Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Diario de una confinada

La vida sin abrazos

Décima semana de encierro en el campo y ¡por fin! recibimos las primeras visitas y salimos a ver a familiares

La vida sin abrazos

17 domingo almendras

Parecía que ciencias naturales no iba a tener una aplicación práctica, pero sí. Resulta que hoy cocina mi marido albóndigas con salsa de almendras, y allá que se han ido los tres, bueno, los cuatro, la perra también, a partir almendras. Entre las que se rompen y le dan al impaciente animal y las que se jalan ellos directamente, se tiran un buen rato en el partidor. Cuando vuelven para contarme lo bien que lo hacen, aprovecho para recordar la lección de la semana: las partes de las plantas, los tipos de árboles, las clases de frutos, las semillas, etcétera, y así llegamos hasta las almendras. Sí, la teoría está muy bien, pero la práctica de comer las albóndigas con almendras está mejor... y es más delicioso.

18 lunes reencuentro

¡Ha llegado el gran día! Después de sesenta y tantos largos días, mi cuñada, su marido y sus hijos vienen a vernos. Estamos jugando el partidito de fútbol y mi suegro está paseando, inquieto, aguardando el momento. Aparecen su hija y su nieta andando por el camino y se acerca a la valla a abrirla y recibirlas. No hay besos, no hay abrazos, sí hay mucha emoción contenida, sí hay muchas ganas de cruzar los dos metros de distancia y juntarse, pero no puede ser. Mi cuñada llora, «quiero abrazarte», implora, mientras él, no sé cómo, guarda en su interior todas sus emociones y consigue no resquebrajarse. Son momentos duros, parece que el tiempo se ha parado, nadie dice nada, los niños no entienden y los mayores entendemos demasiado. «¡Qué pelo tan largo tienes ya, tata!», se me ocurre decir para no alargar más este dolor. Y así vamos pasando de una conversación a otra y logramos aparcar el mal trago. Luego llegan mi cuñado y mi sobrino en coche, de la peluquería, y seguimos hablando. Por un momento parece incluso como si no hubiera pasado nada en estos últimos dos meses, pero en cuanto alguno se acerca más de la cuenta a otro, volvemos a recordar que estamos en la nueva normalidad. Llega la hora de partir, que se alarga un poco más de lo que antes era habitual. El resto de la tarde noche estamos pendientes de mi suegro, pero es un roble, la procesión va por dentro.

19 martes primera salida

Hoy somos nosotros los que vamos de visita, a Agost a ver a mis padres. Ya no recordaba la sensación de ir en el coche con mis hijos y mi marido, es una sucesión de tormentos: «pon el mapa», «pon música buena, no las noticias», «¿puedes girarte a ver lo que hemos hecho?», a lo que se une que de copiloto hay veces que me entran mareos, con lo cual los treinta minutos del trayecto se me hacen eternos. Llegamos al campo y ahí están los dos, con sus mascarillas puestas, apenas les puedo ver las caras, pero están igual, en realidad han sido dos meses, pero me han parecido años. Hablamos y hablamos, mi madre se va a medir a los niños a la pared en la que tiene desde hace años a todos los nietos, paseamos y mi padre nos enseña orgulloso todo lo que ha hecho, mi madre nos da una tortilla de patatas para los niños y un conejo que han cazado esta misma mañana con una sencilla trampa. Llega la hora de irnos, no hay abrazos, no hay besos, se quedan en la puerta diciéndonos adiós con la mano, yo me giro hacia atrás para hacer lo mismo y me entra una pena inmensa, las lágrimas asoman y forman un torrente, no puedo parar, me tiro cinco minutos llorando, pero no quiero que mis hijos se den cuenta y ya empiezan otra vez con sus imperiosas necesidades («¡el mapa!», «¿jugamos al veo veo?»). Lo que habría dado por un abrazo.

