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La cuarta vía

Blindar las playas contra el Covid-19, pero sin convertirlas en laberintos

Personal del Ayuntamiento señalizas la playa de San Juan. ALEX DOMÍNGUEZ

Si de algo puede presumir la provincia de Alicante desde que la descubriera el primer turista tras aterrizar en los entonces vuelos chárter a principios de los años 70, o, incluso mucho antes, desde que los madrileños las hicieran suyas tras varias horas de viaje en el «seiscientos», y antes, incluso, en el «tren botijo», es de sus playas. Más de doscientos kilómetros de costa, un clima privilegiado, la mejor luz de España y arenales de todo tipo, desde urbanos a salvajes. Las playas son, sin lugar a dudas, nuestro principal patrimonio turístico y natural -con permiso de la montaña-, y contribuyen, vaya si contribuyen, a cimentar ese 24% del PIB de la economía provincial. Pablo Serna, hoy al frente de las riendas del imperio inmobiliario que cimentase su padre allá cuando comenzaron a llegar los primeros turistas, se hacía una pregunta cuando hace unas semanas contemplaba vacío el aeropuerto.

Más o menos, el empresario torrevejense sostenía que la provincia podría ser, incluso, un «antídoto» para suavizar el infierno del covid-19. ¿Dónde podría haber soñado pasar el confinamiento que impone el coronavirus cualquier europeo durante los últimos meses? Pues en su casa de Alicante, al sol y mirando al mar. Como así han podido hacerlo los más de 300.000 turistas que en su día llegaron de vacaciones y acabaron comprándose una casa en nuestra provincia. ¿Por qué se creen que hay británicos en las terrazas de Benidorm con los hoteles cerrados?

Por ese derecho de los alicantinos y residentes de disfrutar de su bien más preciado, y por la importancia que tienen las playas como gasolina del motor económico que supone el turismo para la provincia, es clave que los ayuntamientos costeros organicen bien ese patrimonio afectado por las medidas de prevención contra el covid-19, si no quieren que acaben convertidas en espacios sin ley, donde prime el criterio del más fuerte o el más jeta. En estos momentos y cuando ya ha pasado una semana desde la apertura de las playas -no todas porque, incomprensiblemente, a Benidorm le ha pillado el toro y sigue con sus arenales cerrados-, la mayoría de los ayuntamientos no tienen clara la organización. Todos han apelado a la responsabilidad de los bañistas.

Por supuesto, desde el que llega con la nevera y el toldo un domingo a las doce del medio día con la familia al completo, al que -afortunado él o ella- puede levantarse tres horas antes y colocar sombrillas y sillas en primera línea del mar, aunque no vaya a bajar hasta a la hora punta. Privilegios de tener una segunda, o primera, residencia en la playa. Ningún munícipe se inclina por la cita previa -cuestión ésta de dudosa legalidad incluso- para acudir a la playa, aunque está claro que el covid-19 no amenaza también en las playas, convertidas hoy en una especie de puzle en el que hay municipios que pretenden controlar los espacios hasta con drones. Esos artilugios voladores que son icono de la aplicación de las nuevas tecnologías, pero que pueden resultar hasta un peligro al volar por encima de lo bañistas, como se ha justificado hasta ahora en repetidas ocasiones para denegar las autorizaciones oportunas para su vuelo.

Los ayuntamientos lo tienen complicado, por supuesto. Nunca se ha tenido que compartir las playas con la amenaza de un virus. Los expertos aseguran que el agua del mar y la temperatura de la arena son los mejores elementos naturales para blindarse ante el covid-19, con lo que por falta de bañistas no va a quedar este verano. De ahí que como ha sucedido tras el confinamiento -hoy en la provincia es runner hasta la persona que no se había puesto unas zapatillas deportivas en su vida- este verano las playas puede que estén más llenas que nunca, por lo que guardar el «distanciamiento social» (vaya definición) resultará casi imposible, pues me temo que van a ir la playa hasta a los que les molesta sentir los granos de arena debajo de los pies.

Decía que la organización es complicada, y lo peor es que da la sensación -loable el esfuerzo del Patronato Provincial de Turismo por buscar la coordinación- de que una vez más nos ha pillado el toro, y es incomprensible en el caso de algunos ayuntamientos que se jactan, precisamente, de ser referente en la gestión de sus playas. El Gobierno ha advertido de que algo hay que hacer, el Consell se ha limitado a las cuestiones generales, y al final el marrón se lo tienen que comer los ayuntamientos, algunos con más medios que otros, y todos con el miedo en el cuerpo. Tres meses de un verano con calores saharianos como se anuncian y con las playas convertidas en un nido de conflictos pueden pasar factura social, política y, sobre todo, manchar nuestra imagen.

Por supuesto que no nos podemos permitir el más mínimo rebrote del covid-19, pero la obligación de los alcaldes es encontrar una solución -que ya llega tarde- antes de julio, sirviendo lo que queda de mes como laboratorio. Julio es el mes en el que arrancan las vacaciones y la playa va a ser el remedio gratuito para tantos bolsillos castigados por la crisis económica provocada por el virus, de los alicantinos y, también, de los miles de turistas que nos visiten este año, porque venir, vendrán.

No conozco a nadie que no asocie verano con playa. Mi historia es la de muchísimos alicantinos y españoles en general. He ido a la playa prácticamente desde que tenía uso de razón. De niño con mis padres y mis hermanos, jornadas que recuerdo con cariño. Nada más llegar, mi padre nos explicaba el punto de referencia por aquello de si nos perdíamos, ya que entonces la toalla estaba de adorno y no parábamos si no era para la obligada digestión. De adolescente con mis amigos. Más adelante con mis propios hijos y, hoy, con mi mujer, los amigos y, cuando hay suerte, de nuevo con los hijos, aunque estos ya tengan sus propios planes. Baño, chiringuito, siesta, o lo que haga falta. ¿Quién no ha hecho lo mismo en la playa?

En definitiva, a tres semanas del mes de julio, se han avanzado los primeros planes de prevención playera y se ha llegado a oír que algunas de las playas más multitudinarias de la provincia se vaciarán a medio día por completo para mandar a casa a los que estuvieron por la mañana y dar la bienvenida a los que pasarán la tarde en el arenal. Precaución contra el covid-19 toda, pero no convirtamos nuestro principal patrimonio turístico en un laberinto. Que bastante complicadas están ya las cosas. Menos fotos y más efectividad.

El presidente de Ximo Puig ha anunciado la contratación de mil personas para que colaboren en la organización de las playas este verano. Buena iniciativa, esperemos que no lleguen en octubre por aquello de pliegos y demás trabas administrativas.

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