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Bebés en tiempos de pandemia

Cada día nacen en los hospitales de la provincia una media de 15 niños, con padres asustados por el Covid-19 y que realizan más vídeos que nunca para nuevos abuelos, tíos y primos que desconocen cuándo podrán besarlos

Borja y Mónica, con Naiala, en el paritorio del Hospital; la fotógrafa fue la enfermera. INFORMACIÓN

Naiala es hija del periodista de INFORMACIÓN Borja Campoy, convertido en coprotagonista de una (feliz) historia junto a su pareja, Mónica Carreño. Este es el relato de unos padres debutantes en medio de una pandemia sanitaria sin precedentes.

Con un hospital a medio gas en lo que se refiere a los siempre necesarios servicios de cafetería, nuestra pareja descubrió que la inteligente solución adoptada era convertir al padre y acompañante en la habitación durante el pre y el postparto en, también, un partícipe del menú de los ingresados. Hervidos, mucha plancha y poca sal porque por no abandonar la habitación no se puede salir ni siquiera para acudir a las máquinas de «vending» instaladas en el centro sanitario. «Todo funciona a través del timbre de la habitación, que son individuales. En la planta el personal está siempre trabajando y es difícil encontrarlos en la zona de control».

El viernes fue el ingreso, Mónica llegó para unos monitores y, como esperaba porque estaba fuera de cuentas, ya no la dejaron salir. Por supuesto, desde su llegada todo el material de protección necesario: guantes y mascarilla. Era ya solo cuestión de esperar. Llamada a Borja, aún de trabajo, y de camino al Hospital, pero sin prisas... ¿o sí? Al llegar, el mismo protocolo sanitario en boca y nariz y un día de aclimatación en la habitación que les dieron a mediodía porque el sábado iba a ser el acontecimiento.

A su alrededor, durante esas horas previas, no pudieron ver a nadie. Borja no pudo calmar los nervios hablando desde el pasillo con otro futuro padre, intercambiar opiniones; vamos, no vio otra mascarilla que no fuese sanitaria más que la suya y la de su pareja. La protección en el parto fue la habitual que marca el protocolo y los profesionales, los habituales, matrona y anestesista, con sus trajes para atender un nuevo nacimiento.

Tras pasar ambos la lenta espera de la sala de dilatación y la nunca suficientemente agradecida epidural, llegó el gran momento. Borja recuerda como si fuera un susto el instante en el que vio desaparecer a la pequeña camino de unas pruebas protocolarias. Unos minutos antes de que se la devolvieran que, como buen padre primerizo, se hicieron eternos.

Aquí acaba la parte sanitaria de la historia, pero comienza la de los megas y los vídeos y las llamadas y los WhatsApp porque, a diferencia de lo que ocurría hasta que el bicho maligno entró en nuestras vidas, las abuelas, los tíos y hermanos aguardaban con paciencia en la sala de espera.

Y esto, el que el padre aparezca victorioso con el pequeño o la pequeña, que las abuelas, entre lágrimas, puedan conocer a su descendencia, escruten ojos, nariz y boca buscando a quién de su familia (que no de la otra) se parece, todo esto no se puede hacer. Tuvo una conversación con otro padre con el que coincidió. Cumplidas felicitaciones mutuas y de regreso a la habitación. Por fin habían finalizado 40 (y algo) semanas de espera.

Borja recuerda los dos días siguientes hasta que recibieron el alta, entre los primeros pañales, pendientes del cordón umbilical y sus curas, sin más ayuda que la paciencia y la profesionalidad de las enfermeras del General de Alicante.

Eso sí, su teléfono no paró de sonar en una sociedad que ya de por sí había convertido, antes de esta crisis sanitaria, los sentimientos en emociones que corren por las redes sociales más que las palabras y los gestos.

A casa

Después llegó el momento de ir a casa, en un coche por supuesto que, aunque no hubiera papel de por medio por si algún policía les parara, llevaba un aval de algo más de 2,5 kilos que convencería a cualquier guardia urbano. Y sí, se desviaron algo del camino para pasar por la «urba» de los padres de Borja donde pudieron conocer, tras la ventanilla del coche, a su nieta, que esperemos que pronto descubra que ese trozo de papel que les cubría parte del rostro no forma parte de sus caras y que detrás de él hay unos labios que están deseando besarla, una y mil veces. Esperemos que pronto llegue ese momento. ¡Felicidades!

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