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Toni Cabot

Postales del coronavirus

Toni Cabot

¿Síndrome de la cabaña?

El viernes estuve un par de horas en el centro de Alicante para despedirme de Pepé Santoro -aquel guardameta internacional que jugó en el Hércules en los dorados años setenta-, que regresa a Argentina tras pasar el confinamiento entre nosotros. Llegó en febrero a la ciudad tras cuarenta y cinco años de ausencia con la intención de disfrutarla durante un mes, reencontrarse con viejos amigos y pasear por esas calles que le enamoraron medio siglo atrás, y resulta que se ha tenido que quedar dos meses, pero recluido en un apartamento. En todo caso, le ha dado tiempo para volver a enamorarse de un lugar que siempre permaneció en su mente, donde nació su hija, y al que tiene intención de regresar antes de que pasen otros cuarenta y cinco años. Asumiendo que la crisis generada por la epidemia es mundial, Santoro ahondaba en el asunto: «Es cierto, todo está mal, pero aquí yo salgo a la calle con tranquilidad y, aunque cueste entenderlo, para mí es extraordinario. En mi país te arrancan el brazo para robarte el móvil. Aquí no se sale ahora a la calle por miedo al coronavirus; allá mucha gente se queda en casa porque tiene pánico a otros bichos más grandes».

Curiosamente, estos últimos días, mezclando confinamiento y virus, ha entrado en escena una enfermedad prácticamente desconocida: el síndrome de la cabaña. El nombre del trastorno procede de experiencias de cazadores en los Estados Unidos que se refugiaban en cabañas del bosque frente a alguna tormenta o ante la amenaza de animales salvajes. Luego, aún cuando aparentemente ya había cesado el peligro, tenían miedo a salir.

Para alguna gente, tras más dos meses recluido, esa libertad de volver a la normalidad no resulta tan placentera. Quedan atrapados por el miedo.

Los psicólogos defienden que la vuelta tiene que ser gradual para poder adaptarnos a una realidad muy diferente a la que conocíamos. Sin embargo, lo que uno ha visto durante estos días, una vez levantada una parte de la valla, ni responde a la gradualidad ni halla rastro de «síndrome de la cabaña». Al contrario, por aquí el personal se ha lanzado a la calle como si no hubiera un mañana, basta ver las terrazas de bares y restaurantes desde que obtuvieron permiso.

«La gente está ansiosa», relata Santiago Sánchez Soria, propietario del único restaurante del Puerto que ha abierto sus puertas, «yo no doy abasto, mi terraza se queda pequeña, podría multiplicar el servicio si tuviera más espacio».

José Juan Castelló, propietario del Populi, otro restaurante con terraza en la Albufereta alicantina, anunció días atrás que volverá al frente de su negocio el próximo viernes. Pocas horas después de este anuncio, su local ya acumulaba reservas al ochenta por cien de su capacidad. «Somos un muy país social, nada que ver con el resto de Europa. Hay ansiedad por volver a tomar la cervecita y comer con los amigos. Vamos a ver cómo evoluciona la economía, pero nos vamos a resistir mucho a perder cosas como ésta».

¿Síndrome de la cabaña? Más que miedo a salir, por estos lares lo que se desea es no volver a entrar.

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