Con el Presupuesto de 2020, el alcalde de Alicante, Luis Barcala (PP), se juega prestigio, evitar que se evidencie que gobierna en minoría, que el rodillo es cosa del pasado; tener un año más tranquilo. Pero Ciudadanos, con la vicealcaldesa, Mari Carmen Sánchez al frente, se juega mucho más. Se juega la credibilidad que le queda a una formación en coma, que deambula por el tablero político tras la debacle de las últimas citas electorales en busca de un horizonte mejor, algo difícil de atisbar.

Y no sólo se la juega porque, si el bipartito acaba cediendo a las presiones de Vox, pasará a ser «de facto» un tripartito. No. Sino porque las exigencias puestas sobre la mesa por los ultras para no bloquear el Presupuesto apuntan directamente hacia competencias de la formación naranja, pasando de puntillas por las atribuciones del PP, y eso que cuenta con más, en número y relevancia. Vox, en una estrategia repetida a nivel nacional, señala a Cooperación, Inmigración e Igualdad. En las tres áreas, dirigidas por ediles de Cs, los ultras de Vox pretenden, por lo menos, reducir a mínimos unas partidas presupuestarias que, a su juicio, consolidan «políticas de izquierdas». Y de ahí no se mueven.

Y no es nuevo. El desenlace por tanto, salvo imprevistos, es sabido. Ya ha sucedido lo mismo recientemente en otros ayuntamientos que repiten la estructura de Alicante. Tanto en Zaragoza como en Santander, por ejemplo, los ultras exigieron a PP y Cs modificaciones en Igualdad y/o Cooperación. Y las consiguieron, lo que ha permitido aprobar las cuentas de este año, las primeras tras las últimas elecciones municipales del 26 de mayo.

Aquí, los populares también confían en llegar al mismo puerto, aunque sea a costa de que Ciudadanos, su socio de gobierno, tenga que claudicar ante Vox. Y si lo hace, si cede, será traicionándose: al programa, en general, y a su palabra, en particular. Y es que la propia vicealcaldesa proclamó en plena elaboración de los Presupuestos que había «líneas rojas» infranqueables para Cs, refiriéndose a Igualdad y Cooperación, donde -obviando ya esas «líneas rojas» antes de entrar Vox en acción- ha habido un significativo recorte en el borrador frente a las cuentas del año pasado. Entonces, Barcala pactó con un extremo del tablero político local (Guanyar, la entonces marca blanca de EU), por lo que tuvo que incluir partidas en las que no creía pero que eran condición «sine qua non» para lograr el aval que buscaba antes de las elecciones. Ahora, mira hacia el otro extremo, pese a que su socio de gobierno aspiraba, o eso decía, a encontrar el apoyo en la izquierda, en concreto en el PSOE. Un deseo ya imposible.

Y es que el inicio oficial de las negociaciones (con reuniones de una hora aproximada de duración con todos, salvo la mantenida con el socialista Francesc Sanguino, que fue un nada sorprendente visto y no visto) ha evidenciado lo previsto: la izquierda no volverá a salvar a Barcala, una sensación que está instalada desde el primer día en Alcaldía. Así, al bipartito sólo le queda el «salvavidas» de Vox. Para el popular será la tabla necesaria para aprobar sus segundos presupuestos en minoría; para Cs, otra cosa. A Barcala no se le recuerdan «líneas rojas» ante Vox; a Cs, sí y recientes. Uno se juega el crédito de sacar adelante el proyecto del año en todo ayuntamiento; pero los otros se juegan mucho más: la credibilidad, seguir disponiendo de algo parecido a un relato político.