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Diario de una confinada

Muertes, cumpleaños... la vida

La tercera semana de encierro en el campo ha sido complicada, no voy a poner paños calientes

Muertes, cumpleaños... la vida

29 domingo: hoy es viernes

El vendaval informativo no decae ni el día del Señor. Los dos trabajamos, así que tenemos poco tiempo para estar con los pequeños y, mucho menos, para jugar. Aunque, si tengo que encontrar algo positivo de este confinamiento, es que puedo escaparme un poco y estar con ellos. El director me emplaza a las 18 horas para hablar y le digo que me viene estupendo, que me voy a jugar quince minutos al fútbol con ellos. Luego ya no me muevo del sitio y el reloj corre sin que me dé cuenta, hasta que viene mi hija y me dice: «Mami, levántate ya, no puedes estar tanto tiempo sentada». Ella lo dice para que le haga caso, pero me viene bien porque tengo el culo cuadrado. Y me tiene preparada una sorpresa. - «Haznos la lechita, por favor». - «Vale, voy». Tres días antes le había enseñado todo lo que tenía que hacer, por si nosotros no podíamos, bueno, por si caíamos enfermos, y cuando llego a la cocina me encuentro con las tazas en el fregadero. - «He hecho yo la leche y ya nos la hemos tomado». - «¡Qué mayor y qué buena eres», le digo mientras la abrazo. Me vuelvo a la faena hasta que llega la hora de acostarlos, en que mi marido entra a la habitación y dice: «A dormir, que son las 22.20».

- «¡¿¡¿Queeeé!?!? Papi, pero si toca más tarde, que hoy es viernes, oe, oe, oe», suelta el pitufo mientras se pone a hacer la croqueta en la cama. Les aclaro que solo tengo un minuto, que no he acabado, pero el minuto se convierte en cinco hasta que se relajan y cierran los ojos. Objetivo conseguido.

30 lunes: el dron y los votos

La perra se escapa todas las noches y vuelve al día siguiente, moviendo la cola tan feliz desde fuera de la valla. No conseguimos encontrar el sitio por dónde sale, por mucho que hemos recorrido todo el vallado en busca de un agujero. Mi hija tiene entonces una idea peregrina: «Vamos a ponerle una cámara en el collar, así lo sabremos». Le decimos que la batería no dura tanto y que la perra estará incómoda con una cámara colgada al cuello, pero sigue erre que erre: «Papi tiene un dron, voy a quedarme toda la noche despierta para espiarle». Ya en la cama, el pequeño pregunta: ¿Cuántas noches vamos a estar aquí, mil noches?». - «No lo sé, cariño, hasta cuando diga el presidente». -¿Qué presidente?». Y la mayor apostilla: «Pedro Sánchez». - «¿Por qué lo decide él»? - «Porque hubo unas elecciones, ¿os acordáis que fuimos a votar? Y él consiguió más votos». - «¿Y tú cuántos votos conseguiste?». Ja, ja, ja, ja.

31 martes: la muerte

Mi marido habla con su hermana y lo que escucho me hace saltar las lágrimas: es enfermera y está adoptando todas las precauciones, así que no puede besar a sus hijos, y esa situación la está matando. No me puedo imaginar lo que están pasando los profesionales sanitarios, ese sufrimiento, y me levanto rápidamente, seco las lágrimas y me voy a mis hijos y me los como a besos. - «Suelta, mami, déjame», me dice el pequeño. Pero yo no puedo parar y le digo: «ataque de besos y de cosquillas». Por la noche, una noche oscura que no presagia nada bueno, estoy trabajando cuando recibo un guasap de Merche para que le pase la página, que ha escrito una columna de opinión y cree que tiene algún fallo. A los cinco minutos me llama y, llorando, me dice las correcciones, casi no le salen las palabras, pienso que ha llegado el fatal desenlace, la muerte de su padre, y solo me salen monosílabos («sí», «vale», «besos»). Colgamos y yo también lloro, esa pérdida es tan grande que no hay palabras de consuelo, solo pienso en cómo estará ella, su familia, en ese dolor que te desgarra el alma.

1 miércoles: cumpleaños

Así es la vida, un día lloro por la pérdida de un ser querido de una compañera y otro la alegría me inunda porque es el cumpleaños de mi amiga Mamen, que tuvo cáncer. Como hace siempre desde que la conocí hace ya más de 25 años, consigue arrancarme unas risas. - «Me has cogido de milagro, estaba a punto de salir». - «Ja, ja, ja, ¿qué ibas a celebrarlo, a un restaurante de postín?» - «Lorena, mira que eres antigua, está toda España con las videollamadas y tú me llamas al teléfono fijo, que eso ya no se lleva, si está todo el mundo conectado mientras se toma las cervecitas y las olivas, no eres nada moderna». Y la verdad es que no.

2 jueves: llega el erte

Nosotros, el periódico, no nos libramos del tsunami de ERTEs que barre el país de punta a punta. No oculto mi pesadumbre, en mi caso tenemos todos los huevos en la misma cesta, pero un compañero dice que lo que importa es que nuestros seres queridos, sobre todo los mayores, no enfermen. Pues tiene razón, en seguida me viene a la cabeza mi hermana mayor, que vive sola y se ha pasado una semana que le costaba respirar, tenía fiebre, tos,... en fin, los síntomas. Y la doctora, por teléfono, cuando tras insistentes llamadas le atendió, le dijo que no saliera de casa. He intentado que mis padres no se preocupen, medio ocultando medio engañando, pero tontos no son. Así que dejo en un segundo plano lo laboral, lo primordial es la familia.

3 viernes: el Ratoncito Pérez

Al pequeño se le ha caído su segundo diente. Estaba desayunando leche con galletas cuando se le ha soltado. Ahora la gran incógnita es si el Ratoncito Pérez podrá venir al campo a traerle un regalo. - «¿El Ratoncito Pérez puede coger el coronavirus?» - «No, papi ha dicho que él puede ir de una casa a otra, que el coronavirus no le gana». Así que por la noche ponemos el diente debajo de la almohada. - «Yo me voy a quedar despierta a ver si lo veo», dice la pitufa. Pero el sueño la vence.

4 sábado: la temida báscula

Antes del coronavirus, cenábamos cinco días a la semana fruta y los otros dos, los martes y los sábados, mi marido preparaba una deliciosa y suculenta cena. Ahora, hemos cambiado las tornas y es al revés. Sí, lo sé, fatal. Cuando la mitad de la población veía el coronavirus como algo muy lejano, allá por febrero, mi marido compró leche y papel higiénico. En marzo, ya con la alarma, adquirió cerveza, vino, olivas y patatas, mientras la gente pugnaba por la leche y el papel. Así que estamos aprovisionados. Pero la báscula, ¡ay! Resulta que la del campo no funciona. Mejor, pienso. Pero no contaba con el gracioso de mi marido.- «No me puedo pesar, ¿le faltarán pilas?». - «No te preocupes, en el polígono industrial hay una báscula para pesar la almendra que traen los camiones, ¿será suficiente?», dice mientras se parte de risa. Sí, hay veces que es mejor estar callado.

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