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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Con las cosas de comer no se juega

La dicotomía entre salud y economía es falsa, como cualquiera con sentido común puede concluir. Pero en todo caso su resolución no puede argumentarse en una sola dirección. Sin salud no hay economía posible. Pero si las medidas para protegerla llegan al extremo de permitir la ruina de sectores básicos de la economía esa devastación derivará sin remedio en un problema grave de salud pública, como acaba de advertir la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sólo cabe, por tanto, la ponderación. La prudencia, entendida con enfoque holístico, por usar la jerga de la modernidad.

Si hay un sector productivo donde esa ponderación es clave, ése es el sector turístico. El único al que absolutamente todo le afecta. Una desescalada no medida, que produjera un segundo brote de la pandemia y la necesidad de un reconfinamiento de la población, sería para este segmento de la industria un hachazo definitivo, un golpe del que no se podría recuperar. Pero un exceso de reglamentismo, una exageración en las medidas generales que se adoptan para la protección de la sociedad, también puede destruirlo. Empresarios y sindicatos son conscientes de ello. ¿Lo son los dirigentes políticos?

El propio Pedro Sánchez tuvo que introducir ayer en su ya habitual comparecencia de los sábados desde La Moncloa el reconocimiento a la importancia del turismo en la economía española, que en términos de Producto Interior Bruto, y siendo rácano en la valoración, cifró en un 12,3%. No le quedó más remedio al presidente del Gobierno que salir al quite, después de una semana de menosprecios hacia el sector por parte de alguno de sus ministros (son suyos, aunque militen en Podemos: acabemos también con esta falsa dicotomía) y de que el Ejecutivo haya tomado decisiones muy perjudiciales para esta industria que, en la línea acostumbrada, no se han sabido, no se han querido o no se han podido explicar. Y está bien que el presidente Sánchez corrija a su ministro de Comercio, que ha dicho que el turismo es una actividad «que no aporta valor añadido» y que vive de la precariedad. Pero es necesario que las correcciones vengan acompañadas de hechos. Y esos, o están por ver, o resultan inquietantes.

España fue en 2019 el segundo país del mundo que más visitantes recibió, en cifras redondas 83 millones de viajeros. El primero fue Francia, con 89. Entre los diez países más visitados del globo, cinco -Francia (1), España (2), Italia (5), Alemania (9) y Reino Unido (10)- están en el continente europeo. Si alguien dijo, peyorativamente, que Europa se había convertido en un museo, habrá que coincidir en que es el museo más popular del planeta. Casi al mismo tiempo que el ministro Garzón minusvaloraba la importancia del turismo, el primer ministro galo proclamaba que «lo que golpea el turismo, golpea Francia». Pero Édouard Philippe no se quedó en retórica: el país vecino ha puesto en marcha lo que su propio gobierno ha denominado «Plan Marshall», con 18.000 millones de euros de ayudas al sector, pese a que en el PIB galo representa cuatro puntos menos que en el español y emplea a poco más de dos millones de personas, frente a los 2,7 millones que ocupa en España, con un tercio menos de población. Italia también ha desplegado un amplio abanico de programas para intentar que el verano no agoste el sector. La propia UE ha anunciado medidas para que no colapse una industria de la que depende el ya maltrecho Estado del Bienestar: el turismo es el 10% del PIB intracomunitario, y de él cuelga directamente el trabajo de más de 27 millones de personas.

Aquí, al margen de las palabras de Sánchez durante su rueda de prensa de ayer, no hay planes de alcance específicos para el sector. Lo que hemos visto esta semana, al contrario, son decisiones que representan torpedos contra su línea de flotación y cuya justificación desconocemos pese a las comparecencias del presidente. Dos, sobre todo.

Falta de explicaciones. La primera, la cuarentena impuesta a todo el que provenga del exterior, sin matizaciones ni discriminaciones que la habrían hecho comprensible y más digerible. El sector se pregunta cómo es posible que no se haya establecido un «pasillo europeo» para que los ciudadanos de Europa puedan viajar dentro de los límites de ésta, teniendo en cuenta que, salvo Italia y Reino Unido, todos ellos tienen una situación epidemiológica mejor que España. Pongamos un ejemplo, mínimo pero esclarecedor: Islandia.

Islandia tiene apenas 390.000 habitantes. Poco más que la ciudad de Alicante y menos que la comarca de l'Alacantí. Es el país de Europa con menor tasa de contagios y, ayudado por su pequeño censo y su vigor económico, el país del mundo que más test ha realizado, por encima de Corea del Sur. Circula una broma sobre los islandeses: la de que todos ellos han estado alguna vez en Benidorm. Vista su afición por este destino, podría ser. Pero los islandeses, como el resto de los nórdicos, los alemanes, los franceses o los portugueses, no podrán viajar a España si se mantiene esa cuarentena, en lugar de ser sustituida por otras medidas de control que, siendo igual de efectivas, no supongan el cierre sin miramientos de fronteras.

Menos gravosa en la práctica ha sido la también anunciada esta semana clausura de todos los aeropuertos excepto los de Madrid, Barcelona, Málaga, Palma y Gran Canaria. Menos dañina pero mucho más preocupante, por la falta de criterio y de cuidado por parte del Gobierno que ha puesto en evidencia. La rápida reacción de todas las organizaciones empresariales de la Comunidad Valenciana (CEV, Hosbec, UEPAL), de la Diputación Provincial, que emitió un durísimo comunicado, y de la mismísima Generalitat Valenciana, que remitió urgentemente una carta exigiendo una inmediata rectificación, obligaron al ministro de Transportes, el valenciano José Luis Ábalos, a solucionar el entuerto en apenas unas horas y comunicar el mismo viernes a la CEV que se daría marcha atrás y se permitiría seguir operando también al aeropuerto de El Altet. Pero el estrambótico suceso (el Gobierno aplicó sin pensárselo una orden aprobada por el Ejecutivo cuando estaba presidido por Mariano Rajoy y preparada para una posible epidemia provocada por un virus distinto, el del ébola) ha puesto de relieve la improvisación con la que incomprensiblemente el Ejecutivo sigue actuando y la temeridad con la que, en una situación tan compleja, continúan tratándose algunos asuntos capitales. O no nos dicen todo, o no se entiende nada. Si se podía rectificar en el mismo día, entonces es que la normativa no tenía razón de ser. Convendría que en Madrid se grabaran a fuego la máxima de que con las cosas de comer no se juega. Ahora, menos que nunca.

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