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La cuarta vía

Dejar caer a nuestro sector turístico puede retroceder la provincia hasta los años 70

No hay hostelero en la provincia que aguante nueve meses cerrado. rafa arjones

Les confieso que a lo largo de mi vida, y uno ya no cumple los 50, me he caracterizado por tratar de ver siempre el lado positivo de la cosas. Vamos, que intento ser un tipo optimista por naturaleza, que siempre ve la luz al final del túnel y que, por lo tanto, intenta transmitir a los demás esas ganas por convencernos de que todo tiene arreglo, sobre todo a mi entorno inmediato. Sigo pensando, por lo tanto, de que toda esta pesadilla terminará y habrá soluciones, pero, también es cierto que desde hace tres años ya, cuando en la familia sufrimos un palo gordo con la salud también de por medio, las cosas no han sido del todo iguales para afrontar aquello de que «todo problema tiene solución y no hay que desesperar», ese mantra particular en el que muchos intentamos refugiarnos ante los problemas. Estas cinco semanas confinado por el maldito virus nos empiezan a pasar factura a todos, y esas luces largas que siempre han tratado de alumbrar mi camino no tienen tanto brillo como antaño porque, para colmo, todos los mensajes que llegan sobre cómo será la famosa desescalada del Covid-19 son imprecisos y ambiguos en España, mientras vemos como otros países de la vieja Europa van recomponiéndose.

Desde principios de los 90, y aunque no tengo ni un hotel, ni una pequeña heladería siquiera, vivo el turismo como algo propio. Me encanta todo lo que representa el modelo Benidorm y la propia ciudad, y por ello incluso alguna vez he llegado a ser acusado de «friquismo». Pasear por sus calles, tomarme una cerveza frente a la playa de Levante, confundirme en el bullicio del Paseo de la Carretera y sus bocacalles, tomarme un pintxo con un zurito en «los vascos», comer con amigos en el buffet de sus hoteles? En definitiva, disfrutar de una ciudad acogedora, siempre abierta, con una luz especial, llena de vida, que hoy y desde hace un mes hay momentos del día, y sobre todo de la noche, en los que parece más una ciudad fantasma en la que se podría pensar que ha caído una bomba atómica al ver sus calles desiertas. El ejemplo de Benidorm puede servir para Alicante, Torrevieja, Calp, El Campello? decenas de municipios de la provincia en los que el turismo, la hostelería y el comercio son clave para su supervivencia. Localidades donde nadie sabe ahora mismo qué les deparará el futuro.

A lo largo de estos años he ido pulsando la actualidad de un sector en el que tengo amigos, algunos incluso más que amigos. Muchos han pasado crisis, han salido más fortalecidos de las mismas. Vamos, que nunca han perdido la sonrisa y, sin embargo, desde hace unos días les veo tristes y, lo que es peor, desorientados, porque son incapaces ni siquiera de imaginar una fecha en la que todo comenzará a volver a una normalidad marcada por la hoja de ruta sanitaria en la lucha contra el Covid-19. Y lo peor es que nadie se atreve a poner un mes para alcanzar la normalidad e, incluso, los más pesimistas dan hasta por perdido el año.

Desgraciadamente, la infección por el coronavirus no es como si de repente te rompes el brazo y el médico te anuncia que estarás dos meses parado hasta que te retiren la escayola y a partir de esta esa fecha comienzas la rehabilitación y para adelante. No es ni como cuando al inspector Unai Ayala le metieron una bala en el cerebro en el «Silencio de la Ciudad Blanca» -novela que les ayudará a evadirse durante el confinamiento, por cierto- y con el tiempo y la ayuda de un logopeda volvió a aprender a hablar. Aquí nadie sabe nada, incluso nadie sabe decirnos cuando podremos volver a tomar una cerveza en una terraza con seguridad o, incluso, si al mes de haber vuelto a los bares habrá un rebrote. Y si algo necesita el turismo es seguridad, ingrediente que siempre ha garantizado la Costa Blanca y que en tiempos de batallas bacteriológicas resulta imposible de garantizar. Y lo peor, la duda. Nuestros hoteles están en perfecto estado de revista y pueden abrir en cualquier momento. Desde el arranque de la crisis sanitaria nadie ha dudado de que de puertas para adentro son recintos seguros y blindados desde el punto de vista sanitario, pero, ¿Y de puertas para afuera?

La cancelación de los vuelos en España y también en el resto de aeropuertos europeos va a provocar que el aeródromo de Alicante-Elche pierda este año en torno a los seis millones de pasajeros y caiga al nivel de tráfico de hace 15 años. La terminal está prácticamente cerrada al tráfico. Tres mil personas, con mejores o peores contratos, que trabajaban en el aeródromo, se han quedado sin empleo y, lo peor, nadie sabe calcular cuando podrán volver a volar los aviones. Ojo, esos aparatos que nos traen al 40% de los turistas que han permitido, junto a otras industrias, que la provincia de Alicante sea la quinta de España gracias a los casi 16.000 millones euros que aporta el turismo al PIB. Un turismo que ha contribuido a la transformación, para bien de la provincia que no podemos dejar que vuelva a los años 70 y, también, vuelva a cometer los mismos errores, aunque eso no es ahora el motivo del debate.

No se puede dejar caer al turismo, una industria que sostiene 300.000 empleos directos e indirectos y sin la cual no existirían otras actividades que, priori, no tendrían razón de ser sin los turistas, incluso los que inundan la zona guiri de Benidorm, denostados en los últimos años, pero a los que ahora mismo también se les echa en falta. Por todo esto -los empresarios y sus trabajadores siempre están, de eso no hay duda-, Gobierno, Consell y Bruselas no pueden dejar caer al turismo y todos sus subsectores, y en definitiva, a Alicante. Por lo tanto, quiero volver a recuperar, aunque cueste, ese mensaje optimista que parece diluirse estos días. Seguro que, en agosto, las cosas se verán de otra forma, aunque los clientes de los hoteles hayan llegado de Albacete, de Elda, o de la vuelta de la esquina de cualquier calle de Alicante, a los que esta situación les va a dar la oportunidad de redescubrir muchos destinos que por cercanía ignoraban en busca de lo exótico.

Todo turista es importante y lo importante ahora mismo es pensar en fórmulas para que el motor vuelva a funcionar. ¿A 500 revoluciones? Por ahí se empieza. En agosto todo se verá diferente, fijo. El presidente Ximo Puig asegura que el Consell se va a volcar en los mensajes para convencer de que la Comunidad es un destino seguro. Perfecto, pero para ello se tiene que ver vida en las calles y eso solo se consigue con medios para que la gente también se sienta segura, y para ello algo tan sencillo como que los test de detección se generalicen. Eso para empezar. Todos los expertos coinciden que el turismo nacional puede repuntar en agosto. Esperemos que no llegue ese mes y nos pille sin hacer los deberes, pues será la única forma de empezar a maquillar una temporada alta que se presenta como la peor casi desde que llegara el primer vuelo chárter a la Costa Blanca en los 70. No estamos para desaprovechar ninguna oportunidad, máxime cuando este verano Baleares y Canarias lo tendrán, desgraciadamente, todavía más complicado para recibir visitantes por las restricciones a los vuelos. La lluvia de millones aprobada por el Consell y la Diputación bienvenida sea, pero solo tapa agujeros. Falta un plan real para que se garantice la movilidad con seguridad el próximo verano.

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