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Niños de hoy

Las tareas de un maestro

Cada vez es más preciso que nos atrevamos a decir que no a las demandas excesivas de parte de la sociedad

Ultimamente se habla mucho de nosotros, los maestros. Que si tenemos que gozar del rango de autoridad pública. Que si hemos de enseñar mucho, pero no adoctrinar. Que si tenemos que ser inclusivos. Que si hemos de sensibilizar a los niños y las niñas sobre la igualdad de género. Que si tenemos que recomendarles mesura en el uso de las pantallas y precaución en las redes sociales. Que si hemos de concienciarles sobre el cambio climático, el cuidado de la naturaleza, el reciclaje, los valores, la gestión de las emociones, la educación vial, etc etc.

Desde el ámbito de las instituciones educativas, se nos pide también que nos formemos, que seamos innovadores y creativos, que sepamos manejar nuestros grupos-clase, que enseñemos a los niños a respetar los valores y las normas, que atendamos al alumnado con dificultades integrado en las aulas, que trabajemos en equipo, que tengamos buena relación con las familias, que introduzcamos a los niños en el mundo de la cultura, que sepamos inglés y valenciano, y, claro está, que cumplamos con nuestra principal responsabilidad, que es hacer que los niños dominen el currículum marcado para cada edad por la Ley de Educación.

Parece que cualquier cosa que la sociedad considera preventiva o imprescindible para la educación de los niños, nos es encomendada a los maestros, aunque se trate de tareas y responsabilidades que en realidad corresponderían a muchas más personas, empezando por las familias y siguiendo por los amigos, vecinos, médicos, políticos, y ciudadanía en general. Parece que se ha olvidado que educar no es tema exclusivo de las escuelas ni de los maestros, sino que es cosa de todos.

Considero que cada vez es más preciso que los maestros y las maestras nos posicionemos en nuestro lugar y nos atrevamos a decir que no a las demandas excesivas de parte de la sociedad. Hace falta que la profesión docente recupere el sitio de consideración que le corresponde, un lugar de respeto por enseñar y educar a los niños y las niñas de todos, que ya es bastante.

Nuestro trabajo incluye ya de por sí demasiadas cosas, algunas de las cuales no siempre se ven a simple vista y quisiera hoy nombrar aquí, porque la tarea de un maestro no es exclusivamente técnica, sino que tiene mucho de afectivo, de humano y va a requerir una sensibilidad especial para con la infancia y sus familias, una formación rigurosa y un desprendimiento que nos haga estar disponibles para atender a los niños no sólo en los aprendizajes, sino en los temas emocionales, de relación y de personalidad. O sea, que por un lado está la instrucción, pero por otro están: la escucha, el acompañamiento, la guía y el esfuerzo implicado de cara a que los pequeños se hagan buenas personas.

Hemos de ser maestros que miren y escuchen a sus alumnos. Que se preocupen por ellos y les acompañen en sus particulares recorridos. Que les inviten a investigar, a expresar su sentir, a relacionarse y a aprender a manos llenas. Que valoren sus diferencias como signos de identidad. Que promuevan en ellos actitudes críticas, divergentes, creativas, nuevas. Hemos de animarlos a que se expresen, a que piensen, sueñen, inventen, ofreciendo a cada cual no sólo el saber, sino un auténtico reconocimiento como personas.

Además, habría que considerar el trabajo de alfabetizar sentimentalmente a los niños tanto en casa como en la escuela, de tal modo que vayan entendiendo qué sentimientos les conmueven, qué es lo que sienten los demás, cómo manejar los conflictos, cómo tolerar las frustraciones, etc. Y ofreciendo una intervención lo más clara y coherente posible con cada niño y con el grupo-clase.

Otra de las cosas más significativas y desconocidas de nuestro quehacer es el poner palabras a lo que va ocurriendo, ofrecer un hilo conductor a las relaciones y a los acontecimientos cotidianos, armar un relato que sirva de memoria colectiva y de cimiento individual a los miembros del grupo. Un relato en el que la pertenencia particular se engarce con las pertenencias de los otros para formar una trama flexible, cohesionada, vital y amable. Un relato que dé sentido a lo que va sucediendo, porque buscar el sentido y ayudar a los niños a que lo encuentren será fundamental para que aprendan a seguir las pistas que nos deja la significación a nivel interno, reconocer que nos hacemos personas partiendo de lo que sentimos: sensaciones, sentimientos, emociones, deseos, curiosidades, afectos. Y todo ello yendo hacia lo que nos rodea para envolverlo en un sentido que nos haga entenderlo, integrarlo, identificarnos con ello, o rechazarlo.

A mí me parece urgente que la escuela sea vista, sentida y considerada como el lugar de encuentro y aprendizaje que es. Hemos de hacer saber a la sociedad el valor de nuestro oficio, las responsabilidades que conlleva y el esfuerzo de estar en la escuela sabiendo que cada momento puede ser relevante para los niños que tenemos como alumnos.

Porque importante será que aprendan a sumar, a reconocer lo que es un verbo o a utilizar el ordenador, pero más importante aún será que aprendan a saber cómo son, qué sienten y de qué modo pueden relacionarse apacible y placenteramente con los demás.

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