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CORONAVIRUS

Una bendición íntima contra el coronavirus desde casa

La Santa Faz protagoniza una misa a puerta cerrada y una breve salida a la plaza del monasterio, vacía por el estado de alarma por el Covid-19

La Santa Faz 2019/2020

La Santa Faz 2019/2020

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La Santa Faz 2019/2020 C. Pascual

Silencio. Solo el cantar de los pájaros rompía ayer la tranquilidad más absoluta en la plaza de Santa Faz. Era jueves de Peregrina, pero no había romeros ni blusones ni pañuelos ni cañas. Tampoco puestos de comida ni de recuerdos, ni la habitual eterna cola para entrar a un monasterio que ayer celebró la misa a puerta cerrada. Apenas una decena de personas, entre representantes de la Iglesia y del Ayuntamiento, siguieron desde dentro el oficio, que fue retransmitido por televisión. Nada era normal. Había mascarillas y guantes.

También estuvo una vecina del barrio, la única «espontánea» que «burló» el estado de alarma para no faltar a una tradición centenaria que se ha visto interrumpida ocho décadas después. Entonces fue la Guerra Civil, ahora un virus hecho pandemia. La señora vivió la misa desde dentro y la bendición, de rodillas, a los pies de la cruz de la plaza. A escasos metros, policías nacionales, locales y guardias civiles. En total, más de una docena a las puertas del monasterio. En los accesos, más. Y en la carretera, un control de seguridad para vehículos. También se adivinaba la presencia de varios agentes de paisano, de secretas, que a primera hora de la mañana accedieron al monasterio en busca de alguien. Entraron y salieron. «Yo no lo veo. Aquí no está...». Fuese quien fuese, no lo encontraron.

Dentro estaban, entre otros, el concejal síndico del Ayuntamiento, Manuel Villar (PP), y el obispo, Jesús Murgui. Tras una semana de críticas y, sobre todo, de expectación, ambos prefirieron huir de la polémica, pasar página, olvidar que la Subdelegación del Gobierno había denegado el permiso para la bendición desde el Castillo de Santa Bárbara. Sólo el obispo, durante la misa, lanzó algún mensaje, pero sin remitente explícito. «Todo lo que huele a Jesús es minimizado, parece que con deseos de que no existiera», dijo Murgui desde al altar, en una homilía en la que reivindicó el «poder» de la Santa Faz, especialmente en situaciones extremas como la actual («más allá de los remedios médicos, las personas necesitamos auxilio psicológico y espiritual»), puso en valor la unión de los alicantinos en torno a la Santa Faz y el foco en los más desfavorecidos de esta pandemia: los mayores. Y lo hizo con voz crítica: «Arrinconada en una residencia o en su propia casa está la gente mayor, que después de gastar su vida, así se lo estamos pagando. Mayores que han creado este país, esta democracia, que tienen como pago la muerte; y no porque los matemos, sino porque hemos creado unas condiciones que no están a la altura de estas generaciones, héroes en el trabajo, en crear una convivencia que vale oro».

Tras la misa, llegó el turno de la extracción de la Santa Faz. Ahí no faltó la tradición: saltaron las alarmas al abrir las cuatro cerraduras. Una anécdota recurrente cualquier día de Santa Faz. También en los más atípicos como el de ayer.

Con la Reliquia entre las manos, el obispo pisó la plaza. Apenas tuvo que andar unos metros hasta que la dejó sobre una peana situada en una modesta mesa. Para esa «incursión» en la vía pública sí que había permiso de Subdelegación, según explicó. Eran los instantes previos a la esperada bendición de la ciudad de Alicante y de toda su comarca. Y no fue una, fueron cuatro: una por punto cardinal.

Entre bendición y bendición, hubo palabras para el personal sanitario que trata el virus desde primera línea, jugándose la vida, para los que han sufrido alguna pérdida cercana, para los que están en la lucha y para los que tendrán que pelear para salir cuanto antes de la crisis económica. También hubo peticiones por los gobernantes.

Tras la ceremonia de bendición que se prolongó unos quince minutos, la Reliquia volvió a la hornacina hasta el próximo año.

Entonces, con las llaves echadas, Murgui volvió a salir a la calle para atender a los medios de comunicación. Ahí apostó por quedarse con lo bueno de todo. Ya no era momento de ajustar cuentas ni tampoco de lamentos:«Ha sido un acto entrañable. No hemos podido venir en Peregrina ni bendecir desde el Castillo, pero me quedo con lo positivo: la Reliquia no ha entrado en la ciudad, pero sí en la casa de los alicantinos».

Desde el Ayuntamiento tampoco quisieron ahondar en la polémica. Ya no. El edil síndico, Manuel Villar, lamentó que no hubiera bendición desde el Castillo, pero sin más: «No se ha podido hacer el acto que hubiéramos deseado, pero se ha cumplido la finalidad».

En la distancia, miles de alicantinos siguieron con atención la bendición. Muchos fueron los que, al mediodía, con el blusón puesto y el pañuelo al cuello, salieron a los balcones coincidiendo con el repicar de campanas. Desde Crevillent también se sumaron a la jornada: la familia Ruiz Igual proyectó sobre el principal campanario de Crevillent la imagen de la Santa Faz.

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