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Niños de hoy

Un verano insólito

De pronto se ha acabado el curso sin apenas darnos cuenta. Y hemos pasado de hablar del coronavirus, los enfermos, las mascarillas, los Ertes, el teletrabajo y las fases del estado de alarma, a encontrarnos delante mismo del ansiado verano, que ha venido teñido de esta extraña manera que tienen las cosas ahora: con las fiestas suspendidas, las playas troceadas, las dudas aún vigentes y las expectativas de disfrute y de descanso llenas de incertidumbre.

En estos momentos de tránsito y adaptación continua a «lo que va tocando», cada uno de nosotros nos encontramos con nuestras particulares circunstancias familiares, laborales y económicas, con nuestras reacciones subjetivas ante las vivencias ocurridas, con nuestros planes de trabajo, viajes o vacaciones puestos en entredicho y con nuestro futuro inmediato probablemente comprometido de una u otra manera. No está siendo fácil.

Durante el confinamiento hemos cavilado mucho, hemos renegado también mucho, nos hemos preocupado, nos hemos entristecido y nos hemos asustado. Ahora todos esperamos dejar atrás el encierro, el malhumor, la extrañeza, el miedo y recuperar poco a poco la vida normal. Deseamos con urgencia ponernos al día después de este inesperado paréntesis que nos ha puesto a temer y a inventar. Pero quizás sería indicado que nos parásemos unos instantes a agradecer la salud, a pensar en lo que ha pasado y cómo lo hemos afrontado, y a imaginar caminos nuevos para afrontar un verano que se nos presenta insólito, con un reencuentro con los demás ¡sin poder acercarnos! y un aterrizaje en una realidad diferente a todas las que antes habíamos vivido.

Nuestros hijos han estado a nuestro lado en la aventura, experimentando junto con nosotros este suceso histórico que nos ha hecho estar recluídos en casa durante muchas semanas. Sin embargo, en muchos casos y para extrañeza de tantos, los niños han estado bastante bien, disfrutando felizmente de la compañía de sus padres, de sus hermanos, de sus juguetes y de sus maestros, que a ratos se asomaban al balcón digital para saludarlos y para enseñarles algo.

Para los niños tener a los padres a su disposición, poder jugar a placer y gozar de tiempo para dibujar, cocinar, disfrazarse, hablar por teléfono con la familia, leer cuentos, ver la televisión y hasta para aburrirse, ha sido tranquilizador y agradable. Han podido hacer vida de niños, cosa que tenían difícil unos meses atrás con las prisas y las múltiples ocupaciones. Y aunque echaran de menos salir, moverse, ir a la escuela y estar con los amigos, han tenido a cambio otras cosas importantes que les han compensado: la compañía, la atención y el cuidado de los padres, habitar sus casas hasta el último rincón, jugar despreocupadamente y soñar.

Eso sí, cuando se les ha permitido salir, lo han hecho con muchísima ilusión, corriendo, literalmente, al encuentro de los amigos, expresando en sus gestos alegres y en sus abrazos nerviosos, las ganas que tenían de verlos, dejando atrás los ratos de juego solitario o en familia para despertar de un golpe a esos juegos compartidos, esas complicidades, esas deseadas aventuras y esas emociones vividas con los demás.

Estando tanto tiempo en casa con nuestros niños, hemos podido observar más aún que de costumbre cómo son, en qué aspectos se muestran fuertes y en cuáles flojean. Qué tolerancia tienen (o no tienen) a la frustración, al agobio, a la inquietud. Cómo y cuánto se enfadan, se entretienen, se defienden o protestan. Cómo aprenden, imaginan, ayudan, o molestan. Si cuentan o se callan sus preocupaciones o miedos, si son autónomos o dependientes, inseguros o decididos, trabajadores o no tanto?Y estaría muy bien no perder todo este cúmulo de saberes y de experiencias compartidas y poder mantener la potencia del hilo comunicativo renovado en estos días de convivencia y de total cercanía.

Qué bueno sería no olvidar lo mucho que el juego, lenguaje secreto e íntimo de los niños, les salva tantas veces de los conflictos. Lo útil que es el orden y la planificación flexible del tiempo para organizar la vida psíquica y ayudar a pensar. Lo necesario que es hablar y escuchar para sentirse bien y disponer de un escudo liberador contra la soledad y la tristeza. Y, sobre todo, lo importante que es la presencia y disponibilidad de los padres para los hijos.

Así pues, iría muy bien emprender este verano insólito recogiendo estas enseñanzas recién vividas y aplicándolas a nuestra vida diaria. Es decir, haciendo algunos planes con los niños que les ayuden a distribuir el tiempo, a organizar su cotidianeidad y a no sentirse perdidos, o excesivamente pegados a las pantallas. Haciendo encuentros con la familia y los amigos, dosificados aún, pero por fin posibles y disfrutables. Y si son en la Naturaleza, mejor. Han estado mucho tiempo dentro de casa y necesitan aire libre y sol. También vendría bien seguir realizando algunas tareas de la casa y de la escuela. Sin cansar, pero dando lugar y valor al trabajo. Y desde luego convendría no abandonar el vínculo con la belleza que ofrece la cultura: cuentos, música, arte, teatro?, ya que en este tiempo hemos comprobado lo mucho que acompañan, consuelan, distraen y alegran.

¡Nos hace falta un verano luminoso, esperanzado, amable! Un verano en el que sigamos hablando, jugando y estando juntos. Un verano en el que los niños recorran las playas y los campos con anchura y placer, de la mano de sus padres, contentos? Necesitamos un verano que inaugure un momento más sensible, más reflexivo, más calmo y más dulce.

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