Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Contracrónica

Todos a una/o

Las defensas se afanan en la común tarea de invalidar los pinchazos telefónicos como si en realidad todas trabajaran para un único cliente

Todos a una/o

Aviso para navegantes. «No necesitamos lecciones magistrales. La sala está instruida». Lo advirtió la presidenta del tribunal nada más comenzar la segunda sesión del juicio por los amaños del PGOU de Alicante. Aún resonaba entre las paredes que acogen esta vista oral la prolija disertación que en la primera jornada ofreció uno de los dos abogados que se ocupan de la defensa de la exalcaldesa Sonia Castedo, el catedrático de Derecho Procesal José María Asencio. Y viendo que la historia se podía repetir, la magistrada Montserrat Navarro decidió adelantarse a la jugada y lanzar la advertencia. No más clases maestras, por favor. Indicación que no le quedó otra que reiterar en varias ocasiones más. «Dijo usted que iba a dar dos pinceladas y ha pintado la casa entera», le espetó durante su exposición a Vicente Grima, catedrático de Penal y defensor del exalcalde Luis Díaz Alperi. «Le recuerdo que se le está acabando el tiempo», le soltó cuando estaba en su turno a Francisco Ruiz Marco. A lo que el representante del empresario Enrique Ortiz respondió, no sin cierta sorna, que esa era «una constante» en su vida, provocando una sonora y casi unánime carcajada en la sala.

Porque la de ayer fue una jornada menos tensa que la primera pese a que los abogados se afanaron en la común tarea de tumbar las escuchas y socavar los cimientos de las imputaciones como si en realidad todos trabajaran para un único cliente. Una mera impresión.

En la bancada de las acusaciones los ataques a las sombras de esta instrucción y la exhaustiva descripción de las lagunas que los defensores ven se encajaron con cara de póker. Bueno, con ojos más bien, que era lo único que a los fiscales Briones y Romero y a los representantes de las acusaciones popular y particular dejaban ver las mascarillas. Y los acusados, a diferencia del primer día, ya conocían la sala y el lugar que tenían que ocupar debidamente alejados para evitar cualquier brote. También por coronavirus. Solo faltó el empresario ilicitano Ramón Salvador,el único encausado que ha admitido los hechos y a quien el tribunal ha dispensado de estar presente salvo cuando tenga que ratificar la conformidad y el último día del juicio. De hecho, su abogado, el también ilicitano Miguel Torres, artífice de ese acuerdo y del que después se retractaron Ortiz, su hermano y uno de los empleados del empresario, fue el único que ayer no abrió la boca, siendo sustituido por un colega la segunda parte de la sesión.

Más roce

Entre los dos expolíticos, más roce que el martes pasado como si quisieran acallar las lenguas que hablan de un distanciamiento total entre ambos después de haber compartido tanto. Hasta un café se tomaron juntos durante el receso en un local próximo a la Audiencia. Quien no se acercó fue Ortiz. Ni los socios de Salvetti, uno de ellos hermano de la exregidora y quien ayer vivió en sus carnes lo que de verdad es la pena de banquillo: estar sentado durante horas en las sillas de madera de la sala de vistas. Más que pena, una tortura.

Compartir el artículo

stats