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CORONAVIRUS

Juan Luis Torres: «La imagen de mi mujer mientras esperaba a la forense me golpeaba»

El 26 de marzo, en los momentos más duros de la pandemia, fallecía en su casa Trinidad Giménez, una alicantina de 63 años

Trinidad Giménez en una foto familiar junto a su hija Eva y su marido Juan Luis. Al lado, el viudo y la hija ayer en el domicilio de ésta en Alicante con fotos de su madre. información

«Me quedé sonado, como los boxeadores. Esos últimos momentos fueron terribles, le hice el boca a boca pero estaba muerta. La forense tardó en venir. A 40 centímetros de mi cara mi mujer muerta, eso es terrible. Las imágenes venían y me golpeaban, era muy duro. No podía cerrar los ojos en toda la noche». El impacto de ver morir a su mujer en su propia casa, sin patologías previas conocidas y tras unos pocos días con unas décimas de fiebre, ahogos al hablar y diarrea, impide a Juan Luis Torres, músico de profesión, llevar una vida normal, como es lógico, aunque poco a poco «hay una asimilación de la situación».

De luto por Trinidad Giménez, su esposa durante 43 años y madre de su hija Eva, han pasado algo más de tres meses de su inesperada marcha, sin un solo documento que certifique que la causa fue coronavirus pero con la certeza de sus más allegados de que se contagió. No saben dónde, aunque por los indicios apuntan al coro del Teatro Principal en el que cantaba como contralto junto a su hija y donde hubo, afirman, varios positivos. «Ella tenía fobia a los hospitales. Nunca sospechamos que fuera coronavirus porque al principio no parecían coincidir los síntomas con lo que decían en televisión y hablábamos con su doctora en el centro de salud», es decir, que tuvo seguimiento telefónico. «Creo que nunca llegó a decir cómo se sentía y a los amigos les comentaba que estaba mejor», afirma Juan Luis, que tuvo los mismos síntomas.

El 26 de marzo, después de unos 10 días enferma, Trinidad pidió a su marido una toalla para secarse unos fuertes sudores, la llevó al cuarto de baño, no podía respirar y murió. Los servicios médicos del centro de salud se personaron en el domicilio familiar y no pudieron hacer nada por su vida. «La forense nos dijo desde el primer momento que nos tendrían que haber hecho la prueba y no nos la hicieron. También aseguró que se la practicarían a mi madre post mortem pero tampoco fue así», señala Eva Torres Giménez, de 36 años, profesora de Escritura Creativa. Por el hecho de que a su padre, hipertenso, y paciente de riesgo, no le hicieran la prueba, la joven piensa que «con otra gestión» sanitaria de la epidemia su madre se podría haber salvado. Solo le hicieron la prueba en el hospital a la madre de Trinidad, de 102 años, que convivía con ellos en casa y porque tuvo una grave afección. La familia se ha sentido desprotegida.

La hija señala que a Trinidad últimamente le costaba hablar, «se ahogaba cuando lo intentaba, por eso no tenía ganas de hablar». En casa lo relacionaron con un inicio de depresión, y no quieren ocultar que la forense, al reconocerla, apuntó a un paro cardiaco, aunque nunca padeció de corazón. Oficialmente no saben de qué murió pues no le practicaron la autopsia ni la prueba de coronavirus. Padre e hija decidieron hacérsela en una clínica privada cuando se inició el desconfinamiento. Optaron por un IGG, test serológico de anticuerpos a largo plazo por el que pagaron 45 euros, que dio positivo en el caso de Juan Luis, no así en el de Eva. La joven se llevó a su padre a casa y se confinó en una habitación para protegerlo al ser hipertenso sin saber que su padre, como más tarde demostraron las pruebas, ya lo había pasado.

Durante días, Juan Luis le dejaba el plato en la puerta y ella lo sacaba cuando terminaba, y desinfectaba todo lo que tocaba en el cuarto de baño. El viudo de Trinidad volvió hace un mes a su casa y ha tenido que acostumbrarse a las tareas del hogar, a cocinar, a todo lo que hacía ella, el bastión de la familia. «Hice un doctorado hace años y fue gracias a ella, si no, no habría podido, porque tenía que viajar para la investigación y ella siempre me apoyó». Músico de profesión, perteneció durante 37 años al Conservatorio de Elche, y lleva 18 años pintando. A mitad de enero inauguró una exposición en el Club INFORMACIÓN, donde de nuevo su mujer fue su gran apoyo.

Trinidad no tuvo entierro ni funeral. Fue incinerada, como era su deseo, y sus cenizas están en una urna en la casa de su hija Eva. La familia tiene previsto organizar una ceremonia de despedida con música y arrojar las cenizas en alta mar, como Trinidad quería. Su hija ensalza la generosidad de su madre, cómo se encargó de reunir a los integrantes del grupo de música antigua al que la chica había pertenecido para dar una sorpresa a su padre, que pintó un retrato de ellos de gran tamaño. «Gracias a ella retomamos la actividad del grupo. Son cosas muy bonitas las que ha hecho por nosotros». Su desaparición ha impresionado a todos, «nunca enfermó ni se quejó, al contrario, era muy enérgica».

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