20 miércoles peluquería

El calor ya está aquí y las melenas necesitan un buen corte de pelo. Mi hijo ha sido siempre reacio a que le pase la máquina porque dice que le hago daño y yo todavía recuerdo la primera vez que se lo corté al 1 y con lo delgadito que es parecía salido de un campo de concentración. Pero tras el partido de fútbol, está sudoroso y aprovecho el momento de flaqueza: - «¿Te da calor el pelo»?. - «Sí, uff». - «¿Te lo corto ahora con la maquinilla o te esperas un par de semanas a ir a la peluquería?». (Inciso: lo sé, le estoy manipulando, podemos ir ya a pelarle, pero ¿y lo cómodo que es manejar todavía a este pitufo?). - «Córtamelo ya, mami, pero no me hagas daño, y ponme dibujos». Que todo sea eso. Esta vez se lo corto al 3, con algún pequeño desaguisado, pero ¡quién le va ver! A continuación, pasa por la peluquería mi marido y, a última hora de la noche, mi suegro, tras ver cómo han quedado las dos cabezas, considera que puede fiarse de mí y me pide cita para el día siguiente. Las chicas de la casa sí que tendremos que acudir al local, nuestras melenas requieren más trabajo que el que dan dos calvorotas y un niño.

21 jueves viajar en el tiempo

Estamos mi marido y yo descansando después de comer, viendo las noticias, cuando dicen que se ha hecho viral el momento de la serie «El Ministerio del Tiempo» en el que Lorca viaja hasta 1979 y escucha a Camarón cantando unos versos del poeta. Yo no la he visto, pero él se ha cargado las tres primeras temporadas y me insiste para que la veamos juntos. Se ha dejado hasta un bigote a lo Hugo Silva. Entonces me da por pensar y le digo «si se pudiera viajar en el tiempo, yo me iría a...» y me imagino escogiendo entre la Edad Media y la revolución industrial cuando me suelta entre risas: «Yo me iría al 7 de septiembre y cerraría la puerta con llave contigo dentro». (Nuevo inciso: esa fecha de hace 14 años por la noche salimos a cenar como amigos y volvimos como pareja; lo de la puerta es porque acudimos a la inauguración de una tienda de la novia de un compañero y nos quedamos encerrados en una de las salas a las que nos habíamos metido a cotillear). Mi cara es un poema y, por supuesto, mis sueños de ser una mujer de la nobleza que rompe moldes ante los señores feudales o una revolucionaria se truncan. Y él sigue riéndose. Y por la noche, aún le dura la frasecita que considera ingeniosa. ¡Ay! si tuviera una guillotina.

22 viernes paseo en familia

Seguimos disfrutando con actividades que hacía meses que no realizábamos juntos y hoy por primera vez salimos los cuatro a pasear (Xixona tiene menos de 10.000 habitantes), bueno, los cinco, que también nos acompaña Duffy, la perra. Resulta una caminata corta porque por el camino nos encontramos a una prima de mi marido, que viene a hacernos una visita, también con su mascota. Era algo que los niños esperaban desde hace una semana, así que se pasan un buen rato jugando con la perrita. Cuando se va, vamos a hacer una visita a nuestros vecinos, que es la primera vez que van al campo desde que empezó todo. «A ver cuándo podemos jugar o bañarnos en la piscina o ir a cenar al bar», les dice mi hija. Los padres nos miramos y un atisbo de pesar asoma a nuestras caras. «Cuando podamos, cariño, ya llegará». Es la frase con la que acabo ahora buena parte de las conversaciones.

23 sábado sensaciones

Los niños ven las noticias con el yayo mientras nosotros estamos trabajando y les surgen preguntas por doquier, que vienen a trasladarnos: cuándo podremos ir a la playa, por qué tenemos que llevar mascarillas, cuánta gente se puede bañar en las piscinas, cuándo pasamos a la fase 3... Hay algunas cuyas respuestas no terminan de convencerles, así que les digo que lo importante es que estamos saliendo de esta situación, pero tenemos que tener cuidado porque se va a alargar en el tiempo. - «¿Pero en la piscina podemos bañarnos juntos?». - «En la del campo sí, porque estamos nosotros solos». - «Ah, vale». - «Pero antes hay que limpiarla, pintarla y llenarla». - «¿Podemos hacerlo mañana?». - «Mañana trabajan los papis, y no se puede hacer todo en un día». - «Vale, pues el lunes que no trabajas». El tiempo es relativo para algunos.

Compartir el artículo

stats