo hace falta ver sus playas para ver quién tiene más riesgo de pillar el covid. ¿Los ingleses que vuelven de Benidorm o los que se quedan allí? Porque a irresponsabilidad ante el covid está claro que los británicos nos ganan, como la prensa inglesa ha puesto de manifiesto una y otra vez. En cuanto a incidencia, solo hace falta mirar las cifras de unos y otros, pese a que las nuestras empiecen a ser de confinamiento.

Pero volviendo a Murphy, aunque nadie lo quería, lo peor nos ha pasado. Rebrotes del covid-19 en plena recuperación, tímida, pero recuperación, de un turismo que mueve el 24% del PIB de la provincia (90% del de Benidorm) y del que comen 300.000 familias. La tormenta perfecta. La segunda oleada de la pandemia, prevista para el otoño, nos ha caído en plena canícula, lo que, por otro lado, echa por tierra aquello de que el covid-19 no soportaba el calor. No sabemos si habrá mutado, si estamos mejor preparados en los hospitales, o si sus efectos son más leves, pero lo que sí está claro es que si morir por el covid-19 es trágico, no lo es menos vivir sin tener un euro en el bolsillo a final de mes. Y, salvo milagro, el final de año puede ser letal para muchas economías alicantinas, aunque todavía hoy algún insensato pueda pensar aquello de que qué bien se está de ERTE en verano y sin tener que soportar a los clientes. Qué se lo digan a Cáritas o Cruz Roja.

Solo hace falta visitar estos días Benidorm para ver el cambio que ha sufrido la ciudad. Una ciudad acogedora, siempre abierta, con una luz especial y llena de vida, que hoy parece, durante muchas horas del día, una ciudad fantasma en la que casi se podría pensar que ha caído una bomba atómica al ver sus calles desiertas. El ejemplo de Benidorm puede servir para Alicante, Torrevieja, Calp, El Campello? decenas de municipios de la provincia en los que el turismo, la hostelería y el comercio son clave para su supervivencia. Localidades donde nadie sabe qué les deparará el futuro.

Y lo peor es que nadie puede pronosticar cual será la próxima sorpresa desagradable que pueda deparar el virus. El mazazo a los empresarios en este cénit de la temporada alta ha sido cruel porque ha llegado justo en el momento en el que algunos comenzaban a levantar la cabeza tras meses de ruina. Hoy están desorientados porque son incapaces ni siquiera de imaginar una fecha en la que todo comenzará a volver a una normalidad marcada por la hoja de ruta sanitaria contra el covid-19. Los más pesimistas dan por perdido este año y parte del que viene mientras ven como el Gobierno no ha sabido reaccionar, pues ni la prórroga de los ERTE está asegurada.

La reducción de muchos vuelos, entre ellos los británicos, en España va a provocar que el aeropuerto de Alicante-Elche pierda este año en torno a los seis millones de pasajeros y caiga al nivel de tráfico de hace 15 años. Las tres mil personas, con mejores o peores contratos, que trabajaban en el aeródromo están en el ojo del huracán viendo como los rebrotes del virus han cogido a la Administración sin plan «B» y, visto lo visto, con nula fuerza en Europa, incluido el Reino Unido, para convencer a los gobiernos de que viajar a España es, como lo es, una opción segura manteniendo medidas de prevención, por supuesto.

Nosotros tampoco hemos ayudado con nuestra relajación en la desescalada y ahora pasa lo que pasa. Muchos, lo más inconscientes, pensarán, incluso, que la cuarentena impuesta en el Reino Unido no va con ellos, que es un problema de los hoteleros. No, si el turismo cae, caerá la provincia. No es hora del debate sobre si alguien se equivocó al diseñar el modelo. Alicante es una provincia de servicios y lleva viviendo de ellos 50 años. Si no somos capaces de garantizar la seguridad sanitaria sin tener que cerrar la economía lo pagaremos, y entonces sí que no hará falta que haya hoteles. Es el momento de la sanidad y de la alta política, pero ya solo nos faltaba que Turquía o Grecia puedan sortear antes la cuarenta británica. Algún necio conozco que se alegró de que en 2008 explotara la burbuja inmobiliaria. Acuérdense de lo que vino después.

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