La Naturaleza se presenta. Jabalíes que se dan una vuelta por la periferia de la Vila Joiosa. Barbos gitanos remontando el río Segura en el azud de Rojales, al mejor estilo de los salmones en un documental de La 2. Zorros que exploran la costa del Mar Menor. Aves protegidas que nidifican entre naranjos y limoneros. Grupos de delfines que se acercan «más de la cuenta» a la costa de los municipios más urbanizados de la provincia. Serpientes de escalera que toman el sol en las terrazas «de la urba» como un vecino más.

Y esa fauna -esta sí- más doméstica compuesta por patos, gallos o pavos reales que campan a sus anchas como urbanitas de pluma en pecho, olvidándose de su «confinamiento perpetuo» en los parques de pueblos y ciudades de toda la provincia. Solo ha pasado un mes y puede que la idea sea algo precipitada. Sin fundamento científico. Pero parece que la vida «sin nosotros» a la naturaleza le sienta muy bien.

La Naturaleza recupera su espacio durante el confinamiento

La Naturaleza recupera su espacio durante el confinamiento

«Están siempre ahí. Pero ni se dejaban ver ni teníamos tiempo para verlos», subraya el biólogo Juan Antonio Pujol. Ahora basta prestar un poco de atención para descubrir la presencia de esa otra vida urbana. Para escuchar sonidos que ahoga el tráfico y el ajetreo diario de la ciudad: El del remolino de los pájaros al despuntar el día o al caer la tarde, el zumbido de los insectos sobre las flores, el graznido de las gavinas sobrevolando las azoteas. Y esa es solo una pequeña parte.

«Esto del coronavirus solo es muy malo para las personas. Ha matado a miles», sentencia Paco Paredes Cases. Cuida las viñas sobre las dunas fósiles del parque natural de la laguna de La Mata desde que tenía 13 años. Igual que estos días. Ni las cepas ni la tierra esperan que acabe el confinamiento. Hay que mimarlas en primavera «Esto está desolado», dice, y echa una mirada al bosque de eucaliptos y a la pinada del Parque Natural de las Lagunas de Torrevieja y La Mata.

El pasado Sábado de Gloria debería haber estado acompañado por cientos de visitantes, incluidos los muchos que acampan estas jornadas «de mona de Pascua» en Lo Albentosa, junto al espacio protegido . Pero no hay nadie. En varios cientos de metros a la redonda. Se escucha el viento jugando con las ramas. De vez en cuando, el paso de algún vehículo por la N-332, que en un día «normal» genera con su tráfico un gran impacto acústico en este entorno hiperprotegido.

El silencio, la ausencia de tráfico y sobre todo, de personas ha generado en pocas semanas un «empoderamiento» del medio ambiente que nos rodea. Esta súbita mejora de la calidad del aire -que sí está confirmada por la red de vigilancia- y de su acústica natural junto a las bondades de la estación han contribuido a esta evidente explosión ambiental: estamos en primavera. Y no una cualquiera para estas latitudes. Ha llegado precedida por meses de lluvia generosa, en uno de los ciclos pluviométricos más intensos de los últimos años, tras una extraordinaria concatenación de gotas frías y borrascas.

En marzo algunos municipios de la provincia batieron su récord de días de lluvia consecutivos desde que se tienen registros -hasta 8-. Y si acudimos al ciclo anual, amplios territorios de la provincia de Alicante que apenas reciben 300 litros por metro cuadrado al año ya suman más de seiscientos con acumulados que rozan casi los dos mil en los valles del interior de la Marina Alta.

Y eso, claro, se nota en el campo. Por eso quienes están viviendo la cuarentena en el medio rural o en sus casas de campo se han convertido en observadores de excepción de una biodiversidad mediterránea insólita. E inaudita.

Rapaces como el búho real, el cernícalo o el aguilucho cenizo, cuya principal fuente de alimentación es el conejo, van a poder desarrollar un ciclo de nidificación sin alteraciones: Sin domingueros, ni paso de bicicletas, ni cazadores -ya furtivos o autorizados-, sin motos ni excursiones a caballo. Y con comida más que abundante, porque conejos adultos y gazapos se mueven con descaro por bancales, caminos y carreteras -provocando, por otra parte, daños en los cultivos-.

La primavera de confinamiento también ha llegado al mar. Los avistamientos de delfines suelen ser frecuentes. Pero no lo es tanto que se atrevan a acercarse mucho a la costa como ocurrió hace unas semanas muy cerca del puerto de Torrevieja.

Sin yates, barcos de recreo ni esas cientos de embarcaciones de pesca deportiva que tanto daño hacen la fauna marina. El confinamiento, a la Naturaleza, le sienta muy bien.