Las consecuencias de la alerta sanitaria por el coronavirus sobre la vida cotidiana llegan de la misma forma a las zonas rurales. Los vecinos se resignan a permanecer en sus casas y a renunciar a la ya de por sí escasa vida social que suele haber en municipios de pocos centenares -o decenas- de personas, y donde salir al encuentro con los demás supone un aliciente, sobre todo para quienes viven en soledad. Saben que no es para menos, al ser buena parte de los habitantes bastante mayores y ser conscientes del peligro que supone exponerse al riesgo de contagio. Ésa es en estos momentos la principal preocupación, tanto para los residentes como para los ayuntamientos.

El encierro de los pocos vecinos incrementa aún más la sensación de vacío en los pueblos, tal y como corroboran a este periódico alcaldes de varios municipios del interior de la provincia. Eso sí, al mismo tiempo surgen iniciativas públicas o privadas para asistir a quienes lo necesitan en estos momentos, como quienes necesitan ayuda para hacer la compra, cocinar o comprar medicamentos. Acciones que ponen de manifiesto el fuerte sentimiento de comunidad que hay en estas localidades, y que aflora de manera espontánea ante eventualidades como ésta.

«Todos nos conocemos y nos hacemos favores», afirma categórico el alcalde de Benimassot, Ismael Molinés. Este ayuntamiento, al igual que otros de la zona donde tampoco hay tienda, como Fageca o Quatretondeta, se ha movilizado esta semana para que se autorizara, con las debidas precauciones, la venta ambulante de artículos de primera necesidad, la forma de abastecimiento en estos pueblos. «La necesitamos, para que los vecinos no tengan que desplazarse a comprar; además, algunos ni pueden hacerlo», recalca el primer edil de Fageca, Ismael Vidal.

Los vendedores, eso sí, tienen totalmente prohibido acudir estos días a las localidades donde sí hay tienda, explica Ramón García, el comerciante que acude habitualmente a esta zona. Extrema las precauciones, con guantes y mascarilla y guardando distancias con los clientes, y llevándoles los productos a casa si es necesario. También el panadero de Gorga, Rafael Doménech, que abastece a otros pueblos de la zona, toma medidas similares, además de instalar en la panadería una vitrina para evitar al máximo el contacto con las demás personas. Con todo, afirma, «la gente de los pueblos está muy concienciada de lo que ocurre».

Un extremo en el que coincide el alcalde de Quatretondeta, Francisco Picazo, quien destaca que «la reacción de los vecinos ha sido muy buena», pero que al mismo tiempo la situación «afecta muchísimo a la vida diaria: si normalmente en estos pueblos ya tenemos la sensación de estar solos, es fácil imaginar cómo es ahora», al tener que prescindir del contacto diario con los vecinos. En ese sentido, Isabel Sancho, de Fageca y que por la situación de alerta no puede moverse de Cocentaina, donde trabaja, señala que «familiares que se visitaban a diario ahora se comunican por teléfono, estando en el mismo pueblo», y que en las calles, por lo que le transmiten sus propios padres, «hay todavía más silencio que de costumbre». También se expresa en la misma línea Matilde Torregrosa, teniente de alcalde de la Torre de les Maçanes. «Si ya hay silencio habitualmente, ahora más silencio todavía», comenta, mientras que, por su parte, el primer edil de Castell de Castells, Vicente Tomás, corrobora que esa sensación de vacío se extiende a su pueblo, aunque también admite que allí «es más fácil estirar las piernas que viviendo en la ciudad», ya que «sales, caminas 50 metros sin ver a nadie y vuelves a casa. También tiene esa opción Marcos Llorca, un joven de Alcoleja que vive en el campo, y que en su parcela «sigo estando en teoría en casa»; eso sí, le es imposible salir si no es para comprar. «No puedo llevar a mi novia a su casa a Alcoy», cita como ejemplo, y lamenta que otros traten de saltarse las normas y cojan el coche sin ser imprescindible. En las carreteras del interior también hay controles de acceso y la Guardia Civil patrulla de manera constante, según todas las personas consultadas en distintas localidades.

Ante la situación, no obstante, aparecen acciones de apoyo colectivo, como la que han decidido poner en marcha en un hotel rural de Benimassot de hacer menús para vecinos mayores de varios pueblos de la zona que puedan solicitarlo, y servirlos a domicilio. «No todo el mundo puede salir a comprar y cocinar, y para nosotros es algo fácil y, además, con esto estamos parados», relata el gerente del establecimiento, Oeste Soriano. En Confrides, por su parte, es el propio alcalde, Rubén Picó, que regenta una carnicería, quien está haciendo lo mismo para todo el valle de Guadalest: «Es mejor que los mayores no salgan, y a nuestro alcance está dar un servicio en la medida en que podemos». Y los vecinos lo agradecen, como señala Ángeles Buades, de l'Abdet: «Nos permite estar abastecidos y de producto fresco», informa Carlos Mora. En Bolulla, los voluntarios de Protección Civil llevan medicamentos y alimentos a los vecinos, señala el alcalde, Adrián Martínez. Aquí debían haber celebrado el jueves la festividad de San José, el patrón; en su lugar se retransmitió en directo la misa por Facebook, seguida por decenas de personas.

En Tibi, operarios municipales llevan pedidos de comida y fármacos a los vecinos mayores, explica el alcalde, José Luis Candela. Los comercios se han sumado sin dudarlo a esta iniciativa del Ayuntamiento. Los de la Torre de les Maçanes también se han mostrado dispuestos a prestar un servicio así. La teniente de alcalde, que destaca la solidaridad vecinal, espera poder ponerlo en marcha en breve.

Incertidumbre por los efectos de la crisis sobre el turismo y el comercio

Incertidumbre por los efectos de la crisis sobre el turismo y el comercioAunque la gran preocupación es la resolución de la crisis sanitaria, en los pueblos pequeños hay también una enorme inquietud por cómo afectará al turismo rural y al comercio, los pilares de las economías de estos municipios. Rolando Pérez, propietario de un bar en Quatretondeta, es pesimista: «Muchos negocios se quedarán por el camino, y costará arrancar después, pero tengo claro que volveré a abrir». También el alcalde de Castell de Castells, Vicente Tomás, augura tiempos «duros», al perder «una de las épocas más activas del turismo rural, que es de lo que vive aquí la mayoría». El primer edil de Aigües, Jordi Mourisco, se muestra asimismo preocupado por los efectos sobre el comercio local, y cree que las administraciones superiores «tendrán que echarnos una mano».